Las Antípodas: Un Minuto, Una Eternidad
19 de septiembre - 2017

“Cada desastre natural, comienza con un día normal” Anónimo

Por Juan Manuel Cambrón Soria

No cabe duda que la fragilidad del ser humano queda expuesta sin rubor por la fuerza de la naturaleza. Sin importar lo imponente de las construcciones, sin tomar en cuenta los desarrollos tecnológicos, sin mirar sexo, clase o religión, el poder e inclemencia de los eventos de la naturaleza, nos exponen en nuestra pequeñez.

En Tlaxcala era común escuchar que aquí nada pasa, que terremotos, huracanes, tormentas, suelen no afectar nuestro territorio. Sin embargo, los acontecimientos de los últimos días nos han dado un mensaje de que no estamos para nada exentos de ser colapsados en cualquier momento.

El sismo lo viví con mis compañeros de partido. Me encontraba en el segundo piso en una reunión de evaluación con el Secretario General, Domingo Calzada Sánchez, cuando sentimos un tirón fuerte que sacudió los sillones de la sala; está temblando –exclamó mi compañero con zozobra e incredulidad- Como impulsados por un resorte nos levantamos y tratando de guardar la calma nos dirigimos al pasillo, al abrir la puerta, observamos a los compañeros del piso caminando presurosos hacia las escaleras.

Mientras avanzábamos para descender gritamos “todos bajen, todos bajen”, y aunque parezca increíble, extendíamos los brazos de par en par para tocar las paredes y con ello tratar de mantener el equilibrio, que se volvía difícil. En una situación de normalidad, bajar las escaleras del partido del segundo piso hasta la calle, no toma más allá de 20 segundos, no son más de 32 escalones; pero, mientras transcurría el temblor, cada segundo era eterno, cada paso parecía imposible, como si las piernas no te respondieran con la misma velocidad. Seguramente tardamos igualmente 20 segundos en descender, pero para mí, para todos, parecía una eternidad. Mientras pisábamos cada escalón, el edificio se movía de un lado a otro, como si una mano lo desplazara de izquierda a derecha, al mismo tiempo, los escalones brincaban como si quisieran desprenderse; por un momento, por tan sólo un momento cavile –esto se va a caer-.

Miré a mi izquierda al llegar al primer piso, ahí hay una ventana grande de esas viejas color negro, con huellas de decenas de manos, que ha sido atravesada por ojos cientos de veces, pero que ahora tronaba como hojuela de maíz en la boca de un niño; abajo, en la calle miré autos y unidades de transporte público detenerse de golpe, gente corriendo a mitad de la calle, los árboles y los cables de luz se desplazaban cual péndulo. En ese instante, cruzó en mis pensamientos los rostros sonrientes de mis hijos y la mirada traviesa de mi esposa, me pregunté ¿cómo la estarían pasando? ¿lo estarán sintiendo? ¿y la escuela de los niños? (preguntas que seguramente miles de padres, madres, hijos, se estarían haciendo en esos trazos de angustia por sus seres queridos).

Al fin llegamos al asfalto, que como en película, se movía debajo de nuestros pies como si camináramos en una cama de agua; se olía el desconcierto y el miedo. Los vecinos de la calle salían de las casas, la gente bajaba de los autos. De la escuela que está en la planta baja del edificio, salían jóvenes y señoritas con temblor en las mejillas, se dejaban escuchar sollozos, algunos se convirtieron en llanto. Mis compañeros de partido, todos, mirábamos alrededor las voces decían “sigue temblando” “miren los árboles” “el edificio se mueve”. Absortos y con premura, todos intentaban mandar mensajes, hacer llamadas, contactar a sus familiares; la red se detuvo, pocos corrían con la suerte de encontrar tranquilidad en la voz que por azar contestaba del otro lado.

El sismo pasó, las calles fueron retomando la normalidad. Las noticias empezaban a correr. Se cayó una parte de la iglesia de San José –afirmaban algunos-, la Ciudad de México es la más afectada –rezaban otros-. Registré un primer mensaje post sismo a las 13:16:37s, y según las noticias, el evento inició a las 13:14:40s, es decir, en algo así como un minuto con 57 segundos, miles, millones de personas en Tlaxcala, Puebla, Morelos, Ciudad de México, Guerrero, Edomex, Chiapas, Oaxaca; pasamos uno de los momentos más angustiantes de los que tengamos memoria; y una vez más, la humanidad quedó expuesta en toda nuestra vulnerabilidad. Pero al mismo tiempo, la propia humanidad se reivindica, al poner por delante el gran corazón, la solidaridad, el apoyo al prójimo en estos momentos de desgracia.

RECONOCIMIENTO

Debo decir con total franqueza, que en lo que pude observar y vivir, en la capital del estado, los servicios de emergencia y protección civil actuaron con prontitud, celeridad y atingencia, mi reconocimiento a las autoridades municipales y al gobierno del estado, por la oportuna reacción