Amor o Temor
3 de noviembre - 2014

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

Con el encuentro de la tradición anglosajona con la tradición prehispánica y judeocristiana que conforma nuestra celebración de muertos se da una mezcla muy especial. Se trata de dos posturas totalmente distintas y hasta enfrentadas. La celebración del Halloween o “noche de brujas” está más ligado a la visión oscura y negra respecto a la muerte. De hecho, es común la referencia a brujas, fantasmas, vampiros, momias, todos esos personajes que se han hecho famosos por el impacto que tiene la televisión y el cine. Todos los productos de “Viernes 13” “Scream” “Chucky”, zombis y un gran etcétera se han sumado a los tradicionales Drácula, Frankenstein,  momias, etc. Para conformar todo un grupo dedicado a sembrar el pánico y terror. “La noche de brujas” está llena de sangre, de miedos y provoca en los que la celebran una catarsis y recreación de las películas que se convirtieron en producto de estos días en los Estados Unidos.

La influencia que nos ha generado la globalización, ha permitido que toda esta parafernalia llegue a cada rincón de nuestros pueblos y casi de manera automática se convierta en producto de consumo. Así, nos encontramos en el mercado: calabazas anaranjadas, vampiros, fantasmas, papel en colores negro y naranja. La ornamentación de los lugares de festejos se llenan de telarañas y parecen sets de filmación de las películas que año con año son ofrecidas para ser consumidas por el pueblo mexicano. Hace ya varias décadas llegando estos días se abre la oleada mediática para meternos en la finalidad americana que no es otra que consumir. Hay que comprar disfraces, maquillarse como zombi, como vampiro o como cualquier otra criatura ya conocida por la televisión o el cine.

Si bien para la cultura anglosajona estos días están ligados a lo tenebroso y al horror, no debiéramos consumir el concepto y de pronto hacerlo nuestro. Nuestra fiesta está totalmente en otra dirección. No debemos olvidar que la celebración a nuestros difuntos en México es fruto del sincretismo de la cosmovisión prehispánica y de la cosmovisión judeo cristiana que tiene la religión católica.

Antes de la llegada de los españoles a estas tierras. La religión prehispánica tenía clara conciencia de que el destino del hombre no estaba en este mundo. En este mundo se estaba de paso y llegado el momento de la muerte el hombre era sepultado porque iniciaba un viaje a la etapa final de su camino, lo que sería el cielo en el catolicismo. Por esa razón se le ataviaba como para caminar; se le ponía zapatos, un bastón para el camino que a la vez servía de apoyo y de defensa; algo muy importante era la colocación de su itacate o comida para el camino así como su jarro de agua o de pulque. Su morada final sería para algunos el Tlalocan, lugar en que habitarían eternamente pero en el que también tendrían que comer. Así que una vez al año les daban el permiso para regresar con su familia y convivir espiritualmente con ellos pero a la vez aprovisionarse de alimentos para un año. Por eso sus familiares los recibían con muchísimos alimentos, especialmente aquellos de los que gustaban más cuando se encontraban con ellos. De ahí que las ofrendas no sean solo con alimentos para alguien que llega a desayunar, comer o cenar, sino con una gran variedad  y cantidad de alimentos que les permitiera a sus difuntos hacer las provisiones necesarias para un año. Así, los familiares difuntos regresaban felices cargando sus chiquigüites de pan, de fruta, sus cazuelas de comida, tamales, dulces, de todo lo que los familiares les habían colocado.

A la llegada de los frailes franciscanos que conocieron esta cosmovisión, de manera respetuosa, no quitaron dicha práctica sino que la completaron con elementos católicos e incluyeron oraciones, doble de campanas, imágenes religiosas, todo aquello que permitiera a los indígenas el aprendizaje de la nueva religión. Ya unidas la cosmovisión católica y la prehispánica fueron creando una nueva manera de celebrar a los difuntos puesto que en ambas había la convicción de que la vida es trascendente, de que “la vida no se acaba sino que se transforma y disuelta nuestra morada terrenal se nos prepara otra en el cielo”. En el catolicismo está clara la enseñanza del credo: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. Según la doctrina de la Iglesia mantenemos una comunión con los difuntos de manera permanente, tal como tenemos la comunión con todos  los santos, cuya fiesta celebramos el primero de noviembre.

El distintivo de la celebración de los difuntos en la cultura mexicana no tiene nada que ver con el terror, ni el susto. Se trata de un acontecimiento festivo, cálido, alegre, cariñoso y lleno de amor, ni más ni menos que se trata del reencuentro con nuestros seres queridos y no hay nadie que se vaya a encontrar con sus seres queridos y vaya temblando o piense que lo van a asustar. Es al revés, porque esperará con emoción la llegada de ellos y tal como se le hace en muchos pueblos se le coloca un camino de pétalos de flor de cempaxúchitl, armando así un tapete que expresa el cariño con que se espera.

Este espíritu festivo es tal que incluso en muchos lados, se va a los panteones no solo a enflorar las tumbas, sino a celebrar con ellos. Hay quien lleva mariachi, trío, grupos musicales y se hace toda una fiesta en el panteón con abundancia de comida y por supuesto de bebidas embriagantes porque hay que “brindar” con nuestros muertitos.

Ante el embate mediático del Halloween más que reaccionar con enojo o querer enfrentarse a sus expresiones, debiéramos conocer y disfrutar más el pensamiento que subyace en nuestra fiesta de muertos, presentando el rostro que tiene, el de la alegría, la felicidad y el amor. Contra esto, el terror y el susto no tienen nada que hacer porque nuestra cultura festiva es más significativa y llena más que la propuesta de Halloween. Sembrar en los niños y adolescentes el sentido de lo que hacemos, permitirá que se disfrute más esta fiesta a pesar de que aparezcan las máscaras de los monstruos que nos llegan de importación. Ni se diga el disfrute de la gastronomía que es de las más exquisitas y variadas y con todo respeto pero ante la gastronomía, los espectros y monstruos de Hollywood no tienen nada que hacer.