12 de noviembre - 2024
Por Camila Tornel
Recientemente, una imagen captó la atención de Tlaxcala y todo México: Ana Lilia Rivera, senadora autollamada lopezobradorista, apareció flanqueada por asistentes que le cargaban la bolsa y una sombrilla bajo la lluvia.
Esta escena se convirtió en un claro reflejo de las ironías que rodean a la austeridad republicana que pregona el gobierno de Morena, pues en teoría se promueve una política de recortes, eliminación de lujos y sacrificios para la nación, pero la imagen evidencia cómo la realidad política se distancia de la narrativa oficial.
La senadora tlaxcalteca es, sin duda, una de las voces más visibles de Morena en Tlaxcala, pero a pesar de que los ciudadanos esperan ejemplos de sencillez y humildad, en especial de quienes hacen caravana con la llamada Cuarta Transformación, la fotografía de una figura política que necesita asistencia para manejar su sombrilla no pudo evitar la lluvia de críticas en redes.
Sencillamente, cómo puede conciliar la senadora su mensaje de cercanía con el pueblo con este tipo de escenas que demuestran que el poder y el dinero la han cambiado. La ironía no pasa desapercibida.
Mientras se predica la austeridad, la soberbia se manifiesta en gestos que parecen recordar a los privilegiados de tiempos pasados, más preocupadas por el protagonismo personal que por las causas sociales.
En este tipo de circunstancias, no solo se pone en duda la autenticidad de Ana Lilia Rivera, sino también su capacidad de mostrar coherencia entre lo que dice y lo que hace.
No cabe duda que el desencanto crece cuando los gestos de los representantes, lejos de acercarse a la gente, alimentan la distancia entre los discursos y la realidad.
No es cuestión de un simple accidente o un mal día, son los pequeños detalles los que, muchas veces, revelan la verdadera naturaleza de un liderazgo.
En un contexto donde el pueblo clama por ejemplares de sencillez y honestidad, estas contradicciones resultan criticables.
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