Dolor de madre
4 de julio - 2016

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

La muerte es un fenómeno natural, todos lo sabemos, pero impacta de diferente manera según varias circunstancias, ya sea la edad, las condiciones de vida, la importancia de la persona y por encima de todo el afecto, cariño o amor que se le tenga. El impacto que más he vivido y sufrido es el dolor de una mamá ante el cuerpo de su hijo, especialmente cuando es joven y más especialmente cuando es sacerdote.

La muerte del P. Alfredo Nava González cuando apenas se acercaba a los 45 años, ha causado tristeza y conmoción. Un joven sacerdote que comenzaba su experiencia como párroco en Españita después de varias experiencias como vicario en lugares como La Caridad, El Carmen Tequexquitla, Zacatelco e incluso un poco antes como ecónomo del seminario, colaborador también del P. Arnulfo Mejía en Buena Vista, pierde la vida después de un infarto. La sensación que deja es de pesar y de conciencia de que la muerte no es un fenómeno extraño a la vida de nadie, siempre está y estará presente. Eso nos provoca también conciencia de prevención. El P. Alfredo había pasado por problemas de salud y estaba siempre bajo cuidados.

Hacía poco que platicaba con él y al preguntarle sobre su estado de salud simplemente me dijo con su sonrisa seria y su rostro adusto que estaba bien y cuidándose. Platicamos brevemente de cosas sobre su trabajo en Españita y con pocas palabras como siempre era, expresaba algunos sentires.

Hoy descansa en la Casa del Padre, y deja para cada uno de nosotros un sentimiento de pesar, porque es triste ver morir a las personas, pero es muy triste ver morir a los jóvenes, y ver morir a jóvenes sacerdotes siempre es algo lamentable. Como una señora me dijo una vez: “tanto que cuesta que haya sacerdotes y que los jóvenes quieran serlo para que en pocos años de ministerio mueran”.

Cada que pasa un acontecimiento como estos no puede uno dejar de pensar en los jóvenes sacerdotes que por enfermedad o accidente han fallecido en estos últimos años. Desde Rubén Lopantzi que falleciera cerca de Cuapiaxtla, lo mismo que Sixto Carrera y el Diácono Israel; de la misma generación y amigos Chucho Zamora y Marianito, también Toño Ahuatzi, Ángel Tecocoatzi y más recientemente Job Quiroz. Jóvenes brillantes que dejaron una estela de dolor especialmente en sus familias de sangre. Aún recuerdo las lágrimas desgarradoras de las mamás de algunos de ellos y realmente el corazón se arruga, porque si hay algo de verdad doloroso es ver llorar a una mamá ante el cuerpo inerte de su hijo. Hay mamás que no han podido superar ese dolor y cuando se da la oportunidad de saludar a alguna de ellas, los ojos se llenan de tristeza y de lágrimas que amenazan salir porque los recuerdos de esos momentos ahí siguen como si fuera ayer. Porque los recuerdos vividos cuando en algunos casos tuve que poner en sus manos en cuerpo sin vida de alguno de ellos son siempre frescos y más para una madre. Uno de esos dolores profundos que me ha tocado vivir ha sido precisamente estar en el lugar de accidente viendo los cuerpos destrozados del P. Sixto y del Diácono Israel e incluso ayudar a reacomodar la piel en el rostro de Sixto y también impactante recibir el cuerpo de Mariano en la plancha y ahí totalmente desnudo proceder a vestirlo para luego ponerlo en las manos de su mamá. Pero si de un dolor profundo hemos de hablar, nada se compara con la experiencia de ver a las mamás de Chucho, Toño, Mariano, Israel, Rubén, porque me tocó verlas sufrir frente a los cuerpos de ellos. Son esos dolores los que nos hacen impotentes para el consuelo, porque no hay nada que decir, no hay palabras que consuelen, no hay nada que pueda calmar ese dolor.

Ahora toca la experiencia de Alfredo y seguirá la estela de tristeza de tanta gente que llora en las comunidades y de la mamá del sacerdote que no alcanza consuelo porque no lo hay y solo queda el abandono en las manos de Dios.