20 de noviembre - 2025

Por Mauricio Hernández Olaiz
Si algo han demostrado los gobiernos de la Ciudad de México y el federal después de las marchas del 15 de noviembre es que la realidad es opcional, sobre todo cuando aparece grabada en alta definición y desde treinta ángulos distintos.
Porque ahí estaban las imágenes —que muchos manifestantes difundieron— mostrando momentos que diversos colectivos han señalado como uso excesivo de la fuerza. Pero, según la narrativa oficial, esas escenas no pasaron. O pasaron distinto. O pasaron en un universo alterno donde las cámaras estaban conspirando.
Uno pensaría que, con tanta promesa de cambio, este gobierno encontraría una manera más… innovadora de negar lo evidente. Pero no. Prometieron ser diferentes y, con admirable disciplina, han logrado serlo únicamente en el eslogan. Área por área, asunto por asunto, van tachando la lista completa de prácticas que juraron desterrar. Y ahora llegó el turno de las manifestaciones, ese noble ejercicio democrático que ellos mismos convirtieron en deporte olímpico durante años.
Antes marchar era un derecho. Ahora, dependiendo de quién marche, es casi un atrevimiento. Antes, cuestionar al poder era una misión patriótica. Hoy, señalar sus contradicciones es, curiosamente, “provocación”.
La ironía sería deliciosa si no fuera tan predecible: quienes perfeccionaron, usaron y hasta industrializaron la protesta social ahora la tratan como si fuera un estorbo hídrico que hay que desazolvar. Quienes llenaban avenidas para reclamar arbitrariedades hoy actúan con la misma rigidez que tanto criticaron. Y lo peor: ni siquiera parecen notarlo, porque la memoria selectiva es uno de los grandes lujos del poder.
Pero hay un pequeño detalle que sí cambió, y no para su beneficio:
Antes, la evidencia se perdía; hoy, la evidencia se multiplica….
Cada manifestante es una cámara. Cada marchista es una videoteca digital. Cada teléfono es un archivo histórico portátil. Y ante esa avalancha de registros, declaraciones y discursos, el relato oficial —ese que intentan sostener con la convicción de quien defiende la existencia de los unicornios— simplemente no aguanta.

Es ahí donde entra el dueto protagonista de esta tragicomedia:
la dama que gobierna la ciudad y la dama que gobierna el país, ambas esforzándose por demostrar que dos voces repitiendo lo improbable no lo convierten en verdad, pero sí en espectáculo.
Mientras la población ve videos, ellas ven “percepciones”. Mientras los ciudadanos hablan de excesos, ellas hablan de “protocolos”. Mientras la realidad se exhibe en 4K, ellas siguen transmitiendo en blanco y negro.
Al final, lo que queda claro es que el discurso oficial se estrella contra la realidad del siglo XXI: una realidad que se graba, se comparte, se analiza, se ralentiza, se viraliza… y se recuerda.
Y ante eso, la narrativa del poder no sucumbe: simplemente hace el ridículo con más nitidez.
@olaizmau
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