La violencia contra la mujer
25 de marzo - 2015

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Ángeles Mendoza Arteaga*

En octubre de 2006, la ONU presentó el Estudio a fondo sobre todas las formas de violencia contra la mujer, que demuestra que existen obligaciones concretas de los Estados para prevenir esta violencia, para tratar sus causas (la desigualdad histórica y la discriminación generalizada), así como para investigar, enjuiciar y castigar a los agresores.

En el referido documento se establece claramente que la mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos como la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión. Las distinciones sociales sólo pueden estar fundadas en la utilidad común.

Así, el ejercicio de los derechos de la mujer sólo tiene por límites la tiranía perpetua que el hombre le ha impuesto; pero tales límites deben ser corregidos por las leyes. Todo lo que no esté prohibido por esas leyes no le puede ser impedido a la mujer; nadie debe ser obligado a hacer lo que la legislación no ordena.

Es fundamental tener la conciencia de que todas las ciudadanas y todos los ciudadanos, por ser iguales, deben ser indistintamente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según sus capacidades y sin más distinción que la de sus virtudes y sus talentos.

La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más preciosos de la mujer. La garantía de los derechos de la mujer y de la ciudadana implica una utilidad mayor; esta garantía debe ser instituida para ventaja de todos y no para utilidad particular de aquellas a quienes es confiada.

Es importante reflexionar que muchas de las mujeres que son violentadas en sus derechos humanos y que incluso lo permiten, lo aceptan o no hacen nada al respecto, tienen algún problema de baja autoestima.

La autoestima no es voluntaria, espontánea o natural, proviene de las condiciones de vida y de lo que cada una ha experimentado a lo largo de su existencia. Por lo tanto, la autoestima no es individual, sino social. Las mujeres suelen tener una valoración social inferior que la de los hombres y, por esa razón, la baja autoestima se encuentra más frecuentemente en mujeres, especialmente en aquellas que han crecido en una familia con roles tradicionales, donde se dan a menudo los malos tratos psicológicos a todos los miembros del género femenino.

Los maltratos no sólo son físicos sino también psicológicos: silencios, posturas, gestos, actitudes, expresiones, tonos de voz y miradas significativas o incluso negación de la mirada. Todas estas formas de maltrato interfieren y condicionan la autoestima. De hecho, está comprobado que la peor secuela psicológica de las víctimas de malos tratos es la baja autoestima, problema que llega a hacerlas perder su propia identidad.

Por lo tanto, es la familia, con sus modelos y sus tabúes, la primera influencia en la forma en que se percibe el propio ser. Más adelante, en la adolescencia, se empiezan a valorar los criterios culturales: cánones de belleza, valor, osadía, capacidad para controlar a los demás, etc. Estos criterios no son casi nunca favorables para las mujeres, de tal forma que es más común encontrar a mujeres con autoestima baja que a hombres, aunque éstos se hayan criado en el mismo ambiente e incluso en el mismo entorno familiar.