Lo pasado en el pasado
14 de marzo - 2016

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

El domingo que tuve la oportunidad de escuchar varias veces las lecturas de misa me llamó sorprendentemente la insistencia a “dejar el pasado”, a “olvidar lo pasado y mirar hacia adelante”. San Pablo expresa: “He dejado las cosas pasadas atrás y ahora miro hacia adelante y lucho por el premio prometido”. Sin embargo, la escena más impresionante es ante la mujer adúltera y Jesús Exclamando: “Yo tampoco te condeno, vete y no vuelvas a pecar”.

Impresionante porque qué difícil es perdonar. Hay mucha gente que se llena de rencor, de envidia, de odio y va endureciendo el corazón de tal manera que va haciendo del odio su “modus vivendi”. Todo le molesta, todo le fastidia, todo le revuelve el corazón. Hay gente que simplemente con verla ya le está generando animadversión y uno le pregunta: “¿Qué te hizo?” y ella contesta: “Nada pero simplemente me cae mal” “la detesto” “es más la odio” “me choca”. Hay gente que sin darse cuenta ha hecho en su corazón un caparazón, ha convertido su corazón en una piedra y nada le está bien.

Por eso, escuchar las lecturas diciendo “hoy hago nuevas todas las cosas”, “olviden lo pasado”, por más que las experiencias hayan sido negras y de mucho sufrimiento, “levanta la vista y mira: hay nueva luz en el camino”. Todo eso, levanta el ánimo y hace retomar fuerzas de camino. Está bien, tal o cual persona me falló, me engaño, me agredió, habló mal de mí, me hizo la vida imposible, todo eso pudo haber pasado, pero, ¿Quién está libre de culpa? ¿Quién no ha fallado? ¿Quién no se ha equivocado? ¿Quién no la ha regado?

Si todos fallamos, si todos nos equivocamos, pues más vale la pena, hacer un alto y decir: “yo tampoco te condeno” o ¿Quién soy yo para condenar? Tal vez, yo esté en iguales circunstancias o esté más equivocado que aquella persona a la que yo condeno. Es difícil, porque duele lo que me ha hecho, pero si quiero vivir en paz, necesito ponerme en paz conmigo mismo y decir: “te perdono”. Perdonar libera, perdonar hace que se sienta una descarga de una loza que andamos cargando de modo inconsciente, perdonar descansa. Mucha gente que llega a perdonar llora, y no llora lágrimas de dolor o tristeza, llora lágrimas que los místicos llaman “lágrimas dulces”, lágrimas de gozo y alegría, porque ha logrado quitarse la piedra de encima, ha logrado como dice el profeta Ezequiel: “Arrancaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne”.

Una vez liberado de las ataduras del pasado, puede alguien comenzar a mirar hacia adelante, porque quien se encuentra anclado en el pasado se priva de la posibilidad de ver lo que el futuro le tiene por delante. Ha dejado de martirizarse con el pasado, ha dejado de señalar a personas causantes de sus dolores y desgracias y se abre a la posibilidad de sentir, su corazón ya es de carne, o sea, ya es sensible y por eso puede apreciar lo bello de la vida.

Dejar el pasado en el pasado es disponerse a trabajar por alcanzar las metas que se proponga para el futuro, ya nada le estorba, las cadenas que lo amarraban a ese pasado tormentoso han quedado atrás y ahora con libertad puede caminar hacia adelante.

La gente que se libera del pasado no es que olvide o se ciegue ante lo pasado, sino que simplemente decide que no debe ser estorbo para el presente y menos para el futuro. De hecho del pasado se aprende, del pasado mirado con gratitud se saca innumerables satisfacciones pero sabe que queda ahí como tesoro, pero un pasado gris y tormentoso, que castiga en lugar de gratificar es el que hay que desterrar porque no solo estorba sino que se convierte en obstáculo para vivir a plenitud.