El tejido social
9 de marzo - 2015

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

Es muy común escuchar a políticos y a líderes sociales hablar de la rotura del tejido social y puede ser que la mayoría de personas tengan dificultad para saber a qué se refieren.

El tejido social es la estructura que une y sostiene a una sociedad. Esa estructura está formada por valores y principios que al aprenderse y practicarse van haciendo que la sociedad tenga determinadas connotaciones. Por ejemplo, si en una determinada sociedad los niños son enseñados a respetar a sus padres e incluso a hablarles de “usted” y así lo hace uno y el vecino y los otros vecinos, ese trato de “usted” es lo que une el tejido ya que no es una práctica individual sino una práctica colectiva. Nadie se sentirá raro al hablarle a su papá de “usted” porque todos lo hacen así y si se verá raro que haya alguien que no utilice el “usted” al referirse a su papá. Estas formas son lo que se llama tejido.

Ahora bien, el tejido social no se forma por un decreto, se forma al paso de los años y depende de los principios y valores que se vayan sembrando en cada persona en lo individual y con la práctica de grupo. Si esa práctica es constante se va creando el llamado “espíritu del pueblo” “identidad” o “idiosincrasia”.

Me llamó la atención leer en el libro del Éxodo el modo como se fue formando la identidad del pueblo de Israel a partir del “Decálogo”, identidad que ha soportado siglos, y toda clase de situaciones en los distintos lugares en donde se encuentren grupos de judíos. En las plantas del monte Sinaí Dios da los preceptos al pueblo: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto y de la esclavitud. No tendrás otros dioses fuera de mí; no te fabricarás ídolos ni imagen alguna de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o en el agua, y debajo de la tierra. No adorarás nada de eso ni le rendirás culto, porque Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castiga la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de aquellos que me odian; pero soy misericordioso hasta la milésima generación de aquellos que me aman y cumplen mis mandamientos. No harás mal uso del Nombre del Señor, tu Dios, porque no dejará el Señor sin castigo a quien haga mal uso de su Nombre. Acuérdate de santificar el sábado. Seis días trabajarás y en ellos harás todos tus quehaceres; pero el día séptimo es día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios. No harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni el forastero que viva contigo. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar y cuanto hay en ellos, pero el séptimo, descansó. Por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó. Honra a tu padre y a tu madre para que vivas largos años en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio contra tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo, ni a su mujer, ni a su esclavo, ni a su esclava, ni su buey, ni su burro, ni cosa alguna que le pertenezca».

Dios les deja claro que estos mandatos o principios de conducta son para que “vivan felices”. El libro del Deuteronomio en el capítulo 6 explica las razones del decálogo y sobre todo el modo cómo debe aprenderse: “Este es el mandamiento, y estos son los preceptos y las leyes que el Señor, su Dios, ordenó que les enseñara a practicar en el país del que van a tomar posesión, a fin de que temas al Señor, tu Dios, observando constantemente todos los preceptos y mandamientos que yo te prescribo, y así tengas una larga vida, lo mismo que tu hijo y tu nieto.

Por eso, escucha, Israel, y empéñate en cumplirlos. Así gozarás de bienestar y llegarás a ser muy numeroso en la tierra que mana leche y miel, como el Señor, tu Dios, te lo ha prometido.

Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte. Átalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu frente. Escríbelas en las puertas de tu casa y en sus postes”.

Según estos textos, todos estos principios se cumplirán para que tengan felicidad y se multipliquen. Es de destacar la labor de los padres que se convierten en los transmisores de estos principios, “incúlcaselos a tus hijos y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte”. Estas directrices han sido cumplidas escrupulosamente a lo largo de los años de padres a hijos en el pueblo judío y esto ha permitido que el pueblo viva bien identificado sea cual sea el lugar donde viva a pesar de expulsiones, guerras incluido el holocausto.

El escritor sagrado todavía hace una advertencia: “Y cuando tu hijo te pregunte el día de mañana: «¿Qué significan esas normas, esos preceptos y esas leyes que el Señor nos ha impuesto?», tu deberás responderle: «Nosotros fuimos esclavos del Faraón en Egipto, pero el Señor nos hizo salir de allí con mano poderosa. Él realizó, ante nuestros mismos ojos, grandes signos y tremendos prodigios contra Egipto, contra el Faraón y contra toda su casa. Él nos hizo salir de allí y nos condujo para darnos la tierra que había prometido a nuestros padres con un juramento. El Señor nos ordenó practicar todos estos preceptos y temerlo a él, para que siempre fuéramos felices y para conservarnos la vida, como ahora sucede. Y ésta será nuestra justicia: observar y poner en práctica todos estos mandamientos delante del Señor, nuestro Dios, como él nos lo ordenó»”.

Siempre aparece la finalidad de este cumplimiento: “para que siempre fuéramos felices y para conservarnos la vida”. Tal vez la diferencia entre ese tipo de formación de principios y de valores respecto a nuestra práctica mexicana, sea la exigencia y compromiso de los padres para cumplir algo que sienten divino y un mandato propiciado por una intervención divina en la historia de su pueblo pues pasaron de una situación de esclavos en Egipto a la libertad. Mientras que nuestra formación en valores en nuestros tiempos es demasiado ligth e incluso no se tiene claridad sobre qué valores son fundamentales y deben ser los que todos enseñemos. Ni se diga le grado de cumplimiento, pues parece que en nuestra sociedad si se quiere se cumplen y si no, pues no pasa nada. Vivimos atomizados y cada quien “rascándose con sus propias uñas” y luchando de manera individual pues “cada quien para su santo”, la formación del judío es muy radical y su cumplimiento es una exigencia personal, familiar, social y religiosa. Mucho hay que aprenderles para configurar nuestro tejido social y para restablecerlo.