Éste es mi hijo amado
2 de marzo - 2015

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

Esta expresión se puede leer dos veces en los Evangelios, la primera cuando Juan el Bautista bautiza a Jesús en el río Jordán. La segunda en el monte conocido como el Monte de la Transfiguración. Se trata de una expresión que muestra el amor del Padre por su Hijo y que seguramente es lo mismo que diría cualquier padre: “es mi hijo amado” o es mi mayor tesoro. De muchas maneras muestran los padres el amor por sus hijos.

En una lectura exegética de los textos citados se puede experimentar el amor del Padre por el Hijo y el amor del Hijo por el Padre. No es raro escuchar decir a Jesús: “lo que les digo es lo que le he escuchado a mi Padre” o “vuelvo a mi Padre y a su Padre”, en fin, podríamos llenar el artículo de citas con esta referencia pero me interesa mostrar que el amor del Padre por el Hijo está a toda prueba, sin embargo, no excluye la responsabilidad, o sea, es como si le dijera: “hijo te amo mucho y lo sabes, más aun te lo he demostrado siempre, pero no vas a hacer lo que quieras sino lo que debes”. El amor no excluye la responsabilidad de educar y guiar al hijo por el camino que debe.

En el caso de Jesús el amor que el Padre le tiene no lo libra de la muerte de cruz. Por más que Jesús rogara en el huerto de los olivos: “Padre si es posible pase de mi este cáliz- o sea, que no vaya a la cruz.- pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Por esa razón, San Pablo escribe a los romanos: “El que no nos escatimó a su Hijo sino que lo entregó a la muerte”. Así de claro es el amor: “te amo y mucho pero tu responsabilidad no puede no cumplirse”.

En nuestros tiempos parece que hemos distorsionado las consecuencias del amor. Normalmente se le dice al hijo: “te amo y si no quieres ir no vayas”, “si no te gusta no te lo comas”, “si no quieres levantarte no lo hagas sigue durmiendo”, “si ya no te gusta la escuela pues salte”, “si no quieres trabajar pues no trabajes”. Expresiones como éstas, muestran la deformación del amor y de pronto parece que vivimos en una educación que mal educa porque no se cumple con deberes sino con gustos: “te gusta hazlo, no te gusta no lo hagas”. Estamos ofreciendo una educación sin retos, sin sacrificios, más preocupada por el bienestar o por el sentirse bien y no tener preocupaciones de ningún tipo, porque si tienes problemas para eso está “papi” que haga las cosas por ti. Y lo peor de todo es que se toma como escudo el amor.

Hace unos días el Papa Francisco ofreció una catequesis sobre este punto y muestra como el amor del padre al hijo no debe nublar la manera recta de pensar. Así escribe el Papa: “quisiera partir de algunas expresiones que se encuentran en el libro de los Proverbios, palabras que un padre dirige al propio hijo, y dice así: «Hijo mío, si se hace sabio tu corazón, también mi corazón se alegrará. Me alegraré de todo corazón si tus labios hablan con acierto» (Pr 23, 15-16). No se podría expresar mejor el orgullo y la emoción de un padre que reconoce haber transmitido al hijo lo que importa de verdad en la vida, o sea, un corazón sabio. Este padre no dice: «Estoy orgulloso de ti porque eres precisamente igual a mí, porque repites las cosas que yo digo y hago». No, no le dice sencillamente algo. Le dice algo mucho más importante, que podríamos interpretar así: «Seré feliz cada vez que te vea actuar con sabiduría, y me emocionaré cada vez que te escuche hablar con rectitud. Esto es lo que quise dejarte, para que se convirtiera en algo tuyo: el hábito de sentir y obrar, hablar y juzgar con sabiduría y rectitud. Y para que pudieras ser así, te enseñé lo que no sabías, corregí errores que no veías. Te hice sentir un afecto profundo y al mismo tiempo discreto, que tal vez no has reconocido plenamente cuando eras joven e incierto. Te di un testimonio de rigor y firmeza que tal vez no comprendías, cuando hubieses querido sólo complicidad y protección. Yo mismo, en primer lugar, tuve que ponerme a la prueba de la sabiduría del corazón, y vigilar sobre los excesos del sentimiento y del resentimiento, para cargar el peso de las inevitables incomprensiones y encontrar las palabras justas para hacerme entender. Ahora —sigue el padre—, cuando veo que tú tratas de ser así con tus hijos, y con todos, me emociono. Soy feliz de ser tu padre». Y esto lo que dice un padre sabio, un padre maduro”.

Estar orgulloso como padre al ver al hijo viviendo bien. “seré feliz cuando te vea actuar con sabiduría” o sea, cuando vivas saboreando la vida. Sabiduría viene del verbo “sapere” que significa saborear, así que saborear la vida, disfrutarla, que no quiere decir “gozarla” en los términos que a veces aplicamos cuando alguien vive de manera libertina o disoluta, sino cuando alguien saborea la vida porque la vive bien aunque no la pase bien. “El sabio -dice un autor griego- es feliz aun viviendo entre tormentos”.

El orgullo de un padre debe ser sensacional cuando vea a su hijo vivir y pueda decir: “yo le ayudé a ser lo que es y a vivir como vive. Yo le enseñé todos esos valores y hoy disfruto verlo vivir así”.

Un buen padre, dice el Papa: “Un buen padre sabe esperar y sabe perdonar desde el fondo del corazón. Cierto, sabe también corregir con firmeza: no es un padre débil, complaciente, sentimental. El padre que sabe corregir sin humillar es el mismo que sabe proteger sin guardar nada para sí. Una vez escuché en una reunión de matrimonio a un papá que decía: «Algunas veces tengo que castigar un poco a mis hijos… pero nunca bruscamente para no humillarlos». ¡Qué hermoso! Tiene sentido de la dignidad. Debe castigar, lo hace del modo justo, y sigue adelante”.

Es muy importante entender bien lo que es el amor y no caer en las trampitas modernas de darle a los hijos todo, supuestamente porque se les ama, porque en lugar de ayudarlos los echarán a perder. Amar no significa hacer que los hijos no sufran sino prepararlos para que puedan tomar decisiones sabias y correctas; que si se equivocan sean capaces de reconocer sus errores y con humildad pedir perdón para seguir adelante. Algo muy importante en el amor al hijo es no rehuir al compromiso de ser padre.