Francisco “el pobre”
6 de octubre - 2014

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

Pocas figuras tan significativas en el santoral católico como lo es San Francisco de Asís, llamado “el pobrecito”. Un personaje muy querido y con reconocimiento no solo en el mundo católico sino por otras religiones e incluso por no creyentes. Las razones son muchas pues San Francisco se ha convertido en un ícono que motiva a la reflexión ante la problemática social y ecológica con su mensaje de paz y de fraternidad.

En un tiempo como en nuestro, donde valores como el placer, el poder, el tener  y el consumo se enseñorean en todos los estratos de la sociedad, pues no se trata de valores que afectan solo a las clases poderosas sino a todas las personas independientemente de su nivel económico. La presencia de Francisco aparece con una clara enseñanza: Él tenía todo, tenía poder, riqueza, fama, y se daba una vida como de junior de su tiempo. Gastando y mal gastando el dinero de su padre. Eso sí, tenía buen corazón porque trataba de ayudar siempre al necesitado, pero lo hacía con el dinero de su familia, cosa que le reclamó su mismo padre y llegado el momento le promovió un juicio civil en el que le cobraba todo lo que había dado a los pobres. Teniendo todo renunció a ello. Este hecho siempre me ha impresionado, el Evangelio relata en el llamado de los primeros discípulos que dejando su barca, sus redes, su pesca y a su familia se fueron siguiendo a Jesús: “Dejándolo todo lo siguieron”. Se podría decir que lo que dejaron los primeros discípulos no era gran cosa, pero para su tiempo se trataba de un buen patrimonio. Francisco dejó sus posibilidades de vivir una vida alejada de la pobreza y sin embargo opta por vivir pobre. En nuestro tiempo constatamos la existencia de millones de personas pobres. Solo en México los pobres son más de la mitad y un gran porcentaje vive en la miseria. Imaginemos que se tiene todo para vivir y de pronto por voluntad propia se renuncia a todo, además su renuncia no es resignada sino alegre.

Francisco vivía la alegría de optar por ser pobre, por abandonarse a la Providencia de Dios, a confiar que siempre habría quien le ofreciera un mendrugo de pan, que tenía por techo el cielo y que bastaba con lo mínimo para vivir. Impresionante la escena en plena plaza de Asís en la que se desnuda y entrega a su padre un rico comerciante su ropa y comienza a vivir en el abandono a la providencia. El obispo lo cubrirá con su capa y luego se pondrá una túnica pobre que poco a poco se convertirá en el hábito franciscano.

¿Quién de nosotros ha sentido la experiencia del desprendimiento? No digo de la carencia porque seguro que todos hemos sabido lo que es no tener cosas básicas, tener hambre, querer comprar objetos, y sin embargo, no tenemos cómo adquirirlos, pero tener esas posibilidades, y renunciar a ellas por opción y además hacerlo con total alegría, es algo que seguro sorprende y no puede uno no reconocer el valor de esa persona. Francisco decide vivir la pobreza y sentir el abandono no como carencia sino como libertad. Curiosamente vivimos atados a nuestros deseos de poseer, de poder, de gastar. Desde pequeños los niños aprenden a vivir en el consumo. Apenas tienen unas monedas corren a la tienda a comprar cualquier cosa, pues salen de la casa sin saber qué quieren comprar, salen con la única consigna de gastar lo que llevan, o sea, de comprar algo. El mundo de los adultos vive también con la obsesión de comprar, de gastar y por eso atiborramos los centros comerciales buscando comprar algo. Me da risa cuando en la caja la empleada pregunta: ¿Encontró usted lo que buscaba? Si a veces ni idea tengo de qué es lo que quiero comprar. O cuando anda uno en esas tiendas y muy atenta se acerca la dependiente y pregunta: ¿Busca usted algo en especial? o ¿Le puedo ayudar a encontrar lo que anda buscando? Y la respuesta: No gracias solo ando viendo. ¿Qué anda uno viendo? Pues algo que comprar porque igual que a los niños, nos quema las manos el tener dinero.

Aun cuando toda forma de renuncia es difícil, seguramente debe ser más fácil renunciar a no tener, porque a fin de cuentas renunciamos a aquello que no tenemos y que nadie sabe si podríamos tenerlo o no. Sería algo así como la zorra en la fábula de Esopo que renuncia a las uvas después de saltar y saltar hasta que cansada exclama: “al fin que están verdes” y se retira. Pero renunciar a algo que se tiene, sea cual sea el bien, siempre será más difícil, por eso, es admirable Francisco porque teniendo todo lo que cualquiera aspira, y dándose la vida que se daba, de pronto porque dice que recibió una inspiración, hace su renuncia.

Tal vez nosotros sin llegar a la santidad de Francisco, igual podríamos hacer ejercicios de renuncia y nos haría bien el sabernos capaces de renunciar, de no caer en las redes de la mercadotecnia o del consumo y aun cuando podamos adquirir un bien o algún producto de los que normalmente consumimos, podamos decir: “hoy no” o “éste no” pero decirlo con convicción, con alegría sin caer en depresiones por no tener aquello que queremos.

Es difícil que esta propuesta sea bienvenida porque siempre buscaremos justificantes de que lo necesitamos, de que casi nunca lo tenemos o de la tentación de dejarlo para otra ocasión. Además es difícil enfrentar a una publicidad agresiva que a todas horas y por distintos canales te está diciendo: compra, compra.  En casos de éstos habría que recordar al joven Francisco y su vida de pobreza pero eso si lleno de riqueza de otras cosas que con gusto compartía porque se trataba de un joven enamorado de la vida que vivía una sencillez tan grande que lo hacía capaz de disfrutar cada día de todas las cosas.

Solo así se explica el por qué le llamaba hermano o hermana a todos los seres de la creación y de por qué alababa a Dios por todas las creaturas. Así podemos entender sus ganas de ser instrumento de Dios para llevar luz donde haya oscuridad o de llevar amor ahí donde hubiese odio. Solo así podemos entender su vida como un mensaje porque decía que siempre había que predicar y algunas veces habría que utilizar la palabra, tratando de explicar que la vida de cada uno es un mensaje permanente y lo es más que las palabras.