A la Verónica: Cátedra Morantista
18 de diciembre - 2016

Por Gerardo E. Orta Aguilar

Aún se cimbran los cimientos de la Monumental Plaza México después de la faena que, por nota, ejecutó el español Morante de la Puebla el domingo 11 de diciembre a Peregrino, toro que, dicho sea de paso, careció de trapío.

En lo que va de la Temporada Grande no se había visto una faena de tanto alcance, es más, me atrevería a decir que ni si quiera en las más recientes temporadas, sólo algunas comparables con la de esa noche en La México.

Si bien podemos aplaudir y aún nos emocionamos por lo que hizo en el ruedo el oriundo de La Puebla del Río, el prietito en el arroz será siempre la escasa presencia de los toros en las actuaciones del ibérico.

Los toros rebautizados por un sector de la afición como Teofilitos, ofrecieron condiciones tanto a Morante, como a Manzanares y Gerardo Rivera, aunque aquel cuarto del festejo, superó a sus hermanos.

Un toro al que de salida, Morante le pegó sendas chicuelinas en el terreno de tablas, para después ponerlo al caballo también con excelsa maestría.

El toro no dio la pelea de un bravo. Sin embargo, a diferencia de su primero, Morante vio claridad para ejecutar un quite. Comenzaba a verle condiciones a Peregrino.

Desde ahí la afición rompió con el español. Lo que vendría después, quedará para la historia de La México.

La manera de llevarlo caminando desde el terreno de tablas con estéticos muletazos puso de pie a más de uno, y eso que apenas comenzaba la labor muleteril.

Conforme fueron pasando los minutos y las tandas, aquello se convirtió en una llamarada de arte, de esencia pura del toreo, de gitanería.

Lo mismo por naturales que por derechazos y cambios de mano, Morante no dudó ni un segundo en sacarle todo a ese Peregrino, toro que alcanzó llegar a la catedral del toreo en México y lo hizo en grande, aunque no olvidamos su escurrida presencia.

Absortas en la faena del vestido de malva y azabache, las gargantas en La México se desgarraron en cada pase en el que soñó el toreo.

La faena fue premiada con dos orejas por la asamblea que nutrió en gran medida los tendidos de la plaza, algunos pedían el rabo, pero qué importa cuando lo que ejecutó en el ruedo fue más que cualquier premio.

No he alcanzado a descubrir la extraña manera de vivir la fiesta de toros por parte de algunos aficionados.

Conozco más de un caso, en el que nada, absolutamente nada, satisface su exquisito paladar taurino. Cuando no es el toro, es el torero, cuando no es éste ni aquel, es el juez de plaza o la ganadería, cuando no es ninguno de estos elementos, hasta el cronista o la empresa es la culpable de su amargura.

Estoy de acuerdo en que, como buenos aficionados, tenemos que exigir la verdad en la fiesta, un espectáculo honrado y honesto, ¿pero será sano buscarle siempre lo negativo al mundillo taurino?

Quizás buscamos una fiesta que no existe, una fiesta utópica en la que el toro sea fiero y bravo a la vez. Que embista y genere peligro al mismo tiempo. Que existan toreros que le puedan a todo y que se acaben las trampas en los prolegómenos de una tarde de toros. No es posible, ni aquí, ni en España, en ningún lado tal vez.

Insisto, qué extraña manera de vivir la fiesta brava de algunos aficionados.

Hablando de aficionados, dedico estas líneas a un amigo, Arnulfo Alba. Morantista declarado y nostálgico seguidor de Rodolfo Rodríguez, El Pana, con quien compartí en La México codo a codo aquella faena de Morante de la Puebla que a todos en la plaza nos puso de pie.

 

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