Acuerdo por México
7 de abril - 2020

Por Fernando Tamayo

Andrés Manuel López Obrador esperó prácticamente toda su vida para poder lograr la Presidencia de México, por más de 18 años caminó una y otra vez todas y cada una de las poblaciones de nuestro país en busca de generar esa empatía, ese apoyo y esa aprobación que le permitiera gobernar a todos los mexicanos.

En 2006 acusó el robo de la elección e instauró un “gobierno legítimo”, en 2012 señaló a la “mafia del poder”, al “neoliberalismo” de ser los artífices una vez más de su fracaso para alcanzar la silla del águila.

En 2018 el hartazgo social resultó ser el catalizador que permitiera una aplastante y contundente votación a favor del tabasqueño.

Quienes votaron por él y su proyecto alternativo de nación bautizado como la 4T consideraron que ahora sí el momento del gobierno del pueblo y para el pueblo había llegado. Que las grandes corporaciones, que los cacicazgos, los amiguismos, la corrupción e impunidad por fin serían extraídas de las entrañas de un México con hambre y con sed de justicia.

Muchos, incluido el que escribe, dimos el beneficio de la duda a quien con prácticas poco ortodoxas se convirtió en el Presidente con el mayor número de legitimación en la historia moderna de México, deseando más con el sentimiento, que con la razón, que esa ruptura de paradigma fuese verdadera y que el cambio en beneficio de los que menos tienen logrará de una buena vez catapultar el desarrollo de nuestro querido México.

A poco más de un año y medio de gobierno de la 4T los vientos parecen no soplar a su favor, desde adentro y desde afuera. Según los expertos y fuentes cercanas al primer círculo del Presidente la rebelión en la granja es una realidad.

Tal es así que hoy se observan en ese juego de señas y señales y en el lenguaje corporal del experimentado político una sensación de que las ideas parecen sucumbir ante un escenario inesperado y poco conocido.

La pandemia del Coronavirus ha desnudado de cuerpo completo a la 4T, y ha puesto a prueba a la sociedad dejándola en un estado de indefensión frente a un Estado que  ha decidido seguir con su plan inicial de transformación política sin importarle qué hoy la realidad de México y del mundo es distinta.

La gota que derrama el vaso es, sin duda, el mensaje, informe, discurso o como sea que se le quiera llamar a lo ocurrido el día domingo en Palacio Nacional donde gran parte de los mexicanos esperábamos, por lo menos lo deseamos, al Andrés Manuel, imberbe, revolucionario, reaccionario y protagonista frente a un escenario idóneo para demostrar de lo que estaba hecho. Los resultados son ya por demás conocidos.

Sin un claro mensaje, sin acciones definidas, sin brindar certeza y por el contrario dotar de incertidumbre a la nación nos alistamos a enfrentar una tormenta con un capitán que sigue sin dejar en claro hacia donde vamos y sin preparan a su tropa frente al tsunami que puede darle el tiro de gracia a este país.

Hoy no toca nada más que entender que si el Estado no resuelve y no toma la batuta para evitar la catástrofe sanitaria y económica que se puede avecinar los resultados serán funesto para México. En una contingencia como la que hoy vivimos si la autoridad legítimamente instituida no hace lo que le corresponde, los factores reales de poder y los emergentes harán lo que les corresponde. Al tiempo