28 de diciembre - 2025

Por Ana Lilia Rivera Rivera
Cuatro días después del 24 de diciembre, cuando el bullicio de la Nochebuena ha quedado atrás y la ciudad recupera lentamente su pulso habitual, la Navidad entra en una fase distinta. Las luces siguen encendidas, pero con menos prisa; los encuentros se vuelven más breves y el silencio gana espacio. Es en este momento, lejos del ruido y más cerca de la reflexión, cuando la Navidad revela su sentido más profundo.
Estos días posteriores invitan al balance. No al balance frío de cifras o listas, sino a una revisión íntima y colectiva de lo vivido. ¿Qué dejamos en los otros durante el año que termina? ¿Qué tipo de huella estamos construyendo en nuestras familias, en nuestras comunidades, en el país? Pensar la Navidad desde este punto nos obliga a ir más allá de la celebración y a mirar nuestras decisiones cotidianas.
Sembrar es el primer acto. Sembrar implica intención y paciencia. Se siembra cuando se tiende la mano sin esperar recompensa inmediata, cuando se apuesta por el diálogo en lugar de la descalificación, cuando se elige la cooperación por encima del egoísmo. En lo social, sembrar significa fortalecer los lazos comunitarios, invertir en educación, en bienestar y en oportunidades reales. Nada de eso produce frutos de inmediato, pero todo ello construye futuro.
Después viene la cosecha. Cosechar no siempre es cómodo, porque implica reconocer resultados. En lo personal, cosechamos afectos, aprendizajes y también consecuencias de nuestras omisiones. En lo colectivo, cosechamos los efectos de las decisiones que como sociedad hemos tolerado o impulsado: mayor cohesión o fragmentación, confianza o desánimo, inclusión o exclusión. La calma posterior a la Navidad nos permite mirar estos frutos con mayor honestidad, sin la urgencia del día a día.
Sin embargo, sembrar y cosechar no bastan si no existe la disposición a defender. Defender valores, derechos y acuerdos básicos de convivencia. Defender la dignidad humana, la justicia social y el bien común. Defender no es imponer, sino sostener con firmeza principios que permiten la vida en comunidad. En tiempos de desgaste institucional y polarización social, defender lo que nos une es una forma de responsabilidad cívica.
El Año Nuevo se asoma como una frontera simbólica. No es un borrón y cuenta nueva, pero sí una oportunidad para corregir el rumbo. Entre el cierre de un año y el inicio del siguiente, se abre un espacio de decisión: qué prácticas dejamos atrás, qué aprendizajes conservamos y qué compromisos estamos dispuestos a asumir. La esperanza, entendida así, no es ingenua ni pasiva; es una elección consciente que exige coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Mirar hacia adelante con esperanza implica reconocer que el futuro no se construye solo desde lo individual. Requiere responsabilidad compartida, instituciones sólidas y una ciudadanía activa. Sembrar confianza, cosechar estabilidad y defender la cohesión social son tareas que demandan constancia y participación.
Que estos días posteriores a la Navidad nos encuentren con la serenidad suficiente para reflexionar y con la voluntad necesaria para actuar. Que al cerrar el año tengamos claro qué queremos seguir sembrando, qué frutos aspiramos a cosechar y qué valores estamos dispuestos a defender sin ambigüedades. Porque más allá de las fechas y los rituales, el verdadero sentido de estas celebraciones está en la capacidad de transformar la reflexión en acción y la esperanza en compromiso duradero.
Senadora de la República por el Estado de Tlaxcala
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