¡¡Basta ya!!
17 de noviembre - 2014

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

Con este reclamo, llamado o súplica, como quiera ser entendido, los obispos de México reunidos para celebrar su Asamblea número 98, ofrecieron su tradicional mensaje. Éste muy sentido por estar en un momento especial a propósito de la desaparición forzada de los 43 normalistas pero además por todo lo que este hecho descubrió y despertó. Pues las fosas con cadáveres descubiertas en Iguala hicieron ver a un México convertido en un Tzompantli (así se llama las expresiones prehispánicas en las que se presentan hileras de calaveras que se van sobreponiendo una sobre otra, tal como se puede observar en Chichen Itzá y en Teotihuacán). Toda esa estela de muerte ha despertado conciencia en la gente y en todas partes se ha manifestado.

Hay voces que critican la no manifestación abierta de la “Iglesia” en México, entiendo que se refieren a la Jerarquía o sea a los obispos. Sin embargo, su mensaje colegial muestra su solidaridad como ellos mismos lo expresan: “queremos unirnos a todos los habitantes de nuestra nación, en particular a aquellos que más sufren las consecuencias de la violencia, acompañándoles, en su dolor, a encontrar consuelo y a recuperar la esperanza”. Pero también manifiestan su compromiso: “redoblaremos nuestro compromiso de formar, animar y motivar a nuestras comunidades diocesanas para acompañar espiritual y solidariamente a las víctimas de la violencia en todo el país. A colaborar con los procesos de reconciliación y búsqueda de paz. A respaldar los esfuerzos de la sociedad y sus instituciones a favor de un auténtico Estado de Derecho en México. A seguir comunicando el Evangelio a las familias y acompañar a sus miembros para que se alejen de la violencia y sean escuelas de reconciliación y justicia”.

El Papa Francisco en repetidas ocasiones se ha pronunciado respecto a lo que está pasando en México y ahora los obispos en la semana que dedican a orar, estudiar y reflexionar los que pasa en nuestro país ofrecen su mensaje.

Todos sabemos que en este momento hay una gran convulsión y confusión en nuestra patria. Sigue sin haber claridad respecto a las investigaciones y la esperanza de que en Innsbruck se aclare algo es muy vaga e incluso ni siquiera es querida ni creída por parte de la sociedad especialmente de parte de los padres y familiares de los desaparecidos. La irritación ha llegado a tal grado que se ha aprovechado para generar violencia y se quiere que las llamas apaguen la molestia que existe. Hoy se quiere incendiar todo: el Congreso de Guerrero ya por dos ocasiones, la presidencia municipal de Iguala, las sedes de los partidos políticos, la puerta en Palacio Nacional, la estación de metrobús y autobús en Ciudad Universitaria, se ha colapsado el aeropuerto de Acapulco, las carreteras, todo esto, ante la mirada impávida de las fuerzas del orden que seguramente tienen órdenes de ser simples espectadores. Muchos han aprovechado el río revuelto y se han vuelto protagonistas. Las llamas no deben ser nuestra bandera porque con ello se ha dañado mucho y a muchos. El turismo en Acapulco cayó radicalmente con los efectos obvios no solo para los grandes inversionistas sino para muchísima gente que vive del turismo en ese lugar. Caso similar se presenta en Oaxaca, ya Michoacán se da por descontado y es que casi nadie se quiere arriesgar a vivir un viacrucis en las carreteras o en los centros turísticos en lugar de disfrutar de unos días de asueto. El mismo “Buen Fin” se vio dañado pues las ventas decayeron respecto al año pasado ya que hubo boicot en redes para no comprar y además de que las ofertas eran muy engañosas.

Pues ante todo esto, nos viene bien el mensaje de los obispos que como pastores de las comunidades pues representa una voz de fe que es muy necesaria en estos tiempos.

Reproduzco partes del mensaje: “Los Obispos de México decimos: ¡Basta ya! No queremos más sangre. No queremos más muertes. No queremos más desparecidos. No queremos más dolor ni más vergüenza. Compartimos como mexicanos la pena y el sufrimiento de las familias cuyos hijos están muertos o están desaparecidos en Iguala, en Tlatlaya y que se suman a los miles de víctimas anónimas en diversas regiones de nuestro país. Nos unimos al clamor generalizado por un México en el que la verdad y la justicia provoquen una profunda transformación del orden institucional, judicial y político, que asegure que jamás hechos como estos vuelvan a repetirse”.

“En el año 2010, en la exhortación pastoral “Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna” advertíamos sobre el efecto destructor de la violencia, que daña las relaciones humanas, genera desconfianza, lastima a las personas, las envenena con el resentimiento, el miedo, la angustia y el deseo de venganza; afecta la economía, la calidad de nuestra democracia y altera la paz.

Con tristeza reconocemos que la situación del país ha empeorado, desatando una verdadera crisis nacional. Muchas personas viven sometidas por el miedo, la desconfianza al encontrarse indefensas ante la amenaza de grupos criminales y, en algunos casos, la lamentable corrupción de las autoridades. Queda al descubierto una situación dolorosa que nos preocupa y que tiene que ser atendida por todos los mexicanos, cada uno desde su propio lugar y en su propia comunidad”.

“En nuestra visión de fe, estos hechos hacen evidente que nos hemos alejado de Dios; lo vemos en el olvido de la verdad, el desprecio de la dignidad humana, la miseria y la inequidad crecientes, la pérdida del sentido de la vida, de la credibilidad y confianza necesarias para establecer relaciones sociales estables y duraderas.

En medio de esta crisis vemos con esperanza el despertar de la sociedad civil que, como nunca antes en los últimos años, se ha manifestado contra la corrupción, la impunidad y la complicidad de algunas autoridades. Creemos que es necesario pasar de las protestas a las propuestas. Que nadie esté como buitre esperando los despojos del país para quedar satisfecho. La vía pacífica, que privilegia el diálogo y los acuerdos transparentes, sin intereses ocultos, es la que asegura la participación de todos para edificar un país para todos.

Estamos en un momento crítico. Nos jugamos una auténtica democracia que garantice el fortalecimiento de las instituciones, el respeto de las leyes, y la educación, el trabajo y la seguridad de las nuevas generaciones, a las que no debemos negarles un futuro digno. Todos somos parte de la solución que reclama en nosotros mentalidad y corazón nuevos, para ser capaces de auténticas relaciones fraternas, de amistad sincera, de convivencia armónica, de participación solidaria”.