Quédate con nosotros Señor
4 de mayo - 2014

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

La realidad se presenta tan compleja que muchas veces puede que andemos apesadumbrados y creamos que todo se ha acabado. Hay un pasaje en el Evangelio de Lucas conocido como “los discípulos de Emaús” y está enmarcado en el atardecer del día de la resurrección de Jesús. Parece que son del grupo de los cercanos de Jesús pero no de los apóstoles, uno de ellos llamado Cleofás, del otro no se dice el nombre. Vivían en una pequeña población llamada Emaús o tal vez, tendrían allí unos familiares y ellos serían de la Galilea como la mayoría de los discípulos y esa aldea solo les serviría como descanso en su retorno a la Galilea.

El caminar de los discípulos es triste, entre ellos el diálogo muestra su sentir porque se ve que su preocupación y tristeza se da en razón de una esperanza más social que religiosa pues ellos refieren su esperanza en ver a Jesús como libertador de Israel. De hecho los discípulos en varias ocasiones hicieron preguntas a Jesús sobre el caso: “¿Ahora si ya vas a restablecer la soberanía de Israel?” o incluso llegaron a tener serias disputas sobre quién de ellos ocuparía lugares claves; algunos de ellos se aventuraron a pedir la intervención de su madre: “Concédeme que mis dos hijos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu reino”, cosa que suscitó la molestia y el reclamo de los demás apóstoles. De muchas maneras Jesús trató de decirles que la liberación no era liberación política, que el Mesías no sería un jefe político que reuniría un poderoso ejército y expulsaría a los romanos y establecería un reino que duraría por mil años, tal como lo esperaba la conciencia colectiva de un pueblo sojuzgado por muchos pueblos poderosos a lo largo de su historia.

Los dos discípulos regresaban apesadumbrados a su vida ordinaria. Seguro el pesar de la muerte de Jesús no era tan grande como el pesar de ver perdidas sus esperanzas tanto de liberación como de ubicación en algún puesto de poder político, ahí cercanos al maestro, gozando de las mieles del poder.

En el regreso de las ilusiones perdidas se les acerca un forastero que aparentando no saber nada, les pregunta sobre su plática e inmediatamente le cuentan la tristeza que los embarga. Jesús resucitado si toma el punto del Mesías y les reprocha: “insensatos y duros de corazón”. La insensatez es la distorsión de los sentidos. Cuando debiendo percibir correctamente se distorsiona lo percibido y a pesar de ver, no se mira y a pesar de oír no se escucha y a pesar de sentir no se experimenta. Los discípulos habían visto mucho, habían escuchado mucho, habían estado mucho con Jesús pero no alcanzaban a captar correctamente el mensaje y distorsionaban la enseñanza de Jesús. La dureza de corazón muestra la falta de sensibilidad, esa dureza no permite experimentar. No por nada en las bienaventuranzas Jesús dice: “Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios”. La limpieza o sencillez de corazón permite ver a Dios; esos discípulos tenían el corazón tan duro que eso les impedía ver a Dios y su mensaje.
Después del reclamo de Jesús, se dio tiempo para irles explicando paso a las escrituras en las que se hablaba de la verdadera misión del Mesías y poco a poco los fue catequizando de tal manera que cuando llegaron al lugar al que se dirigían, Jesús hizo señas de que seguiría de largo y ellos le dijeron: “¡Quédate con nosotros porque ya es tarde, y pronto va a oscurecer!” si bien se trata de una invitación propia del deber hospitalario muy arraigado en el Oriente Medio, dicho gesto se convirtió en la ocasión privilegiada para darse a conocer “al partir el pan”.

Ellos descubrieron la presencia de Jesús resucitado que de inmediato desapareció de su vista y entonces vinieron las reflexiones: “¡Con razón nuestro corazón ardía mientras nos hablaba por el camino, y nos explicaba las escrituras!”.

Experimentar a Jesús en la vida de cada uno de nosotros puede no ser fácil, tal vez nuestros ojos estén vendados o bien estemos siendo “insensatos y duros de corazón” para entender la obra y misión de Jesús. Pero seguramente él se tomará el tiempo y el cuidado de irnos explicando las escrituras y partirá el pan para nosotros, solo debemos dejar que nuestro corazón se sensibilice y se deje tocar por Dios, es cuando necesitamos que se realice lo que dice el profeta Ezequiel: “¡arrancaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne!”
Tenemos que decirle a Jesús: “¡Quédate con nosotros!”. Esta expresión le dio la oportunidad al Papa Benedicto XVI al inicio de la reunión en Aparecida Brasil de hacer una oración hermosa que vale la pena poder decir también nosotros:
“Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc 24, 29).

Quédate con nosotros, Señor, acompáñanos aunque no siempre hayamos sabido reconocerte. Quédate con nosotros, porque en torno a nosotros se van haciendo más densas las sombras, y tú eres la Luz; en nuestros corazones se insinúa la desesperanza, y tú los haces arder con la certeza de la Pascua. Estamos cansados del camino, pero tú nos confortas en la fracción del pan para anunciar a nuestros hermanos que en verdad tú has resucitado y que nos has dado la misión de ser testigos de tu resurrección.

Quédate con nosotros, Señor, cuando en torno a nuestra fe católica surgen las nieblas de la duda, del cansancio o de la dificultad: tú, que eres la Verdad misma como revelador del Padre, ilumina nuestras mentes con tu Palabra; ayúdanos a sentir la belleza de creer en ti.

Quédate en nuestras familias, ilumínalas en sus dudas, sostenlas en sus dificultades, consuélalas en sus sufrimientos y en la fatiga de cada día, cuando en torno a ellas se acumulan sombras que amenazan su unidad y su naturaleza. Tú que eres la Vida, quédate en nuestros hogares, para que sigan siendo nidos donde nazca la vida humana abundante y generosamente, donde se acoja, se ame, se respete la vida desde su concepción hasta su término natural.
Quédate, Señor, con aquéllos que en nuestras sociedades son más vulnerables; quédate con los pobres y humildes, con los indígenas y afroamericanos, que no siempre han encontrado espacios y apoyo para expresar la riqueza de su cultura y la sabiduría de su identidad. Quédate, Señor, con nuestros niños y con nuestros jóvenes, que son la esperanza y la riqueza de nuestro Continente, protégelos de tantas insidias que atentan contra su inocencia y contra sus legítimas esperanzas. ¡Oh buen Pastor, quédate con nuestros ancianos y con nuestros enfermos. ¡Fortalece a todos en su fe para que sean tus discípulos y misioneros!