22 de febrero - 2016
Pbro. Ranulfo Rojas Bretón
Después de la visita apostólica del Papa Francisco puedo afirmar que efectivamente me quedé “empapado” (término coloquial que utilizamos cuando la lluvia moja toda nuestra ropa) pues ver a Francisco, escucharlo, sentir su presencia me dejó exactamente así: “lleno de él”, gratamente impresionado y apenas dándome el tiempo de reflexionar y rumiar sus gestos, sus palabras, su modo de celebrar, su capacidad de encuentro con cada persona, su intimidad en sus momentos de oración.
Cada uno de los episodios de su visita, merecen reflexiones aparte y englobando toda la visita nos deja con un sabor muy agradable, pues la emoción, los sentimientos, los mensajes y homilías son un patrimonio que nos ha dejado.
Efectivamente no traía la varita mágica, ni intentó solucionar los problemas de nuestra patria, simplemente vino a hablarnos al corazón de todos y de cada uno, a decirnos que somos un gran pueblo, multicultural, con una gran historia, con muchas riquezas, una la más importante son nuestros jóvenes, a quienes si bien animó y motivó, no les “sobó el lomo” intentando adularlos. Nos dijo en Morelia, que no debemos caer en la tentación de la resignación, “Una resignación que nos paraliza, una resignación que nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino; una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras «sacristías» y aparentes seguridades; una resignación que no sólo nos impide anunciar, sino que nos impide alabar, nos quita la alegría, el gozo de la alabanza. Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar”.
Nos habló de no perder la memoria, de recordar que somos un gran pueblo y que caminamos sobre hombros de gigantes, que nos invita a “estar en primera línea” a “primerear” a luchar por un México, por el que soñamos, Así lo dijo en Ecatepec: “Quiero invitarlos hoy a estar en primera línea, a primerear en todas las iniciativas que ayuden a hacer de esta bendita tierra mexicana una tierra de oportunidad. Donde no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar; donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos.
Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte”.
En Morelia nos dijo que no perdiésemos la capacidad de soñar: “para que esta riqueza, movida por la esperanza, vaya adelante, hay que caminar juntos, hay que encontrarse, hay que soñar. ¡No pierdan el encanto de soñar! ¡Atrévanse a soñar! Soñar, que no es lo mismo que ser dormilones, eso no, ¿eh?”. En Ciudad Juárez volvió a invitar a soñar: “Quiero invitarlos a soñar, a soñar en un México donde el papá pueda tener tiempo para jugar con su hijo, donde la mamá pueda tener tiempo para jugar con sus hijos. Y eso lo van a lograr dialogando, confrontando, negociando, perdiendo para que ganen todos. Los invito a soñar el México que sus hijos se merecen; el México donde no haya personas de primera, segunda o de cuarta, sino el México que sabe reconocer en el otro la dignidad de hijo de Dios”.
Hay mucho que hacer y eso es muy claro, también nos habló del compromiso con un futuro, con un México para nuestros herederos. En Ciudad Juárez nos dijo: “¿Qué mundo queremos dejarles a nuestros hijos? Creo que en esto la gran mayoría podemos coincidir. Este es precisamente nuestro horizonte, esa es nuestra meta y, por ello, hoy tenemos que unirnos y trabajar. Siempre es bueno pensar qué me gustaría dejarles a mis hijos; y también es una buena medida para pensar en los hijos de los demás. ¿Qué quiere dejar México a sus hijos? ¿Quiere dejarles una memoria de explotación, de salarios insuficientes, de acoso laboral o de tráfico de trabajo esclavo? ¿O quiere dejarles la cultura de la memoria de trabajo digno, de techo decoroso y de la tierra para trabajar? Las tres “T”: Trabajo, Techo y Tierra. ¿En qué cultura queremos ver nacer a los que nos seguirán? ¿Qué atmósfera van a respirar? ¿Un aire viciado por la corrupción, la violencia, la inseguridad y desconfianza o, por el contrario, un aire capaz de generar –la palabra es clave–, generar alternativas, generar renovación o cambio? Generar es ser co-creadores con Dios. Claro, eso cuesta”.
Mucho por leer y por releer y sobre todo por aplicar en nuestra vida personal, eclesial y social.

