17 de noviembre - 2022
Por Felipe Hernández Hernández
Durante los procesos electorales los aspirantes a los diversos cargos públicos buscan por los medios más inverosímiles acercarse a los ciudadanos, ganarse su simpatía y obtener su respaldo para ser electos; algunos lo hacen a través de canciones o bailes, como bailarines o cantantes, otros resaltan el “apodo” con el que son más conocidos, pero también por medio de frases o dichos que buscan asentarse en el pensamiento de los electores. Los menos lo hacen mediante propuestas serias o alternativas viables para atender las necesidades sociales.
Sin embargo, una vez que acceden y obtienen el deseado cargo, colocan una distancia con los ciudadanos, es decir entre gobernantes y gobernados, y el propósito de ser servidor público se olvida y se convierten en funcionarios públicos.
Si bien el término de funcionario público se utiliza para denominar a las personas que ostentan un cargo en la administración pública federal, estatal o municipal que implica poder tomar decisiones y manejar recursos, humanos, materiales, tecnológicos y/o financieros, la Ley Federal de Responsabilidades Administrativas y las respectivas leyes estatales coinciden en nombrarlos solo como servidores públicos.
El significado llano de la palabra funcionario público se refiere a la persona que tiene un empleo en el gobierno federal, estatal o municipal con cierto nivel de jerarquía, y que puede disponer de recursos para cumplir con las funciones que se le encomiendan. Pero también se puede interpretar como la persona que hace que las cosas funcionen en el gobierno o hace funcionar al aparato gubernamental para resolver las necesidades colectivas.
Ser funcionario o servidor público implica que debe ajustar su conducta a un código de comportamiento y de ética, de modo tal que se distinga por su honradez, probidad y con pleno respeto a los ciudadanos y a la propia institución que representa.
Desafortunadamente, esto no ocurre en la mayoría de los casos y los funcionarios o servidores disponen de los recursos públicos como si fueran propios para resaltar su figura política en la búsqueda de nuevas oportunidades laborales.
Como ejemplo de lo anterior se observa que pintan los edificios públicos con los colores de su partido, en bardas, puentes, barandales o cuanto lugar sea posible, pero también pintan los vehículos que utilizan para proporcionar los servicios públicos de limpieza, seguridad, transporte, o bien para uniformar al personal de su dependencia con chalecos, chamarras o playeras; en fin, en cualquier medio posible, sea físico o electrónico, colocan su nombre o los colores de su partido.
Algunos se exceden todavía más en este propósito y lo que eran simples slogans de campaña o inventivas frases para acercarse a los electores, los convierten en principios, ejes rectores, normas jurídicas y fundamentos filosóficos de su gobierno.
Un ejemplo de lo anterior se encuentra en la ciudad de San Luis Potosí, donde a principios de este año, el gobierno municipal pintó las patrullas de la policía de seguridad pública con colores verde fosforescente combinado con negro y las rotuló con la palabra POLISíA, cuando los ciudadanos le señalaron su falta, el Presidente Municipal lo justificó diciendo que “Escribir POLISíA con ‘S’, no es falta de ortografía, es una filosofía”.
Al escuchar esta justificación y decir que es una filosofía que está implantando en la ciudad como una manera de decir que sí pueden hacer las cosas, que están erradicando el ‘no’, el ‘no es posible’, uno entiende porque los políticos y los partidos políticos gozan del más bajo reconocimiento y confianza ciudadana.
En esta ciudad, los ciudadanos recuerdan que, durante el proceso electoral como candidato, la hoy autoridad municipal, tuvo como eslogan de campaña el “Sí por San Luis” y “La ciudad del Sí”, no como filosofía, solo era una frase creativa. Cuantos casos más habrá a lo largo y ancho del territorio nacional.
Las autoridades una vez en el cargo se deslindan de reconocerse como políticos y actúan como iluminados donde su palabra es la única voz autorizada por lo que los demás tienen que plegarse a sus deseos, caprichos u ocurrencias.
Tal vez la mítica frase del partido hegemónico sigue prevaleciendo en nuestros días cuando la autoridad pregunta a sus subordinados, qué hora es, ellos contestan, las que usted diga señor. ¿O los cambios son para que nada cambie?
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