El Buen Samaritano
11 de julio - 2016

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

La figura del buen samaritano ha pasado a la historia para expresar la compasión de quien viendo al necesitado se siente conmovido en su interior y siente suyos los dolores del que sufre, sean dolores físicos, morales, espirituales, cualquier dolor o padecimiento.

En una sociedad como la nuestra marcada por la indiferencia, cada vez es más difícil disponerse al servicio al “otro”. Cada uno piensa en sí mismo y se despreocupa de lo que el “otro” vive, así que cada vez son menos los dispuestos a acercarse a la necesidad del que sufre. Sin embargo, existe gente que teniendo su vida en paz, no careciendo de lo necesario para vivir, es decir, sin tener necesidad de “meterse” en la vida de los demás, sienten la imperiosa necesidad de hacer algo por el “prójimo”. Y con esa disposición dejan la comodidad de su vida y se lanzan a una aventura, muchas veces incomprendida, otras sin reconocimiento, incluso hasta con críticas pero con la satisfacción de estar haciendo algo que les nace de corazón.

Samaritanos siempre han existido para buena fortuna de quienes tienen necesidad. En la Parroquia de San Luis me ha llamado la atención de los grupos que se organizan para preparar algo de comer y en la noche llevar al hospital la comida para compartirla con los familiares de los enfermos que tienen que pasar la noche en la sala de espera sin tener la posibilidad de un hotel y a veces careciendo de las posibilidades de alimento.

Samaritanos como las personas que dedican un tiempo de su día para visitar a los enfermos y pasar con ellos un tiempo de diálogo e incluso ayudar a asearlos.

Todas las personas que en la iglesia dedican su tiempo a servir al prójimo, sin esperar recompensa, sin recibir una compensación económica por su labor, todos ellos son quienes al ver al hermano necesitado se acercan y compadecidos toman bajo su cuidado al que padece y tratan de colaborar, siendo para ellos los buenos samaritanos que no fueron indiferentes al dolor.

Así se entiende la labor del Papa Francisco de llevar al Vaticano a refugiados, criticada por muchos pero significativa para otros. La obra de misericordia es obvia, “dar posada al peregrino” que en nuestro tiempo se entiende como ayuda al migrante, o al refugiado. La finalidad del Papa es cumplir con esa obra de misericordia que sale de su corazón, pero también ser un signo para los países europeos que están teniendo problemas para aceptar en sus territorios a migrantes, el signo del Papa se convierte en un mensaje para todos.

En nuestro país no vivimos el fenómeno de los refugiados pero si vivimos con el fenómeno de la migración y nuestro Estado no solo es expulsor (como se les llama técnicamente a los estados de los que emigran en número mayor), también es punto de tránsito y es frecuente ver a migrantes centroamericanos en nuestras calles. Ante esta situación, valdría la pena preguntarse ¿Cuál es mi actitud hacia ellos? Porque como buenos samaritanos no podríamos pasar de largo, no podemos ser indiferentes al drama que viven e intentar cerrar los ojos o girar la cara para “hacer como que no vemos”.

El Papa Francisco nos comentó en el jubileo de los sacerdotes del mes pasado que “cada acto de misericordia nos hace más semejantes a Dios”. Esta expresión me gustó porque efectivamente Jesús dice: “Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso”, y la idea es parecerse a Dios, pues bien, el Papa nos hace un llamado para que nos parezcamos a Dios practicando la misericordia y esforzándonos a ser para los demás un Buen Samaritano”.