A la Verónica: Santaneros
24 de julio - 2016

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Por Gerardo E. Orta Aguilar 

El sábado en Santa Ana Chiautempan se llevó a cabo el primer festejo de feria del municipio sarapero, en el que se lidiaron cuatro toros de Reyes Huerta y uno más de la ganadería de Vicencio, que poco transmitieron, y de aprobada presencia apenas con la mínima calificación.

El juego que ofrecieron los toros bautizados con nombres alusivos a la tradición textilera, no se prestó para el lucimiento los toreros, dos a pie y uno a caballo que, si bien tuvieron voluntad para agradar a los tendidos de la plaza portátil, la tarde pasó más por las ganas de diversión de la concurrencia, que por los méritos de cada torero en el ruedo.

El rejoneador Felipe Vallina, inició el festejo ante un toro de buena presencia y armado pese a su condición de toro para rejones. El animal apretó poco a la cabalgadura de un nulamente toreado Felipe, que evidenció, precisamente, esa falta de actuación.

No fue una ocasión en la que se vio comprometido frente al toro que le apretó, incluso, impactándolo contra las tablas.

El rejoneador clavó hasta dos rejones de muerte en el toro, quizás debido sacar el primero para intentar tirarse a matar por segunda ocasión. Lo cierto es que ni así pudo, pues tuvo que bajarse del caballo para descabellar.

Tanto Federico Pizarro como primer espada y Uriel Moreno El Zapata, intentaron conquistar el aplauso de la afición reunida en el pequeño coso santanero, tarea que no fue nada difícil por la categoría que reviste una plaza de esta naturaleza.

No me atrevería a decir que la tarde fue una pachanga, los toreros salieron a hacer lo suyo, como siempre, a pegar pases, que no torear, aunque hay que decirlo, los toros no fueron materia prima adecuada para el lucimiento, para el toreo artista y arriesgado.

Dos conceptos distintos de torear, el de Federico más serio y clásico, y el de Uriel, un tanto alejado de lo ortodoxo, variado con banderillas y muleta, pero que también agrada un sector del populacho.

Es precisamente esa avidez de Uriel por gustar a los públicos, que en ocasiones –desde mi humilde opinión–, se excede en las florituras durante su faena. Saca todo el repertorio en una sola tanda, que se convierte en repetitivo y en ocasiones hasta predecible.

El juez de plaza, Manuel Ruiz García, fue muy condescendiente con los toreros. En sus dos oportunidades cedió ante la mirada retadora del torero nacido en la ciudad de México, para cortar una oreja por cada toro lidiado.

En tanto que para El Zapata, el premio fue excesivo en el primero de la tarde. Concedió los dos apéndices, el primero de ellos ante la evidente petición del público y después de una estocada en buen sitio que causó efectos mortales inmediatos. La segunda, fue porque ya no le quedó de otra, con lo que evidenció falta de criterio propio para calificar la faena, pues cedió a la rechifla de los asistentes.

El sábado, la gente se divirtió, prácticamente llenó la plaza para ver a uno de los hijos pródigos de la baraja taurina tlaxcalteca y a un torero que, al menos en el último año, ha resurgido más maduro y centrado en su concepto de toreo.

Si bien el arte de torear es subjetivo, pues cada aficionado y espectador vivirá y aceptará el espectáculo de forma distinta, lo que se ve en plazas de provincia está alejando de ser un festejo con toda la seriedad posible, comenzando desde los astados lidiados, hasta lo que ocurre, se dice y comenta en el graderío.

Mientras siga habiendo toros, nunca perderemos la esperanza de ver un espectáculo íntegro, que emocione y transmita a los tendidos, principalmente, a aquellos que extrañan el toreo verdad, el que no engaña a cambio de llenar los bolsillos, el que emociona y calma las ansias de una fiesta artística y peligrosa, en la que conviven de la mano la vida y la muerte.

El festejo del próximo domingo en el municipio de Tetla, se antoja atractivo, se lidiarán a muerte toros de ¡Piedras Negras! Serán lidiados en mano a mano, por el hidrocálido Arturo Macías El Cejas y el tlaxcalteca José Luis Angelino.

 

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