Las Antípodas: Orgulloso de ser politólogo
16 de agosto - 2017

Por Juan Manuel Cambrón Soria

“Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse” Tomás Moro

Provengo de una familia común y corriente como la de la gran mayoría de los tlaxcaltecas, de clase media baja, donde el esfuerzo cotidiano de los padres es lo que nos saca adelante con dificultades; tuve una infancia feliz viviendo en cuatro estados distintos y conociendo costumbres y gente nueva permanentemente. Mi adolescencia tuvo los sobresaltos habituales (el primer amor, la primera fiesta trasnochada, el primer cigarro, la primera borrachera, y algunas otras primeras veces). En general considero que fui un buen estudiante, de esos que hoy llamarían el clásico nerd; aunque en mi defensa debo decir que no me sentía así, o que más bien me esforzaba por ser un nerd popular (amable lector si soltó usted una leve carcajada o esbozo una sonrisa, asumo que será con justicia porque el término dudo que exista).

Cuando recién terminé mi preparatoria por allá de 1995 en el plante 10 del COBAT en Apizaco, me encontraba como cualquier joven de 17 años; extraviado, sin claridad, sin rumbo, con sueños nebulosos y miles de preguntas sin responder. Me debatía entre estudiar Derecho, Administración o Ciencias de la Comunicación, despertando en las mañanas con una incógnita permanente ¿cuál será mejor? ¿cuál me dará un futuro?

Fueron pasando los días y eliminé comunicación de mi endeble lista, ¿la razón?, que la oferta para esa carrera solo se encontraba en una universidad privada, imposible para mí y para mis padres desde luego, poder solventar el pago de una colegiatura. Siendo así, la Universidad Autónoma de Tlaxcala por ser pública se convirtió en mi ruta de salida.

Cerré entonces mi lista con dos viñetas y me aprestaba a salir al día “D”, que fue el día de solicitar la famosa ficha que marca tu destino, donde eliges carrera y te dan fecha para el temible examen de admisión (que no es otra cosa que la aplicación más bizarra de la teoría darwiniana de la ley de selección natural).

Recuerdo que antes de salir de casa mi padre me detuvo en la puerta; mi padre no es de muchas palabras ni de grandes muestras de afecto, es más bien un hombre sereno, que usa su experiencia en el momento justo y que con acciones te entrega su solidaridad. Con esa parquedad que lo caracteriza hasta hoy, al borde del pórtico (uso esta palabra para adornar la prosa, pero la verdad es que no teníamos pórtico, nuestro hogar es una casa pequeña de interés social con espacios reducidos) me tomó de los hombros, me miró con una seriedad fuera de lo común, de esas miradas que te anticipan que lo que escucharás no te gustará, esas donde el espacio que hay entre el silencio y la primera palabra se vuelven eternos, y me dijo “elige bien y suerte en tu prueba, deseo con todas mis fuerzas que te quedes, esta es la única oportunidad que puedo darte para que sigas estudiando, sino pasas, tendrás que trabajar”. Aún tengo presente esa sensación fría que produce el miedo a lo desconocido, la piel se me erizo, mis palpitaciones se duplicaron y una gota de sudor frio recorrió mis manos; sólo atine a decir “si pa”; un sí de esos que sabes que dices por compromiso, un sí inseguro pero que esperas deje tranquilo a tu interlocutor, un sí que puede ser un no, un no sé, o un “ya valió madres”.

Tomé la suburban que de Apizaco te lleva a Tlaxcala, el chofer manejaba como alma que lleva el diablo, como si huyera de un cobrador de Elektra, pero sin importar el movimiento y el trajín de esos 15 minutos de trayecto, lo único que cavilaba eran las palabras de mi padre y la duda inminente sobre qué demonios haré si no me quedo.

Una voz me devolvió a la realidad cuando pidió parada en Derecho; se me había pasado la parada anterior de CEA, así que decidí quitar por azar la opción de administración (creí que por algo pasan las cosas); así que ahora todo parecía más sencillo, sólo quedaba la viñeta que me encaminaba a tratar de ser abogado.

Caminé hasta la esquina que forman la Avenida Ribereña y , mi sorpresa fue mayúscula cuando observe dos filas muy disímbolas entre sí. La primera era larga, interminable, como si un mar de cabezas apilara una sobre otra, decenas de rostros apretujados por el sol inclemente. La otra, más corta, con no más de cien jóvenes, con la suerte de tener un par de árboles que le hacían sombra y con ello mitigaban el calor incesante. Entonces observe a un chico que se encontraba en la punta de la segunda fila, lo recuerdo bien porque tuvimos una gran amistad en esos años mozos, su nombre era Efraín D., le pregunté “¿por qué hay dos filas?” –respondió- “aquella, la otra, es para derecho, esta es para Ciencias Políticas”.

Mi ansiedad se desbordó, ya había leído de esa carrera, tuve folletos en mis manos sobre ella; traté de recuperar detalles de lo que había leído, sabía que en algún momento la había considerado y hacia mis adentros me preguntaba porque no la tenía en mi lista. Miré hacia ambos lados de la calle, confieso que pensé en utilizar el largo de filas como criterio para decidir. Finalmente, dejé que mi intuición, que esa voz interna que todos tenemos, que el destino o la corazonada más fuerte me guiarán…

Volví a preguntar “se forman como van llegando”, alguien de atrás exclamó socarronamente “No, es por promedio, los cerebritos y ratones de biblioteca van hasta adelante” –se escucharon risas burlonas y silbidos del respetable -. La respuesta me dio cierta tranquilidad, sabía que no me tocaría esperar demasiado, ocupé el segundo lugar de la fila, sólo detrás de Efraín D, que sonreía feliz por encabezar al grupo. También compartí su sonrisa, una especie de felicidad culposa; aunque debo decir que sólo fue por unos minutos, porque nos fue borrada de un plumazo cuando llegó Ariadna P. quien con voz tímida expresó, “donde van los que tenemos 10 de promedio”; todos voltearon de golpe y porrazo, hasta los de Derecho que encabezaban su fila no pudieron evitar la curiosidad de cruzar mirada con la joven insurrecta, se hizo un silencio escandaloso que rompieron los cuchicheos, y sin más ni más, pasó frente a todos y se formó en solitario en la punta.

Opté por Ciencias Políticas, la decisión más atinada de toda mi vida, me siento orgulloso de ser politólogo, de haber tenido mi casa por 5 años en esa escuela de la UAT, donde conocí amigos y compañeros entrañables. Ejerzo mi profesión con responsabilidad y con pasión, he explorado varias aristas de su amplia gama, y me siento pleno y contento por lo que esta noble carrera me ha brindado. En septiembre se celebra el día del Politólogo y la Licenciatura festejará un aniversario más, hago votos para que las nuevas generaciones encuentren rumbo y saludo a todos mis colegas que, con la misma pasión y devoción, trabajan día a día en diversas trincheras, poniendo en alto a la Ciencia Política.

Trivia

¿Alguien sabe por qué si en la lista de aprobados aparecimos 70 nombres; el primer día de clases había más de 130 en el salón?