Maestro por vocación
19 de mayo - 2014

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

Cuando se habla de vocación se hace una necesaria referencia hacia al campo de la religión en la que se entiende la vocación como el llamado a un servicio trascendente. Vocación viene del verbo latino vocare que significa llamar. Así que quien siente una vocación, se siente llamado por alguien y el sujeto responde libremente ya sea aceptando el llamado o rechazándolo. Así como Jesús que “llamó a los que quiso para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar” según afirma el evangelista Lucas. En otro texto Jesús dirá: “no son ustedes los que me han escogido, soy yo el que los he llamado y los he destinado para que vayan y su fruto permanezca”. En toda la Biblia podemos encontrar llamados célebres como el de Moisés que en el monte Sinaí escuchará la voz de Dios en la zarza que ardía sin consumirse y ahí lo llamará a ser el libertador de su pueblo y el intermediario entre Dios y su Pueblo. O el de Jeremías que es llamado a ser profeta. En estos llamados, la respuesta no es ni fácil ni inmediata, hay un diálogo entre el que llama y el llamado. Moisés le pedirá que escoja mejor a su hermano Aarón y pone como razón el que Moisés es tartamudo y Aarón habla con soltura. Jeremías alegará que es apenas un muchacho. Dios no quita el dedo del renglón y le dirá a Jeremías: “no digas que eres un muchacho porque irás a donde yo te envíe y dirás lo que yo te diga”. Ni Moisés ni Jeremías lograron convencer a Dios de que no eran lo que Dios quería.

El llamado tiene conciencia de que no actúa por voluntad propia e incluso reconoce que no era decisión personal. Amós al ser interpelado por el sacerdote que le pide: “Vete de aquí profeta, vete a ganar el pan profetizando en tu tierra” a lo que Amós contestará: “Yo no era profeta ni descendiente de profetas. Yo era pastor y cultivaba higos, pero el Señor me tomó de detrás del rebaño y me mandó a predicar”, con ello les dejará en claro que no vive de ser profeta, simplemente cumple la vocación a la que ha sido llamado y si eso molesta a alguien, ni modo. La vocación implica el no ser aceptado ni reconocido pero esos son los riesgos de la vocación. Hay muchos que mueren cumpliendo su vocación.

Del lenguaje religioso se ha pasado a entender la vocación también en otros ámbitos como el de los oficios o el de las profesiones y para muchos, las aptitudes se convierten en signos claros de vocación; el gusto por hacer algo también se convierte en signo de vocación y de entre los servicios que se tiene en la sociedad el del médico y el maestro se vinculan con la idea de vocación. Todo es vocación dirán algunos pero el ser médico o el maestro requieren tener una verdadera vocación similar a la del sacerdocio.

Así, el médico y el maestro en las sociedades de hace unas décadas se acercan a la valoración que la gente le da al sacerdote por su identidad religiosa. El maestro comienza a tener una gran importancia en la vida de una comunidad, representa el saber, los valores del conocimiento y la imagen de honorabilidad. No es solo el que transmite conocimientos, se trata de una figura clave en la vida de una comunidad, es quien aconseja, quien impone respeto, quien ayuda a generar el progreso. Normalmente el maestro se quedaba a vivir en el pueblo, se hacía parte del mismo y la gente hacía lo que podía para que el maestro no pasara penurias.

Es cierto que siempre han recibido pago por sus servicios pero nadie tomaba eso en cuenta, es más, muchos posiblemente ni siquiera sabíamos eso. El maestro era un símbolo para la comunidad. Y su imagen estaba lejos de verse ligada al lujo o a la opulencia, más bien se ve como aquel que pasa penurias o apenas vive, pero jamás deja de verse honorable.

Mucho ha cambiado el mundo y la realidad respecto a la comprensión del ser y quehacer del maestro. Hoy parece más una profesión que una vocación. Se trata de una forma honesta de vivir y profesionalmente de desarrollarse. Las circunstancias de movilidad han permitido que los maestros ya no se queden en la comunidad, solo lleguen, cumplan con su tarea profesional y regresen a sus comunidades para convivir con sus familias. Por lo menos en lo que respecta a la realidad tlaxcalteca y a los maestros de nivel primaria que es la imagen del maestro más cercana a la vida de las comunidades.

Tal vez todo este cambio social unido a la evolución de la profesión del maestro, a las agrupaciones llamadas sindicatos, a la relación con los gobiernos, a esto y muchas cosas más se deba el que la imagen del maestro y su relación con el alumno haya cambiado en los últimos años y sólo se mire el pasado con nostalgia de aquellos tiempos que no regresarán.

El maestro sigue siendo clave en la vida de los niños y en su aprendizaje pero si se quiere mayor incidencia no se deberían olvidar los valores de la vocación. El que el maestro más que profesionista o profesional de la educación se sintiera como un auténtico vocacionado; que sintiera que ha sido llamado a una tarea trascendental, que rebasa la transmisión de conocimientos y que se centra en la figura del acompañante, de aquel que comparte la vida del alumno y que se convierte en luz para el caminar. Se trata de un verdadero pedagogo o sea de alguien que ayuda a caminar en el presente y para el futuro.

Tal vez los programas y el cumplimiento de los mismos se convierta en una de las principales trabas para promover la relación personal del maestro y del alumno, del maestro que genera confianza, que logra que el alumno le abra el corazón y el maestro genere tal confianza que puede no solo conocer la vida de su alumno sino su entorno, su familia y así llegar a la relación profunda, a la relación de vida más que profesional.

Hoy se requiere más la figura del transmisor de vida, de ideales, de valores que el de transmisor de conocimientos, aunque los conocimientos marquen la boleta de calificaciones y con ello la aprobación del alumno, pero la ayuda que más pueden ofrecer los maestros es la de aquel quien incide en la vida del alumno y le ayuda en su proceso de crecimiento, de madurez y de transformación. No debiéramos quedarnos en la nostalgia del pasado y valdría la pena que el maestro se sintiera maestro por vocación más que por profesión.