Mensaje de la diputada Adriana Dávila Fernández, durante el evento “Balance a un Año de Gobierno”
2 de diciembre - 2019

Cientos de páginas se han escrito ya por diversos actores políticos y sociales que evidencian que 2019 será el año más violento en la historia de México. 2019, con crecimiento cero. 2019, persecución y anulación de los contrapesos. 2019, sin Estado de derecho.

A 12 meses de la actual administración, son muchas las preguntas y nulas las respuestas sobre el tema que más preocupa a las mexicanas y mexicanos: su seguridad. 

Nadie, estoy segura, esperaba que los cambios fueran de un día para otro, pero tampoco nadie imaginó que quien llegó a la Presidencia en inmejorables circunstancias, tuviera tal grado de inacción.

Paradójicamente, con un discurso de paz, está el preocupante y constante uso del ataque, la descalificación y la autoexaltación personal que hace el presidente López Obrador para construir públicamente la idea de que sí trabaja por un país mejor.

Dice que él no engañó a nadie, que siempre dijo que su estrategia de seguridad sería otra y que por eso votaron por él. Si el análisis fuera serio, algo de razón tendría, pero en realidad fomentó el discurso y contribuyó a crear una realidad alterna sobre cómo estábamos.

Y sí, sí engañó porque fue él quien se autoimpuso los plazos, quien se erigió como salvador de la Patria y quien se colocó la etiqueta del todopoderoso; pero la realidad lo alcanzó y se dio cuenta que hacer política pública no es lo mismo que hacer política electoral.

Aunque no se quiera reconocer, lo que vivimos hoy, no es consecuencia del pasado, sino de la ineficacia de una estrategia fallida o más bien de la falta de estrategia en materia de seguridad. 

El presidente López Obrador y su gobierno confunden conceptos: nadie habla de usar la violencia y la represión como instrumento para obtener seguridad. Lo que queremos es que el gobierno haga su tarea, cumpla su responsabilidad y asuma con entereza los costos políticos que esto implica. 

Contra el crimen organizado y los cárteles de las drogas no sirven los abrazos, porque el riesgo para todos es que sea la muerte quien nos abrace, como está sucediendo en este momento.

Estamos frente a la inseguridad que compromete el presente y futuro familiar, que destruye hogares, que acaba con proyectos, que dinamita sueños y que puede terminar con la vida de las personas. 

La normalización de la violencia ha hecho que, ante momentos de dolor nacional, de un necesario acompañamiento social del duelo por lo irreparable de la vida, el presidente haga como que no nada pasa, desvíe la atención de los hechos y trivialice sus dichos; que le dé más peso a un partido de béisbol o que destaque el papel de un jugador de béisbol, que solidarizarse con las víctimas.

Tal parece que «como son cosas que pasan todos los días» -así lo dijo la secretaria de Gobernación-, no vale la pena tomarlas en cuenta. Lo cierto es que durante estos 12 meses, las cifras de fallecidos han aumentado; desde los hechos de Tlahuelilpan, Hidalgo, hasta la inacción de las autoridades en la explosión de ductos de gasolina, incluso, lo que sucedió antier en el ataque de sicarios en Villa Unión, Coahuila, pasando por lo acontecido en Minatitlán, Coatzacoalcos, Uruapan, Tepalcatepec, Aguililla, Iguala, Nuevo Laredo, Ciudad Juárez, y los que más impactaron, Culiacán y, por supuesto, el asesinato de los familiares de la familia LeBarón. 

A pesar de que la realidad lo ha golpeado, de que sabe perfectamente que vamos mal, él sigue empeñado, encaprichado, negando lo evidente. Pasó lo de Culiacán y no reaccionó; pasó lo de la familia LeBarón y no reaccionó; acaban de morir 21 personas y sigue sin reaccionar.

Olvida la obligación constitucional que tiene para velar por el bien de la población y garantizarle su seguridad física y patrimonial a las mexicanas y mexicanos.

Para combatir al crimen organizado y para aplicar la ley hace falta presidente.

¿De qué sirven las reuniones de madrugada con el Gabinete de Seguridad, si los resultados han sido catastróficos? Es tanta la soberbia y la ceguera que, con esos resultados, sin mayor pena, celebró, sí, celebró, su primer aniversario presidencial en el Zócalo de la Ciudad, entre música y banderas, sin importar el luto y el dolor de miles de familias mexicanas.

¿Qué se puede festejar, si de diciembre de 2018 a octubre de 2019 hay más de 31 mil muertes violentas? ¿Si hay 7 mil 915 casos de extorsión, mil 564 de secuestro y 933 feminicidios?

¿Qué ha hecho López Obrador con nuestras fuerzas de seguridad? 

La Guardia Nacional, su creación estrella, no tiene credibilidad porque su papel no está definido, lo mismo inhiben a quienes brindan servicios de traslados a través de plataformas digitales en el aeropuerto, que se convierten en el muro humano que México ofrenda al presidente Trump.

A las policías municipales y estatales, las ignora e invisibiliza; a lo que era la policía federal, la desacredita un día sí y otro también.

A las fuerzas armadas las debilitó y arrodilló frente al crimen organizado, las puso como carne de cañón, las convirtió en el centro de su estrategia, que nada tiene de distinto a las de sexenios anteriores, pero con la particularidad de una inhibición constante que se convierte en una peligrosa frustración.

A México, como nunca le hace falta justicia y Estado de derecho, a los criminales hay que combatirlos, no justificarlos; hay que sancionarlos y no liberarlos. 

Digan lo que digan, el ejemplo que se dio el 17 de octubre ha potencializado aún más la violencia con la que actúan los cárteles de las drogas y ha envalentonado a los delincuentes que ya no conocen ni respetan la autoridad. Lo que nos deja la duda de saber si esto –aunque equivocado- es genuino o tiene toda la intención de la complicidad.

La realidad es que este país no tiene paz. La estrategia general habla de funciones específicas que deberían estar cumpliendo ciertas dependencias y no lo están haciendo, ahí está el nulo crecimiento, ahí está una política paternalista.

En tanto no se frene la delincuencia, México no encontrará tranquilidad, ni bienestar, ni productividad, ni condiciones de igualdad, porque mientras unos cumplimos la ley, otros someten al gobierno e imponen la suya: plata o plomo.

Estamos conscientes de que no hay seguridad sin la participación de las entidades federativas; no hay seguridad sin la participación de las policías; no hay seguridad sin la participación de las fuerzas armadas; no hay seguridad sin la participación de las ciudadanas y los ciudadanos. 

Pero menos mucho menos habrá seguridad si no tenemos pronto un presidente de la República que le interese esta causa. Si no hay jefe de Estado, no habrá seguridad.

Señor presidente, urge que sea presidente.