Denme una palanca
18 de enero - 2016

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

“Denme una palanca y moveré el mundo” afirmó Arquímedes, un pensador del siglo III antes de Cristo, y esa sentencia me llegó a la mente al leer el primer milagro de Jesús en las bodas de Caná, cuando convirtió el agua en vino, a intención forzada de su madre María. Según el contexto, no parece que Jesús tuviese la intención de hacer ese milagro, más aún, María encontró el inmediato rechazo: “qué nos va a ti y a mí mujer, aún no ha llegado mi hora”. Sin embargo, María no se dio por aludida y forzó a Jesús indicándoles a los servidores: “hagan lo que él les diga”.

Eso me hizo recordar a las muchas ocasiones que a veces mi papá otras mi mamá también me han pedido-ordenado algo. Ocasiones en las que papá me llegó a decir: “compra tal cosa” “aprovecha esta oportunidad”. Recuerdo que mi respuesta fue conformista de: “gracias papá pero no quiero” o “así estoy bien” y entonces sentía que no se trataba de una petición o súplica sino de una velada orden: “hazlo”. Al paso del tiempo reconozco su asertividad para entender algo que en aquellas ocasiones yo no entendía y hoy reconozco que gracias a esas palancas o motivaciones forzadas pude lograr algo o alcanzar objetivos de los cuales hoy me siento orgulloso y agradecido por ese impulso que necesitaba y que por bienestar, conformismo, o incapacidad de ver más allá, simplemente no se me ocurrían.

Jesús necesitó de esa orden de María que sin decírselo le hizo entender que “su hora” ya había llegado y gracias a esa palanca comenzó la llamada “vida pública” o “ministerio” de Jesús. Estoy seguro que cada uno tiene historias similares en las que ha sentido cómo, sea mamá o papá sirvieron como acicate para iniciar algo, salir de la modorra, para ir en busca de algo y que cada uno de igual manera puede sentirse agradecido de contar con esa “palanca”.

Moisés también en su cántico de Deuteronomio 32, 11 afirma: “como el águila incita a sus nidada revoloteando sobre sus polluelos”, en clara alusión a la labor del águila que instintivamente, motiva a sus polluelo a levantar el vuelo, con el consecuente riesgo de caer desde las alturas y matarse en la caída pero con la conciencia instintiva de que es el momento de hacer que vuelen sus aguiluchos puesto que no deben permanecer más tiempo dentro del nido. Así me parece que María tenía claro lo mismo: “ya era tiempo que Jesús desplegara sus alas y volara”.

Seguro que muchos padres también deben hacerse las mismas reflexiones: “¿Cuándo será el tiempo de motivar, de forzar a los hijos para que comiencen a desplegar sus alas e intenten sus propios vuelos o cómo hacerlo para que suceda?”, cierto que hoy los riesgos son mayores, los obstáculos son más grandes y más graves, y por eso se necesita una mayor preparación para poder enfrentarlos y superarlos, pero los padres no deben caer en la tentación de la “sobreprotección”. Deben enseñarles a correr riesgos, a tomar decisiones y a superar sus miedos. El no hacerlo está provocando que haya hijos de familia de edad ya mayor, 25, 30, 35, 40 años o más todavía dependiendo de la protección de los brazos de “mami” o de “papi” que les solucionan todo como a hijos chiquitos, bien sea que los mantengan, que les consigan su trabajo, que les soluciones sus problemas y que “el niñito” o “la niñita” corran inmediatamente a los brazos maternos o paternos ante cualquier problema o necesidad.

El primer milagro de Jesús es una clara enseñanza a los padres de familia para impulsar a su hijos a abrir las alas y emprender vuelos, los padres solo deber ser palancas para que sus hijos puedan mover el mundo.