La pasión del Papa
15 de febrero - 2016

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

La presencia del Papa en México y verlo actuar, decir, convivir, etc., me hace confirmar lo que desde el día en que apareció en el balcón de la Basílica de San Pedro, pensé: “este Papa es diferente” y yo pensaba “a diferencia de sus sucesores, Francisco parece que toda la vida ha sido Papa” pues a diferencia de Benedicto XVI, de Juan Pablo II, Francisco llegó tranquilo, sonriente, en paz, despreocupado y sobre todo rompiendo los esquemas de protocolo y de ritualismo con bromas iniciales como “Los cardenales fueron hasta el fin del mundo por un Papa” y con aquello de iniciar la oración de la bendición al inicio de su ministerio interrumpió la fórmula y dijo: “Disculpen, antes de que yo les de la bendición, les pido que oren por mi” inclinó la cabeza y guardó silencio mientras todos en la Plaza y también por televisión guardamos silencio y oramos por él.

Ahora en México, lo veo contento, saludando gente, deteniéndose ante cada uno y dedicándole la mirada y la atención como si solo estuviera con él, por un momento se olvida de todos lo demás. Tiene una mirada penetrante, cálida, un rostro muy expresivo y sobre todo muy transparente.

Estoy convencido de que el Papa Francisco vive como quiere, dice lo que quiere, hace lo que quiere y disfruta lo que hace, es un tipo “fuera de serie” y yo creo que por eso ha impactado tanto. Es impresionante verlo tener tanto cariño por todos que no importa bajarse del “papamóvil” para saludar a alguien, o subir a alguien, no le importa bromear, soltar una carcajada, no le importa la expresividad corporal para guardar las formas, él simplemente está cómodo, se siente cómodo y actúa como quiere.

A Francisco hay que verlo actuar pues dice mucho más de su discurso con sus gestos. Si algo no le gusta lo señala, si algo le atrae no se lo queda, lo expresa, si dentro de la lectura del texto quiere señalar algo, simplemente interrumpe la lectura y lo dice. Todo puede estar preparado, pero si en el camino él quiere algo diferente, detiene al conductor y actúa como quiere hacerlo. Se encuentra con algún amigo o conocido y sin respetar las formas bromea, señala, es afectuoso, bromista. Pero si algo le molesta lo enfrenta y dice lo que piensa sin tentarse en lo que serán los efectos de lo que dice. Un ejemplo es lo que hizo en la Catedral de México cuando al leer el texto preparado para los obispos, de pronto interrumpió el texto y dijo: “esto no está en el texto pero me sale ahora: si tienen que pelearse, peléense, si tienen que decirse cosas, se las digan, pero como hombres, en la cara y como hombres de Dios, que después van a rezar juntos, a discernir juntos y si se pasaron de la raya, a pedirse perdón pero mantengan la unidad del cuerpo episcopal”. Sin duda, son cosas que trae en el corazón y no deja pasar la oportunidad de hacerlo.

Me impresiona que pase horas y horas viajando, sufriendo el frío, los inclementes rayos del sol, el viento, etc., y baje con una actitud relajada, descansada y le dedique sonrisas a todos, realmente es un placer verlo. Gozo contemplar a alguien coherente con lo que dice y lo hace, con alguien que manifiesta una alegría de vivir, de gozar lo que hace, que expresa flemático y apasionado palabras que quisiera inyectar a los demás, que quisiera que penetraran en cada persona y fuesen su motivación en la vida. En Ecatepec al rezo del Angelus dijo palabras intensas que no pueden dejar de estar en la mente y tenerlas como motivación de acción para todos: “Quiero invitarlos hoy a estar en primera línea, a primerear en todas las iniciativas que ayuden a hacer de esta bendita tierra mexicana una tierra de oportunidad. Donde no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar; donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos.

Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte”. Como escribe Jesús: “El que tenga oídos para oír, que oiga”. Apenas va la mitad de