Ofrenda de amor
10 de agosto - 2014

ranulforojascolumna23

Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

A propósito de la celebración de la llamada “noche que nadie duerme” en la que se recorren cerca de 10 kilómetros de tapetes confeccionados con materiales diversos cuya base es la arenilla, el aserrín de colores, muchas reflexiones se hacen. Pues el recorrido de calles en las que se pueden apreciar obras esplendorosas de un arte llamado “efímero” por el poco tiempo que dura la contemplación de esas bellezas; la diversidad de adornos y luces que techan las calles; las luces multicolores de la pirotecnia; la música que en muchas de las esquinas hace que se alegre el corazón. Todo eso ha dado  pie a diversas reflexiones: los hay que piensan que todo eso es un desperdicio, que en lugar de gastar tanto, podrían dedicarlo a arreglar las calles eliminando los baches, arreglando las banquetas, o bien dedicarlas a otras acciones de mejora social como infraestructura de salud o educativa o incluso de recreación. Hay muchísimos que llegan con el simple deseo de admirar la belleza de las formas y figuras, reconociendo todo el arte que brota de las mentes y que las manos ejecutan con habilidad; la belleza de los tapetes, de las alfombras impresionan a quienes contemplan la elaboración, su mirada es simplemente la del espectador y de quien aprecia el arte.

Sin embargo, la mejor mirada y actitud es la del creyente, de quien siente la ofrenda como algo que surge desde lo más íntimo del corazón y puede decir con el salmista: “recibe las obras de mis manos” porque en todas las culturas la acción de ofrecer es la mejor expresión de lo que sucede en la intimidad del hombre, pues el sentimiento de amor, de fraternidad lleva necesariamente a la ofrenda. Me llega a la mente el texto bíblico del génesis cuando  Abraham en un día soleado ve a tres caminantes y corre hacia ellos y les dice: “les ruego no pasen de largo y acepten los que les ofrezco”. Los lleva a un encinar para que descansen y manda matar un novillo, a cocer pan y les ofrece agua. Los detalles pueden ser de un buen anfitrión, pero no es tan limitado su sentir, más bien siente en ello algo que le brota del corazón. Nada tiene que ver el costo de un novillo o lo que implica hacer una comida y ofrecerles leche, queso, agua, carne. Todo eso que tiene valor económico deja de ser importante por el sentido de la ofrenda. Se ofrece lo que se tiene sin ponerse a pensar en lo que costará. Tampoco se espera una gratificación, ni siquiera el tradicional “hoy por ti, mañana por mí” porque puede que no haya un mañana y se frustre el deseo de hacer algo con la idea de recibir.

La acción de ofrecer me parece que está en la misma naturaleza del hombre, sin que tenga que ver necesariamente con el espíritu religioso. Uno llega a visitar a alguien e inmediatamente le ofrecen descanso, una silla, un techo, un vaso de agua y muchísimas veces algo de comer. Existe en nuestra naturaleza ese deseo de “dar u ofrecer” que no está en un mandato divino, ni social, sino en la naturaleza de ser hombre. Ciertamente ha habido factores que han limitado ese sentimiento natural, pues hoy se recela de todos, se tiene temor de abrir las puertas, se vive una cultura más egoísta e individualista pero afortunadamente no ha eliminado el impulso natural de ofrecer. Valdría la pena pensar qué tan fuerte y arraigado está ese sentimiento en la vida de cada uno.

Ahora bien, el sentimiento de ofrecer se hace más palpable en el ámbito de la religión. Hay en los jeroglíficos egipcios continua referencia a hombres y mujeres postrados de rodillas y extendiendo los brazos ofreciendo un plato con incienso o con otras cosas. Nuestra cultura prehispánica también tiene imágenes que remiten inmediatamente a la acción de ofrecerle a Dios, objetos, animales e incluso hasta personas, no necesariamente para ser sacrificadas pero sí para ser consagradas.

Hay quien piensa, especialmente en el pensamiento freudiano, que se trata de miedo ante la figura divina que es expresión del padre protector y castigador con quien se rivaliza y se le vive sometido porque no se puede rebelar contra él, sin el riesgo de ser aniquilado. Así que el miedo obliga a ofrecer. Sin embargo, han pasado los años, el hombre se ha desarrollado más tanto mental como en otros aspectos y aún sigue ofreciendo. Ha dejado de tener miedo a la divinidad, ha superado doctrinas psicológicas y sigue ofreciendo. Así que se debe reconocer que no se ofrece por miedo.

Efectivamente, ha habido ofrendas por miedo tanto en lo humano como en lo religioso, incluso ese tipo de ofrendas no se llaman en sentido estricto ofrendas, porque cuando se da por miedo o por obligación se dice: tributo. Se da por miedo a ser destruido, por miedo a perder algo más valioso y se prefiere pagar antes que perder bienes, familia, territorio, etc. Cuando se hace por obligación el sentido de la ofrenda se pierde. El hombre que ofrece algo a otro hombre con la idea de alcanzar un beneficio en realidad “no ofrece” intenta “comprar voluntad”. Y sería ingenuo quien piense que le “ofrecieron” algo cuando buscaban “sacar provecho” de él. La auténtica ofrenda es la que sale del corazón y la que se da de corazón. La que no espera ni favores, ni busca cobrar en el futuro.

Por eso lo que se hace en la religión con tapetes, con alfombras, con adornos, con alimentos, con pirotecnia, con peregrinaciones, con cantos, etc., es la mejor expresión de la ofrenda y carece de valor económico, más bien, supera el valor económico y se convierte en un valor trascendente. Lo único que se busca es expresar lo que tiene el corazón que normalmente es amor  y ya lo sabemos, por expresar el amor que tenemos a alguien podemos hacer grandes cosas, algunas muy costosas y que llevan mucho tiempo. He visto maestros alfombristas dedicar más de 24 horas a la confección de alfombras que estarán apenas unos días. Nadie les pagará lo que equivale su tiempo, tal vez habrá quien les apoye con material, y muchos de sus ayudantes lo hacen por puro sentimiento. Si no hubiese amor en ese gesto, o si se buscara otra gratificación como reconocimiento o dinero, seguro habría frustración y lo que vemos en la realización de la ofrenda es alegría, sonrisas, felicidad, todo aquello que está en el corazón y que se puede contemplar en las obras de las manos. Con razón el salmista llega a expresar: “sacrificios y holocaustos de ovejas y toros no te satisfacen, si te ofreciera un holocausto no lo querrías. Mi sacrificio es un corazón quebrantado y humillado y un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias”. También dice el salmista: “no te agradan los sacrificios de ovejas, pero me diste un cuerpo eso es lo que yo te ofrezco”. Solo así, por amor y en completa libertad, sin esperar nada, solo así se entiende el acto de ofrecer, pues se convierte en una ofrenda de amor.