28 de octubre - 2025

Pensar, decir y hacer: responsabilidad de la 4T
Por Vicente Morales Pérez
El mundo ha vuelto la mirada a Tlaxcala. El reconocimiento que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) otorgó al sistema agrícola Metepantle como Patrimonio Agrícola Mundial no solo honra a la tierra tlaxcalteca: honra al pueblo que la trabaja y la protege.
El Metepantle no es una técnica cualquiera. Es una herencia viva, un sistema ancestral donde conviven el maguey, el maíz, el frijol y la calabaza. Un modelo agrícola que captura agua, protege el suelo y alimenta sin destruir. Una verdadera lección de sostenibilidad milenaria que hoy el mundo reconoce como ejemplo.
En los surcos del Metepantle late la sabiduría de generaciones que entendieron algo esencial: que la tierra no se posee, se cuida; que no se domina, se comprende.
Y esa sabiduría, nacida en los campos tlaxcaltecas, se convierte hoy en un símbolo global de esperanza y de equilibrio con la naturaleza.
El Metepantle es una joya viva de la ingeniería agrícola mesoamericana, nacida de la sabiduría campesina tlaxcalteca. Su esencia está en las barreras de piedra construidas con precisión milimétrica, siguiendo las curvas naturales del terreno, una técnica conocida como curvas a nivel. Estas terrazas detienen la erosión, conservan la humedad y evitan que la lluvia arrastre los nutrientes. A ellas se suman zanjas e hileras de maguey, guardianes del suelo y del agua, que protegen los cultivos del viento y ayudan a mantener la fertilidad.
El sistema se completa con los cultivos asociados, una lección ancestral de biología aplicada: las leguminosas —como el frijol, el haba o el ayocote— capturan nitrógeno del aire y lo fijan en el suelo, mientras las gramíneas, como el maíz, lo aprovechan para crecer con vigor. Así, sin fertilizantes ni agroquímicos, el Metepantle logra un equilibrio natural que alimenta y regenera. Cada piedra colocada, cada semilla sembrada, representa un pacto silencioso entre el ser humano y la tierra, una ciencia empírica heredada y perfeccionada a lo largo de generaciones.
En tiempos donde el cambio climático altera los ciclos naturales, el Metepantle cobra una vigencia extraordinaria. Los campesinos tlaxcaltecas siguen observando los signos del cielo, el movimiento de las nubes y los vientos de la canícula, ese periodo de calor intenso que anuncia escasez de lluvias. También confían en las cabañuelas, esa lectura sabia de los primeros días del año que permite prever el comportamiento del clima. Son conocimientos antiguos, pero profundamente científicos: observación, registro, comparación y experiencia. Así, la comunidad campesina no solo cultiva la tierra, sino que cultiva el tiempo.
Mientras el mundo busca soluciones tecnológicas a la crisis ambiental, el Metepantle demuestra que la respuesta ya existe en la memoria del campo. Su combinación de ingeniería natural, biodiversidad y observación climática es una guía para enfrentar la desertificación y la pérdida de suelos fértiles. En sus curvas de piedra, en sus magueyes erguidos y en la sabiduría del campesino que mira el cielo antes de sembrar, se encuentra una lección profunda: el equilibrio con la naturaleza no se impone, se comprende.
Por eso, el reconocimiento de la FAO al Metepantle como Patrimonio Agrícola Mundial no solo celebra una técnica, sino una manera de mirar la vida. Es el reconocimiento a una cosmovisión donde el hombre no domina la tierra, sino que dialoga con ella, donde la ciencia y la tradición se dan la mano, y donde la agricultura no es explotación, sino gratitud. Tlaxcala no solo conserva un sistema agrícola: conserva una filosofía, un modo de entender el mundo que une pasado, presente y futuro en una misma semilla.
El reconocimiento al Metepantle llega en un momento histórico. México, bajo el liderazgo de la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo, impulsa un modelo de desarrollo basado en el humanismo y la justicia social. Su gobierno ha acompañado a las comunidades rurales con sensibilidad y cercanía, apoyando la preservación de los saberes campesinos y vinculando las políticas públicas con la sabiduría del pueblo. Este reconocimiento no se entiende sin esa visión: la de un gobierno que ve en el campesino no a un beneficiario, sino a un maestro.
El Metepantle se suma así a las chinampas de Xochimilco y a la milpa maya de Yucatán como uno de los tres sistemas agrícolas mexicanos declarados Patrimonio Agrícola Mundial por la FAO. Y Tlaxcala, el estado más pequeño del país, demuestra una vez más que la grandeza no se mide en territorio, sino en conciencia y en historia.
El Metepantle no solo conserva la biodiversidad: preserva la memoria.
Cada maguey sembrado es una lección de resistencia; cada milpa, un acto de fe en el futuro.
Este reconocimiento internacional es también un llamado a seguir protegiendo lo que somos: un pueblo que vive de su tierra, pero también para su tierra. En tiempos donde el mundo busca soluciones frente a la crisis ambiental, Tlaxcala ofrece una respuesta desde su raíz.
El Metepantle enseña que el futuro se cultiva con respeto y con sabiduría, con manos campesinas y con corazón de pueblo.
Hoy, el planeta reconoce en Tlaxcala una lección milenaria de equilibrio y esperanza. Y en el eco de ese reconocimiento resuena el mensaje más profundo de la Cuarta Transformación:
que el desarrollo no significa destruir lo antiguo, sino transformar lo valioso en un nuevo comienzo.
Vicente Morales Pérez
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