17 de abril - 2016
Por: Gerardo Orta Aguilar
Cobradiezmos fue el bravo toro con el que se encumbró por una tarde el torero español Manuel Escribano, emocionando a todo el orbe taurino que sigue creyendo en la bravura como el principal argumento en contra de las trampas recurrentes en nuestra deteriorada fiesta mexicana.
El toro de Victorino Martín nos demostró que la bravura aún es posible. Que aún se puede confiar en la decencia de los criadores de ganado bravo, que en torno a la bravura gira todo el mundillo taurino.
Aquel toro fue asombroso, planeaba, surcaba la arena con los belfos y sus manos parecían las ruedas que cruzaban como un ferrocarril sobre un riel imaginario.
Poco a poco fue enterándose de la pelea el cuarto de la tarde. El saludo capotero de Escribano fue alegre, vistoso, dinámico.
En la suerte de varas, el español lo dejo acudir de muy largo, algo raro de ver en la moderna tauromaquia de aquí y allá. El toro llegó en dos tiempos y dio intensa pelea tras un puyazo arriba.
Como acotación, recordemos que en la fiesta contemporánea se prefiere el piquetito, la brevedad, más que la pelea y el castigo.
El protagonista máximo de la fiesta brava es el toro. Si este se respeta y se garantiza, el espectáculo cobrará verdad y sus ejecutantes se legitimarán con triunfos obtenidos con base en argumentos sólidos y un colaborador a la altura de las circunstancias.
Ciertamente, hay toreros que no entienden a los toros, les queda grande lidiar a un bravo, pero si se le sabe aprovechar, toros como Cobradiezmos, son los que encumbran a una figura de la tauromaquia.
En México aún falta mucho por preservar el toro verdadero, con edad y peso reglamentarios. El trapío no está en las carnes que presente el astado, pues bien, ¿cuántas veces hemos visto auténticos novillos engordados anunciados como toros con toda la barba?
No vayamos lejos, las empresas que organizan tardes de toros en Tlaxcala ya le tienen tomada la medida a la afición que, no obstante los petardos ganaderos y empresariales, siguen colmando plazas como la de Apizaco, Tlaxcala, y Huamantla.
Si bien no se trata de estar en contra de todo y a favor de nada como muchos exquisitos aficionados lo hacen, sí hay que criticar los vicios de la fiesta.
Pero cuando tenemos una fiesta empantanada en intereses económicos, que no artísticos ni culturales, ¿se podrá defender el espectáculo acudiendo a la plaza?
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