12 de septiembre - 2016
Por Ranulfo Rojas Bretón
En la vida todos caemos, todos cometemos errores, todos fracasamos y hay muchos que permanecen en esos errores o simplemente no se levantan de las caídas y hay muchos que aprenden más de las caídas que de los triunfos.
El pasaje de la llamada parábola del “hijo pródigo” es una muestra de alguien que despilfarra todos sus bienes –que por cierto no eran suyos sino heredados- que viviendo de una manera disoluta y pródiga, es decir dispendiosa –de ahí el nombre de pródigo a la parábola- se acaba todo y al acabarse sus bienes, junto con ello va perdiendo principios y valores, no le importa cuidar cerdos –algo escandaloso para un judío- más aún, quería comer de la comida de los cerdos pero no dejaban que se la comiera. Esta expresión muestra lo grave de la caída, se ha perdido bienes materiales, pero lo peor es perder los bienes morales, aquello que da soporte a la persona.
Lo más valiosos de una persona no es cuánto tiene, ni las casas, ni los autos, ni las tierras, ni las joyas o el dinero, lo más valiosos, el plus de una persona lo da la calidad de persona que es y eso está soportado por sus valores y principios. El joven de la parábola ha pedido todo.
Estoy seguro que así como hacia arriba no hay techo y siempre se puede llegar más y más alto, para abajo tampoco hay fondo y siempre se puede ir más y más hacia abajo. El fondo es detenerse y este joven se detuvo, llegó a ver su vida, pensó con nostalgia en la casa del padre y entonces tomó una decisión clave, una decisión desde lo profundo de su ser: “me levantaré y volveré a mi padre”. Decisión que muchos caídos a veces toman con pasión pero con poca convicción y normalmente terminan regresando al hoyo, este joven tomó la decisión y se esforzó por levantarse e iniciar el camino de regreso. Ese camino que no es nada fácil porque supone vencer las vergüenzas, la soberbia de quien no quiere que lo vean derrotado o de quien no quiere reconocer que ha perdido. Muchos en esta fase se quedan y prefieren seguir mal a pesar de su dolor, que permitir que la gente que lo conoce lo vea caído. La soberbia es mala consejera y el orgullo no es buen compañero en estos casos.
Pero quien se deja tocar y emprende el camino de regreso es la gente que más valor tiene porque no le importa ni regresar derrotado ni pedir perdón ni ayuda. Pedir perdón es la clave para este retorno y especialmente ser consciente de que se tiene una nueva oportunidad. Todo mundo cae, pero pocos se dan una nueva oportunidad y solo quien se da esa nueva oportunidad es capaz de experimentar la redención, el volver a sentir una revaloración y tomar conciencia de que si bien se pasa por oscuridades y vive uno con los fantasmas del fracaso y la tragedia, siempre que se da uno la oportunidad se puede sentir un renacimiento. Ser consciente de que no importa lo que uno haya hecho, no importa lo grave de la caída siempre hay una posibilidad, siempre hay una segunda oportunidad y hay que aprovecharla.
Pobre de aquel que se da cuenta de sus errores y se mantiene en ellos, de aquel que aun fallando prefiere ir hundiéndose más, que no es capaz de reconocer que la vida no es cruel, sino que uno ha tomado decisiones equivocadas y que solo está cosechando lo que ha sembrado. Quien no lo piensa así, vive con rencor y odiando a todos, habla mal de todos y ofende a todos, sin darse cuenta que su situación ha sido provocada por él mismo. Por eso, levantarse y volver se convierte en la gran aventura de la vida, la mejor de las luchas porque es luchar contra sí mismo y la mejor arma para ello siempre será la humildad, solo aquel que es capaz de humildemente reconocer sus fallas tiene la posibilidad de iniciar un retorno a la casa de su padre ahí donde hay pan en abundancia y donde los errores se perdonan en un abrazo de amor.