Jubileo en Tlaxcala
9 de noviembre - 2015

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

Hace cerca de quinientos años, aquí en territorio de Tlaxcala nacieron tres niños que han pasado a la historia de la iglesia como los primeros mártires del nuevo mundo. Mártir es aquel que es testigo de una fe, de una convicción y su fe es tan fuerte que puede testimoniar con su vida lo que cree.

Los mártires fueron para la Iglesia católica los primeros testimonios de credibilidad de que la resurrección de Jesucristo era verdad. Así el Diácono Esteban muere apedreado diciéndoles a los fariseos: “veo el cielo abierto y al Hijo del Hombre (Jesucristo) sentado a la derecha de Dios”, haciendo con esto la referencia a la profecía de Daniel cumplida en Jesús. Después de él, murió también Santiago y luego siguieron muchos más.

En América al llegar los primeros evangelizadores, en lo que hoy es México y especialmente en Tlaxcala, la manera de evangelizar fue la creación de escuelas. En el Antiguo Señorío de Ocotelulco, se estableció el primer convento en las casas de Maxixcatzin y ahí se fundó la primera escuela. A ella acudieron los niños hijos de los “principales” y algunos de sus servidores. De Atlihuetzia llegaron los hijos del Cacique Acxotecatl Cocomitzi, considerado un gran guerrero y entre ellos un pequeño que luego de recibir su formación, escogió el nombre de Cristóbal. De Tizatlan llegó el nieto de Xicotencatl “el viejo” y su servidor Antonio.

Tres cosas ocuparon la acción apostólica de Cristóbal:

1) la lucha contra la idolatría y la afirmación del único Dios. Así que hoy nos vendría muy bien su mensaje ante la llamada por el Papa francisco “idolatría del dinero” que en lugar de que se ocupe para servir, se diviniza y se pone al hombre abajo de él y en dependencia del mismo: “tanto tienes, tanto vales” hemos llegado a afirmar.

2) la poligamia. Cristóbal decía a su padre que solo debería tener una sola esposa. Hoy su mensaje nos llamaría a la fidelidad y respeto a la palabra de fidelidad dada a una mujer o a un hombre delante de Dios y fortalecer a la familia. Hasta de broma se dice que los únicos hombres fieles son los “fieles difuntos”.

3) la embriaguez. En aquel tiempo era el pulque, hoy hay formas de adicciones que esclavizan al hombre, que lo embrutecen y lo degradan. Alcohol, drogas, sexo, se han convertido en las formas nuevas de adicción o de embriaguez.

Antonio y Juan, junto con otro niño de nombre Diego aceptaron acompañar al monje dominico Fray Bernardino Minaya en su camino de evangelización rumbo a Oaxaca. Llegando a la zona de Cuauhtinchan acatando las órdenes de los religiosos legaban a los caseríos y recogían las imágenes de las divinidades. Un día que no estaban los frailes, llegaron los nativos y tomaron a Antonio y Juan y los apalearon hasta matarlos, arrojando su cuerpo a un barranco. Testigo de esto fue Diego que logró esconderse y contemplar la escena, misma que relató a los frailes. Los frailes rescataron los cuerpos de los pequeños y los llevaron al convento de Tepeaca para darles sepultura.

Antonio y Juan mostraron su convicción de fe cuando al aceptar acompañar a los religiosos fueron advertidos por Fray Martín de Valencia, superior del Convento sobre los peligros que enfrentarían e incluso la posibilidad de morir. Ellos inmediatamente contestaron: “Padre, en esta semana nos has platicado que crucificaron a San Pedro, que decapitaron a San Pablo, que desollaron a San Bartolomé, así que si Dios se sirve de nuestras vidas, lo haremos con gusto”.

Este sábado 14 de noviembre cerramos el jubileo por los quinientos años del nacimiento de estos niños, martirizados Cristóbal en 1527 y Antonio y Juan en 1529. Ellos fueron beatificados por el Papa Juan Pablo II el 6 de mayo de 1990 y esperemos que pronto sean canonizados.

El sábado 14 viviremos la experiencia de fe desde las 8:30 am en el seminario de Tlaxcala en la que el Nuncio Apostólico, el Cardenal Norberto Rivera y muchos obispos más unidos a varios miles de tlaxcaltecas tendremos la oportunidad de recordar con gratitud la fe y el testimonio de estos niños que tendrían unos doce o trece años cuando recibieron el martirio y quienes a pesar de su corta edad y sin miedo a los sufrimientos nos dejaron ejemplo de una fe firme y sincera. Ojalá que todos reunidos ahí busquemos imitar algunas de sus virtudes y sean propuestos como modelos de la niñez de nuestra patria porque como dijo el Papa Benedicto XIV en la Plaza de la Paz de León Guanajuato a miles de niños ahí reunidos, hay mucho que aprender de ellos.