Lorena: la gobernadora que lo entregó todo… menos resultados
11 de diciembre - 2025

Por Mauricio Hernández Olaiz

Hace una semana, previo su Lore fest con motivo de su cuarto año de gobierno, la gobernadora Lorena Cuéllar decidió regalarnos un epitafio anticipado:

‘Me siento muy feliz, soy una mujer afortunada y satisfecha. Entregué todo: mi vida, mi salud, mi tiempo, mi amor… todo lo que soy está entregado a mi estado. Seguiré trabajando por Tlaxcala y por México con el mismo compromiso de siempre.

Cuando uno escucha ese cuasi mantra,  no se sabe si reír, llorar o pedir un traductor emocional. Porque desde que su ambición la empujó a querer ser gobernadora sabía perfectamente lo que se jugaba en ese tablero: tiempo, desgaste, renuncias, y, sobre todo, reputación. Nadie la empujó a la silla. Nadie la obligó. Fue su capricho, su apuesta y su responsabilidad.

Ahora, que venga a recitarnos el inventario sacrificial como si todos fuéramos su terapeuta colectivo resulta, por decir lo menos, insultante. Peor todavía cuando dice haber entregado ‘su amor’. No sé a qué amor se refiere, porque en público siempre luce acompañada y, lejos de un sacrificio, lo suyo parece una relación estable y funcional. Tal vez hablaba de otra cosa, o de alguien más, o simplemente necesitaba completar la frase para que sonara épica.

Pero el verdadero problema no es la exageración dramática, sino la confesión involuntaria: si en verdad entregó vida, salud, tiempo y amor, entregó demasiado para tan magros resultados. Si puso todo lo que tenía, el saldo es todavía más grave, porque confirma que su “todo” no alcanzó para nada.

La gobernadora podrá dar las maromas discursivas que desee, podrá decir misa y hasta canonizarse en cadena nacional, pero la historia no es piadosa con el autoengaño. La historia no escucha discursos: lee resultados, y en ese rubro, Lorena Cuéllar no pasa de la planta baja. Ni siquiera alcanza el primer piso; su administración se acomoda, sin estorbar, en el sótano.

Fracasó en casi todos los rubros, y digo ‘casi’ porque en uno sí brilló: eventos, festejos, fiestas y celebraciones.

En eso sacó matrícula de honor.

Pirotecnia, artistas, ferias, alfombras rojas, fotos con celebridades; ella no gobernó un estado, administró una agenda de espectáculos. No en balde, su administración es conocida como la de la pirotecnia: mucha luz, mucho ruido, poco contenido.

En todo lo demás —seguridad, economía, desarrollo social, infraestructura, gobernabilidad— los resultados son brutales, no por opinión, sino porque los datos fríos desnudan la incompetencia que su aparato de propaganda intenta maquillar a balazos de optimismo.

Y aunque es cierto que contó con un gabinete de pena ajena: improvisados, ególatras, funcionarios de poca monta con aspiraciones de virrey, no hay que perderse en la maleza. Fueron su elección, su apuesta, su gente. Ella los reclutó y los sostuvo, pese a los tropiezos, pese a los ridículos, pese a los escándalos.

Y cuando cambió a algunos, el resultado fue peor, casi una competencia interna por ver quién derrumbaba más rápido lo poco que quedaba en pie.

Hubo quienes no llegaron a trabajar por Tlaxcala, sino por su agenda personal, por su bolsillo y por el horizonte de negocios que una posición pública siempre ofrece a los que saben mover piezas. Qué casualidad que algunos pensaran no en hoy, sino en garantizar ‘el futuro’, incluso para dos generaciones.

El error fue no hacerlo con discreción, fue el hambre, no la inteligencia. Aquí todos sabemos quién juega por el negocio y quién juega por el estado. No hace falta decir nombres: el olor es suficiente.

Lorena Cuéllar asegura que sacrificó mucho. Puede ser. En lo personal, quizá sí. Pero en materia de administración pública, desarrollo estatal, seguridad y bienestar, el sacrificio fue inútil, porque no hay un solo logro sólido que pueda contarlo con orgullo. Y para otras cosas —las que no se presumen en un informe— seguramente los resultados sí fueron exitosos.

La historia, que no es sentimental, no recordará a sus asesores, ni a su gabinete, ni a sus operadores, ni a sus socios circunstanciales.

La historia apuntará directo a ella.

Sin distractores, sin pretextos, sin cómplices exculpatorios.

Porque en esta narrativa no hay un villano paralelo, no hay un poder oculto, no hay un enemigo interno que la saboteó:

Ella fue la responsable.

Ella tomó las decisiones.

Y en esa cosecha, el balance es contundente:

No gobernó para transformar, gobernó para administrar la apariencia.

Tlaxcala se merece, por lo menos, la honestidad del reconocimiento:

Una gobernadora que lo apostó todo y perdió.

No porque el reto fuera imposible, sino porque su compromiso con Tlaxcala fue más pequeño que su ambición…ella en su informe brindó todo un espectáculo de cuento de hadas, simplemente porque nada de lo que dijo existe.

Sin duda disfrutó del discurso en la ciudad de la risa, en donde la falacia fue protagonista, en donde sus argumentos, para ella válidos y convincentes, en realidad son erróneos y engañosos, buscando como siempre embaucar a los ciudadanos de Tlaxcala, que basta decir que a estas alturas ya no le creen, ya no confían en ella.

Mientras tanto,  que siga celebrando sus fiestas, pues ya le quedan pocas.

Incluso que siga presumiendo su ‘entrega total’.

Tarde o temprano, el espejo histórico la ubicará donde corresponde: en el sótano, como la peor mandataria que ha tenido este estado en toda su historia….Seguramente no tendrá jamás monumentos, pues de haberlos, serían vandalizados, sobre todo en el #8M…

Y ese juicio no necesita pirotecnia.

@olaizmau

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