3 de agosto - 2015
Pbro. Ranulfo Rojas Bretón
La llegada del año 2000 y el inicio del tercer milenio, además de significar un cambio de época, también está significando una época de cambios y a diferencia de otras épocas los cambios están siendo vertiginosos. Carlos Marx decía que el cambio de conciencia social se da: “por aquellos pequeños e imperceptibles movimientos en el comportamiento humano”. Y es que en aquella época, los cambios sociales se daban de manera lenta e imperceptible, así, al paso del tiempo, las cosas iban cambiando hasta que sin darse cuenta la gente ya tenía otro comportamiento y por tanto, la conciencia social se movía.
Hoy la globalización ha hecho realidad la profecía Kantiana de la “aldea global”, en la que según Emmanuel Kant, las naciones tendrían que agruparse e irse interrelacionando hasta llegar a crear una confederación de naciones que permitiera enfrentar los problemas comunes con acciones comunes. Un intento de eso ya lo fue desde 1948 la ONU.
La globalización tiene como rasgo fundamental la comunicación “aquí y ahora” en tiempo real, con lo que todos podemos estar enterándonos de lo que sucede en cualquier parte del mundo sin importar la distancia y lo que es más fundamental, los efectos de un hecho en cualquier parte del mundo puede afectar a todos los demás países por muy lejos que se encuentren. Casos como la “crisis griega” que puso a temblar a Europa pero que también afectó a los demás países entre ellos México. Esta red de intercomunicación ha generado no solo la intercomunicación de noticias, también de bienes y productos y por supuesto, también de modos de pensar y de actuar.
La globalización en este tiempo posmoderno ha generado valores nuevos y consecuentemente también otros “valores” –así con comillas- que han provocado efectos muy lamentables en la constitución de las distintas sociedades. El mundo está estructurado en una red que a semejanza de las súper carreteras llevan y traen de un lado a otro y es tal el vértigo que difícilmente uno puede tener tiempo para asimilar todo lo que pasa. Todo se polariza y se fragmenta, de tal manera que es casi imposible mantener visiones de la realidad y del mundo, estructuradas y fuertes. De hecho todo tiene influencia de todo y se convierte en una madeja difícil de desatar.
La economía, la política, la cultura y la misma religión han vivido la experiencia de verse vulneradas por vientos de cerca y de lejos. La globalización hace conocer modos de pensar y de actuar de muchas partes del mundo que fomenta la crítica a las instituciones y a los comportamientos del país de uno mismo y es el caso de la crítica que se hace a lo que México vive, porque podemos conocer lo que se vive en otros lugares.
La religión no se salva de la crítica y con los “valores” de la posmodernidad como los derechos humanos, el feminismo, la ecología, la libertad, el indigenismo, la democracia, la igualdad, la libertad religiosa y especialmente la desacralización de las personas y las instituciones, se quiere ver a la religión especialmente la católica y sus estructuras, sus métodos y las personas con el mismo lente con el que se ve a las demás instituciones humanas.
Los conceptos de lo “light”, de lo “fast” y de lo “cool” permea esta época y se quiere que todo sea así como se quiere vivir. Los términos citados expresan convicciones de que la vida se debe de vivir manera “relax” sin complicaciones ni esfuerzos y menos con sacrificios o mortificaciones. Curiosamente, estos, son parte de los conceptos propios de la espiritualidad cristiana y por eso la posmodernidad termina rechazando la necesidad de una religión así de dura y según la gente con este espíritu “con una religión ya pasada de moda” porque lo “in” es el disfrute y el placer.
Tal vez por esto, hablar de la cruz, del sacrificio, de la entrega, del radicalismo, de la donación, sean cosas que escandalizan a la gente de este tiempo que creen que la vida es para disfrutar y para experimentar el placer y el bienestar, de ahí que aun en la religión se esté cayendo en “religiones a modo”, “religiones ligth” en las que todo se puede, todo se vale, en las que no hay restricciones, ni dogmas, ni moral, en las que el criterio es la persona, haciendo realidad el axioma de Protágoras: “la medida de todo, es el hombre”, y con ello significar que todo y solo lo que le venga bien al hombre eso será el criterio de verdad. De hecho a nivel social así ha pasado y ha habido una desacralización tremenda de la sociedad. Y le llamo “desacralización” en analogía con la religión, porque instituciones y comportamientos que eran pilares de la sociedad, simplemente se han fracturado. El hombre posmoderno no quiere sacrificio, no cree en lo estable y duradero, ni en los procesos de tipo “agrícola”. Quiere todo rápido y fácil; fácil se hacen novios, fácil se casan, fácil se divorcian, fácil se embarazan, y si no quieren tener a su hijo, pues fácilmente lo abortan y todo ello, con el aval de la ley. El mismo adulterio que era causal de divorcio ya ha dejado de serlo y entonces se convierte en una práctica permitida y no sancionada por la ley, en perjuicio de valores sociales como la fidelidad.
Esto que pasa en lo social, el hombre de este tiempo también quisiera que sucediera en la religión. De hecho muchos se han creado su propia religión también ligth. Es como si entraran al supermercado, tomaran su carrito y pasaran por los distintos pasillos de la religión y fueran echando en “su” carrito, todo aquello que les acomoda sin importar si vienen del Zen, del Yoga, del Catolicismo, del Budismo, de la New Age, del Espiritismo, de la santa muerte, en fin, de todos lados donde quiere, con la condición de que no le impongan Dogmas, Credos, y todo lo que brote de ellos como normas, ritos, formación, disciplina, pertenencia, obligaciones.
El hombre del tiempo quiere una religión desacralizada, sin mandamientos, sin normas, sin orden, sin jerarquía, sin credo. Según piensan, todo esto genera tensión y atenta contra la libertad que debe uno tener aun en el aspecto religioso. Según, la religión debe partir de lo íntimo de la persona y no debiera violentarse con preceptos y menos con exigencias. La pertenencia a una religión sería una decisión muy libre y personal y el modo de vivir la religión debe ser muy personal. A esto han ayudado novelas que muchos han querido presentar como libros de historia en los que según se descubre una religión católica de corte carismática sin tener nada que ver con una jerarquía que hoy se critica y que se quisiera desapareciera.
Los reclamos contra la Iglesia Católica son en este tenor: que se acepte a las mujeres en el sacerdocio; que se elimine el celibato sacerdotal; que se reconozcan las uniones homosexuales como matrimonio; que se acepte el divorcio; que los casados, separados y vueltos a unir, puedan vivir su vida sacramental incluyendo la posibilidad de volverse a casar; temas como este y otros incluyen la idea de la desacralización de la religión, en virtud del deseo de libertad que siente el hombre se debe respetar por encima de todo. Hoy parece que según la mentalidad posmoderna ya no debiera haber nada sagrado y todo debiera ser profano.

