Recuerda que eres polvo
16 de febrero - 2015

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

Al comenzar el tiempo litúrgico llamado “cuaresma” se realiza un rito cargado de gran simbolismo. En cada iglesia se queman objetos sagrados de tela o palma bendita para tener ceniza que será colocada en la cabeza de los creyentes que escuchan con devoción la frase: “recuerda que eres polvo y al polvo volverás” o bien “arrepiéntete y cree en el Evangelio”. Ambas frases tienen como fondo la humildad. De hecho la primera frase está más cercana a un concepto etimológico de humildad que viene del latín “humus” y significa tierra. La referencia obligada es al segundo capítulo del génesis en el que Dios presentado de manera antropomorfa, toma un poco de barro y hace lodo, entonces con la mezcla de lodo y agua forma a un hombre, le sopla en la nariz el espíritu vital y comienza a vivir. Así, del polvo de la tierra y con el soplo divino comienza la vida del hombre.

El hombre se convierte en el ser más amado de la creación pues fue hecho a “imagen y semejanza de Dios” tal como refiere el capítulo primero del génesis, es por tanto, espíritu inteligente y libre como Dios, que para vivir en el mundo requiere de un cuerpo que posee sentidos como el ver, oler, oír, tocar, gustar y con ellos conoce y disfruta de este mundo en el cual fue puesto como Señor o Dominador, para cuidar y cultivar el mundo; “lo hiciste un poco inferior a los ángeles, pero lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies”, reconoce el salmista en el salmo número 8.

El hombre muchas veces pierde de vista su naturaleza de creatura y coquetea con la tentación de querer ser como Dios, querer divinizarse, pierde el piso y hasta exige le rindan culto. Así, los reyes de distintas épocas hicieron que les fueran construidas estatuas y que sus súbditos les rindieran culto como si fueran dioses. “El poder corrompe, y el poder absoluto, corrompe absolutamente” escribió Lord Acton. Cuando el hombre se descubre poderoso y se pone por encima de la creación, tiende a absolutizarse y se autodiviniza.

El salmista que se contempla a sí mismo y se descubre poderoso se pregunta en el salmo 8: “cuando contemplo el cielo obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, me pregunto: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder?”. Esto tal vez lo equivoque y lo llene de soberbia y de pronto se sienta no solo superior a todo sino igual a Dios y en algunos casos superior a Dios, tal y como lo intentó el constructor del Titanic que afirmó: “este barco ni Dios lo puede hundir”. De hecho en la narración del Génesis, la tentación que hace el diablo al hombre es: “serán como Dios, conocedores del bien y del mal”. Esta tentación es la que más les mueve el piso porque el deseo de divinizarse aparece muy ligado a la naturaleza humana, es la gran tentación.

En el mundo romano, cuando los Césares realizaban esos fastuosos desfiles en los que mostraban su poder, la gente los vitoreaba –obvio les daban pan y circo para el pueblo y el pueblo correspondía alabando al César- el Emperador iba en una elegante cuadriga y siempre llevaba junto a sí, a un esclavo que a lo largo del camino, mientras la gente lo vitoreaba y le rendía culto, el esclavo repetía casi al oído del emperador: “Cesar eres hombre, César eres hombre”.

Ante la tentación moderna de sentirnos superiores a los demás y no necesitados de Dios, de llenarnos de soberbia y generar la cultura de la indiferencia hacia “el otro”, bien nos viene este rito de la ceniza y escuchar las palabras: “recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. Esta expresión nos hará recordar efectivamente que somos polvo, o tierra y que siendo tierra no podemos ni sentirnos menos ni más que los demás. Ambos somos creaturas, ambos somos beneficiarios de las gracias de Dios.

Si yo soy tierra o polvo, en realidad no soy superior a nadie, entonces debo confesar que soy lo que soy, que tengo lo que tengo por la misericordia de Dios, por tanto, no tengo nada de qué presumir. Así tenga muchos bienes, tenga mucho poder, o pueda darme el máximo de placer, a fin de cuentas “solo soy un poco de tierra” y terminada mi estancia en este mundo, por más que busque la forma de alargar mi vida, por más que intente descubrir o crear el elixir de la eterna juventud, llegará el momento en que “retornaré a la tierra de donde salí, mientras el espíritu regresa a Dios de donde salió”, nos dice el Eclesiastés.

Tal vez para muchos, el darse cuenta de lo que son les cause tristeza, porque ansiando ser superiores, o permanecer más tiempo en el mundo se dan cuenta de que hagan lo que hagan, intenten lo que intenten, llegará el momento en que dejaremos de vivir y nuestro cuerpo se corromperá hasta ser reducido al polvo. Para otros, el descubrirse polvo los puede ayudar a vivir con humildad y saber que haga lo que haga, logre lo que logre, no lo hace superior a nadie porque nunca dejará de ser polvo. Verá a los demás como hermanos y se sentirá hecho con la misma pasta independientemente de estar vestido de traje o de manta, de tener títulos universitarios o no haber cursado ninguno, de tener muchos bienes o no tener ninguno, sabe que al final, ningún bien lo acompañará a la tumba y ahí donde se hermana el sabio y el ignorante, el rico y el pobre, el poderoso y el débil, ahí se pueden ver de igual a igual.

Reconocerse polvo es saberse creatura, con la grandeza de ser creado a imagen de Dios, pero con el reconocimiento de que Dios quiere que seamos como él: misericordiosos, perfectos, compasivos, llenos de amor especialmente por los más débiles. Ahí está la grandeza del hombre, en la búsqueda de imitación de Dios. Por eso, en esta cuaresma podremos cambiar de modos de pensar equivocados y regresar al camino correcto, tratar de parecernos más a Dios y desencadenarnos de aquellos cosas de la tierra que impiden ver hacia arriba y liberarse de lo que nos impide volar en libertad.