Caer en tentación
23 de febrero - 2015

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

Uno de los temas que impresiona respecto a la vida de Jesús es el pasaje de la tentación que el demonio le hace en el desierto. Es de los momentos en los que la humanidad de Jesús se ve cimbrada ante la posibilidad de caer. El hombre en su origen, dotado de inteligencia y voluntad, por tanto libre, es sometido a una prueba brutal en el paraíso terrenal, el demonio le ofrece la posibilidad de igualarse a Dios: “serán como dioses” le dirá el tentador. La posibilidad se les presentó muy atractiva: “La mujer contempló el fruto que aparecía atractivo a la vista y al paladar. Comió y dio del fruto a su marido que también comió”. La tentación se ofrece irresistible. El hombre siempre ha querido trascender y cuando se olvida de quien es, trata de igualarse e incluso ponerse por encima de Dios.

La Torre de Babel es un intento primitivo de querer “alcanzar el cielo”. Pusieron todos sus afanes en construir un edificio que tocara las nubes, lamentablemente cuando se trata de empresas de ese tamaño aparece la soberbia, la envidia y la codicia y todos quieren el reconocimiento para sí mismo y entrar en competencia y terminan enfrentándose a sí mismos. “El hombre se convierte en lobo del mismo hombre cuando no reconoce en él a alguien como él” dice el poeta Plauto y así termina el intento de la Torre de Babel y la llamada confusión de lenguas. Claro en la Biblia es una acción que parece depender de Dios aunque según muchos exégetas es la manera de explicar no solo las lenguas sino las dificultades que pasa el hombre para vivir en sociedad.

El hombre desde el principio tuvo que enfrentarse a la tentación. Adán y Eva no la superaron, Caín enfrentó la tentación de los celos, porque pensaba que Dios sentía predilección por los sacrificios de Abel que ofrecía lo mejor de su ganado mientras que Caín ofrecía lo peor de sus cosechas. Los celos y la envidia provocaron el primer homicidio y como siempre, en lugar de ver qué es lo que uno hace mal, los celos lo ciegan y ve en el otro a su rival y enemigo y sin importar el que Abel fuera su hermano, no duda en darle muerte.

Siempre pasa así, cualquiera que sea la tentación que enfrenta al hombre, deja de pensar, se ciega y busca culpables sin que él se encuentre como culpable.

El Rey Saúl sintió celos de David, y cegado ante las buenas acciones de David, lo vio como enemigo y pensando en favorecer con el reino a su hijo Jonatán, buscó dar muerte a David. En varias ocasiones David le mostró su respeto e incluso aun cuando tuvo oportunidades de darle muerte, no obstante que sus seguidores lo impulsaban a darle muerte al rey, David nunca atentó contra su vida.

Las tentaciones no son un castigo de Dios. El Apóstol Santiago comienza su carta diciendo: “Dios no tienta a nadie ni Dios es tentado por el malo. Cada uno es tentado por su propia concupiscencia”. Esto quiere decir que: depende de tus gustos y atractivos las clases de tentación que enfrentas. La concupiscencia son tus apetitos de los sentidos, tienes gustos por algo, afectos de algo y obvio, la tentación se te presenta y siempre se te presenta de modo atractivo. Para quien guste de la comida, la comida será una gran tentación. Para quien guste de la bebida, la bebida se convierte en tentación. Quien guste de la sensualidad, ella se presenta como tentación. Quien esté afecto a obtener cosas materiales, éstas se convierten en tentación. ¿Qué tanto se puede resistir a la tentación? Depende de qué tanto nos tiente y que tan fuertes estemos para poder lograrlo. Hay personas de recio carácter que tienen más fortaleza y pueden enfrentar la tentación y salir avante. Pero hay quienes tienen mucha debilidad y continuamente están cayendo en ella. Para muchos se convierte en una adicción y dependencia de la que les es difícil salir. El apóstol Santiago dice que nadie es tentado por encima de sus fuerzas. Pero todos sabemos que la fuerza de cada uno es diferente y San Pablo mismo dice: “el que se sienta fuerte cuide de no caer” porque “estamos como en la casa del jabonero y quien no cae resbala”. Hay ocasiones, dice San Pablo que: “hago el mal que no quiero y dejo de hacer el bien que si quiero”.

Jesús enfrentó tres tipos de tentación y para muchos son las tentaciones más comunes a todo hombre: Tentación de los bienes materiales. Dicen los evangelistas que después de un ayuno de cuarenta días, sintió hambre y el demonio le propuso convertir las piedras en pan. Según muchos es la tentación que tiene el hombre ante una necesidad y carencia de querer satisfacerla de la manera que sea, incluso de maneras ilícitas o inmorales. Por eso, Jesús reconocerá su dignidad de naturaleza afirmando que “no solo de pan vive el hombre”. Se puede carecer de bienes, pero se debe mantener íntegra la dignidad.

La segunda tentación según el Evangelista Mateo es la del poder: “fue llevado a lo alto de un monte y desde ahí podía ver todos los reinos de la tierra. “Todo esto será tuyo si te hincas y me adoras” le dijo el demonio. ¿Cuánto no hace la gente de este tiempo por tener poder? Si bien es más visible en el ámbito de la política, no es menos en otros ámbitos donde se ejerce poder y muchos están dispuestos a todo o a cualquier cosa con tal de poseer el poder.

La tercera tentación tiene que ver con el reconocimiento y la fama “fue llevado al pináculo del templo y le dijo el demonio: “arrójate pues está escrito, a tus ángeles de dado órdenes para que tu pie no tropiece en la piedra”. Igual que con el poder, la fama y el reconocimiento es una de las grandes tentaciones del mundo moderno y si bien es más clara esta tentación en el ambiente de la farándula, el reconocimiento es fundamental en todas las relaciones humanas, y muchos luchan por tenerlo.

Otras formas de tentación modernas tienen que ver con la sensualidad, el consumo, por citar algunas y depende de la fortaleza y templanza que cada uno tiene para poder enfrentarlas y no permitir caer en la tentación.