La muerte y los toros
2 de noviembre - 2014

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Por Gerardo Orta

En estos días en los que se amalgama lo profano con lo solemne, encuentro amplia relación entre nuestras fiestas de todos santos, muertos o difuntos, con la no menos nuestra fiesta de toros.

La muerte está presente en cada rincón de Tlaxcala, ciudad colonial que vive de manera especial sus tradiciones, su devoción y gracia a la muerte, así como el culto a la fiesta brava.

Inseparable amiga de toreros, aunque no guste. Camina siempre a su lado. En el ruedo, los toma de una mano. El torero da capotazos a la muerte disfrazada de toro bravo.

El olor a flores, el incienso y la fruta de temporada hacen de estas fiestas, una de las más coloridas de México.

Y en Tlaxcala no se entiende diferente la tradición. Paisajes multicolores pintan las pupilas de los diletantes. Lo mismo que ocurre en la plaza de toros.

Las tablas rojas como la sangre, las localidades como el gris de la losa que guarda el epitafio. En el ruedo, la arena como el polvo de los huesos de las calaveras destruidas.

El desfile colorido del paseíllo, fuente de inspiración de clásicas pinturas.

También en las barreras y tendidos. Todo es multicolor en una tarde de toros. Cuando cae la tarde, en la plaza, el color se hace más cálido, más cómodo y románico para ver una faena en el ruedo. El sol comienza a morir, hace honor a nuestro día de muertos.

Con el sol a media intensidad, surgen los nuevos colores, esos que salen del vestido de torear, ya sea en oro o en plata, la intensidad es la misma, sobre todo, aquella con que llega un buen pase natural, lo mismo una trincherilla que un desdén, pases que llegan al alma.

Los cuernos de los toros, son filosas navajas que rozan el vientre y los muslos del artista. El torero, está jugando con la muerte, la burla, como el mexicano común y corriente.

Antes de ir a la plaza con el capotillo en el brazo y la montera en la mano, el torero enfrenta sus miedos en un cuarto de hotel frío y oscuro. La huesuda lo asecha.

En México las burlas a la muerte son parte de la cultura popular, como escribiera Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad refiriéndose a ésta: “El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente.”

Lo mismo pasa en los toros, el morbo hacía a muerte siempre está presente en el tendido. En los pueblos de Dios, el populacho aplaude la cornada, se burla, la festeja, le da de beber tequila.

El percance y la sangre, es sinónimo de diversión ¡la corrida estuvo buena! Ufanan.

Curiosos la observan, la quieren ver de cerca, aunque la tragedia sea del torerillo. Mientras, la muere carga en sus brazos el recamado vestido de torear, empapado de sudor y sangre.

La muerte y los toros, inseparables compañeros que no comprenden la fiesta de día de muertos y la fiesta brava como una sola.

La segunda de feria

Gratísima fue la presentación de Fermín Rivera y Sergio Flores en la segunda corrida de feria en Tlaxcala. El aguascalentense Arturo Macías, estuvo perdido en sus toros, más en el primero al que –creo-, desaprovechó un buen lado izquierdo.

Alzándose como el único triunfador de la tarde, el tlaxcalteca Sergio Flores fue bien arropado por su gente, en su tierra.

Le sacó los pases al primero de su lote, toreó elegante y confirmó sus buenas formas, aprendidas en Aguascalientes y España, el tipo va que vuela para figura, no obstante, tiene poco reflector en la torería nacional.

Fermín Rivero estuvo superior, también con su primero. El toro se convirtió en autentico colaborador de su tauromaquia potosina que tanto agradó a los tendidos, logró, incluso, que los aficionados lo sacaran a saludar al terció en sus dos toros, pues falló con el acero.

Con garbo y despacio varió su faena, pero la estructuró bien. Es un torero clásico, de esos que gustan a la afición entendida de las buenas formas de lidiar. De no ser por la pifia en el primero, hubiera obtenido, quizás, los dos trofeos.

El famoso “Cejas” poco pudo hacer con los toros de su lote, aunque, con el primero, se logró acomodar en algunos instantes de la faena. El torero es recio, arrojado y valiente, se arrimó a los cuernos de su toro. Pero nada más.

Cuando lo toreó por naturales, el toro embestía con calidad, mejor que por el derecho. Aunque el hidrocálido, sólo ejecutó una tanda por el pitón izquierdo. No se acomodó.

Sobre la calidad de las embestidas del encierro de Villa Carmela –aplaudida hasta en dos ocasiones-, ésta contrastó con la presencia de los toros.

A excepción del primero, el resto tenía cuernitos de panadería. En las carnes se les veía el poco trapío e incluso entre barreras se cuestionó la edad reglamentaria de los toros.