Fe y tradición
4 de agosto - 2014

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

Hay pocas ferias que logran amalgamar todos los elementos propios del hombre tal como lo hace la feria de Huamantla. El centro de la fiesta es la devoción a la Virgen de la Caridad. Una advocación que fue bautizada así por la tradición de servicio ya que en Huamantla cuyo patrón de fundación es San Luis Obispo, se fueron construyendo iglesias en torno a imágenes veneradas por los distintos barrios; así los barrios de San Lucas, San Sebastián, Santa Cruz, San Francisquito, entre otros. Cerca del convento franciscano de San Luis obispo y de la Parroquia del mismo nombre se construyó una hermosa barroca iglesia dedicada a la Virgen de la Asunción, cuya fiesta se celebra el 15 de agosto. En dicha iglesia se daba con regularidad alimentos a los pobres, medicina, ropa y ayuda que comúnmente se denomina “caridad” entre los cristianos. Así que poco a poco la expresión “vamos a que nos den caridad o ayuda” se fue convirtiendo en el lugar y por ende en el modo de llamar a la virgen de la asunción: La Virgen de la Caridad. Esto aunado a los favores a ella atribuidos, fue despertando la devoción y tal y como se acostumbra hacer en las fiestas de las comunidades y barrios, de hacer la procesión con la imagen del santo o santa patrona por las calles de su pueblo en la noche anterior a su festejo, se fue haciendo tradición que el 14 de agosto, se realizara la procesión en honor a la Virgen de la Asunción, ya llamada Virgen de la Caridad.

A solemnizar y embellecer más la procesión contribuyó el arte del pueblo que desde tiempos prehispánicos gustaba de ofrecer tapetes de flores a la diosa Xochitlquetzalli y que al llegar la cultura cristiana se fueron dedicando a las “nuevas deidades” traídas por los evangelizadores franciscanos. Así que en cada procesión de los santos pero especialmente de la Virgen de la Caridad, se comenzaron a confeccionar hermosos tapetes para adornar el paso de la imagen, elaborados con tierra blanca y flores de la flora regional. Actualmente se ha avanzado en los materiales y calidad de tapetes y alfombras incorporando coloración de arenilla, pintura en aserrín y viruta, flores naturales, material metálico, fruta, y otros materiales. La labor artesanal de los huamantlecos ha sido reconocida internacionalmente y se le ha denominado “patrimonio cultural de Huamantla”. El “arte efímero” como también se le llama, se puede apreciar día a día en las alfombras dedicadas a la virgen en el atrio de la basílica y en los kilómetros de tapetes que los vecinos elaboran al paso de la imagen bendita en la llamada “noche que nadie duerme” el 14 de agosto.

La confección del vestido de la virgen ha generado una hermosa tradición de bordadoras que desde hace ya 61 años se reúnen para plasmar verdaderas joyas del bordado y tejido que hacen que la imagen luzca esplendorosa. Cada vestido y manto tiene un profundo significado.

El pueblo que se organiza para presentar la ofrenda de sus manos a la Virgen de la Caridad, muestra el sentido de solidaridad que en este tiempo es más difícil mostrar porque los materiales son más caros y porque la situación económica no es halagüeña y sin embargo en cada calle existe gente generosa que aun haciendo corajes, no deja de pedir la colaboración de los vecinos e incluso de sus propios recursos logra que no se pierda la tradición. La tradición se ve reflejada en la participación de niños y jóvenes que se prestan a colaborar con los mayores en el diseño y ejecución de tapetes y alfombras. Cada alfombra que se elabora cuenta con la organización de un grupo grande de personas que colaboran desde meses atrás para juntar lo que se necesita en los gastos. Hay alfombras cuyo costo supera los cincuenta mil pesos pues incluye el material y la ofrenda de café, pan o tamales que se hacen para distribuir a lo largo de la noche. Esto no quita el que el grupo esté ahí presente para ayudar a deshojar la flor, acomodar los pétalos y para confeccionar la alfombra.

Huamantla desborda fe y tradición. Fe porque hacer lo que se hace y dedicar días enteros a confeccionar obras de arte que durarán apenas unas cuantas horas en un tiempo en que lo que impera es lo útil, no tiene otra razón que no sea la fe. Fe en que Dios está presente en las actividades de nuestra vida. Fe en que si Dios no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no cuida la ciudad, en vano vigilan los centinelas. Y el pueblo entiende que las cosas que se hacen por fe, valen mucho más porque están limpias de otros intereses. No hay posibilidad de tasar las obras de la fe, pues a ¿Cuánto en dinero equivale unas horas dedicadas a Dios? ¿Cuánto valen 10 kilómetros de tapetes y por qué gastar tanto dinero en una noche? La gente que pensara de manera utilitaria y pragmática, sin los ojos de la fe, no podría ni siquiera entender los por qué. La gente que actúa con sencillez, que lo hace inspirada por un sentimiento íntimo y profundo, entiende que esa acción trasciende y que por encima del valor económico existen otros valores que son más importantes. Ni siquiera es granjearse la bendición de lo divino, no se trata de intentar comprar la voluntad de Dios. Se trata de expresar la profunda gratitud de quien se reconoce creatura y trata de manifestar la felicidad de su religión, entendida como vinculación con el trascendente, con el absoluto. Y lo busca demostrar con las manifestaciones que le brotan desde lo profundo en forma de colores, imágenes, formas.

La tradición no es menos importante porque el verbo latino tradere que significa pasar de mano a mano o transmitir es un fenómeno que ha permitido la pervivencia de organizaciones, de instituciones y de expresiones que se han llamado costumbres. La forma de transmisión se va dando de padres a hijos, de mayores a menores, de adultos a jóvenes, permitiendo que lo que se hizo una vez se pueda repetir a lo largo de los años y de los siglos. Esto es lo que forma el llamado “espíritu de los pueblos” porque cada pueblo tiene sus propias tradiciones y solo quien entra en ellas puede entenderlas. Por eso, visto desde fuera, no es fácil captar las razones que tiene un pueblo para hacer lo que hace y cuando alguien quiere externar sus juicios desde fuera tendrá que ser muy respetuoso en los mismos pues las cosas tienen un rostro pero el fondo es diferente. Es como ver un iceberg que lo que se ve no es más que una pequeña parte del todo.

Huamantla presenta en su feria elementos que vale la pena reflexionar para poder disfrutar en todo su esplendor. Tal vez la primera y mejor actitud deber ser la de la simple contemplación para poder dar el paso a la reflexión y entrar en el misticismo que la envuelve. Ya otros elementos festivos de los llamados profanos, deben verse con otros ojos.