A la Verónica: Adiós Rodolfo
12 de junio - 2016

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Por Gerardo E. Orta Aguilar

«Cansado de ser un cuerdo mediocre, me dio por ser un loco genial»… Rodolfo Rodríguez El Pana.

Pasarán muchos años y generaciones para que la fiesta de los toros en México pueda disfrutar a un matador como Rodolfo Rodríguez El Pana. Siempre elegante, garbo, juncal, gitano, con aroma taurino, así recordaremos al longevo torero apizaquense.

Cientos de personas, aficionados y curiosos lo aclamaron en su vida, dentro y fuera del ruedo. El sábado siete de junio a las cuatro de la tarde, fue ovacionado, pero en esa ocasión, salió de su plaza, La Monumental de Apizaco, con los pies pa´lante.

Las escenas de su llegada a Apizaco fueron una estampa antigua. Sus seguidores, apostados alrededor del féretro, reflejaron simplemente el momento: la muerte de un torero.

Sólo El Pana, que no Rodolfo Rodríguez, tuvo el atrevimiento, el descaro, los cojones para dedicarle un toro a las daifas, meserinas, meretrices, prostitutas, suripantas, buñis… sólo él y sus ansias eternas, de novillero.

Sólo él, como los toreros antiguos, añejos y reposados con los años, pudo plantarse ante cualquier chalao que quisiera taparlo del mundillo taurino y traer por varios años, diría yo que, hasta su muerte, la herencia maldita de un torero regiomontano que lo borró del espectro taurino.

El brujo de Apizaco, dejo este mundo convertido en un auténtico ídolo popular, ídolo del pueblo. Como salido de una novela romántica taurina, Rodolfo siempre llamó la atención donde quiera que se parará. Yo no sé si algún día la afición a los toros en Tlaxcala, México y el orbe taurino, puedan ver nuevamente a un torero como él.

A diario se le veía por la plaza de toros de Apizaco que lleva su nombre, resguardada por una escultura que dejó mucho qué desear desde su instalación, y que hoy, luce vieja, sucia… olvidada.

El singular personaje paseaba todo el tiempo por las calles, a pie, siendo reconocido por la gente en todos lados, lo mismo en el mercado Guadalupe de su natal Apizaco, que en la tahonera donde ejerció uno de sus tantos oficios, La Guadalupana, en la calle 2 de abril y avenida Xicohténcatl.

Era común verlo por la zona de Santa Anita Huiloac, en los portales del centro de la ciudad de Tlaxcala, siempre acusando afición, vestido como maletilla. Unas veces elegante, otras, simplemente en el desparpajo.

En la memoria de la afición quedará aquella tarde mágica del siete de enero de 2007, un soberbio trincherazo calmó el alma de la afición, ávida de una tarde de toros que refrescara a una desgastada fiesta brava.

Recuerdo que desde mis primeras apariciones en una plaza de toros, como espectador evidentemente, y llevado –como muchos­–, de la mano de mis padres, uno de los primeros toreros que comencé a disfrutar, fue a El Pana.

Desde entonces ya era un tipo polémico, distinto a todos los demás de su época, lo mismo causaba chunga en sus actuaciones, que generaba enojo y gusto por sus maneras en el ruedo.

La singular forma de colocar banderillas, sus desplantes frente al toro y la resurrección de suertes antiguas, fue decantando mi predilección por ese toreo.

En alguna ocasión pude coincidir con él en una corrida de toros. Él iba de paisano, con sombrero negro y paliacate al cuello. No pronunció palabra alguna, más allá del intercambio dialectico con uno que otro inoportuno que le molestaba en su pasividad, mientras observaba el transcurrir de la corrida. El Pana hasta como aficionado era solemne.

A Rodolfo Rodríguez se le extrañará en demasía, lo mismo que a su personaje novelesco de El Pana.

Ahora que la moda pareciera estar de lado de los “toreros fresas”, atrás ha quedado el romanticismo en la fiesta brava, las aventuras de los torerillos valientes, reyes de la legua como lo fue el de Apizaco.

Toreros con hambre, con sed de justicia para los de su percha. Toreros hechos con base en las humillaciones, hambres, sed y noches sin más techo que el cielo estrellado.

Él mismo lo dijo: antes, el torero quería torear para comprarle la casa a la madre; hoy, para poder torear, hay que vender la casa de la madre.

Hasta siempre Rodolfo Rodríguez González.

 

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