Las Antípodas: El debilitamiento del estado y la vuelta a la vorágine del hombre
23 de mayo - 2017

“Todos los Estados bien gobernados y todos los príncipes inteligentes han tenido cuidado de no reducir a la nobleza a la desesperación, ni al pueblo al descontento” Nicolás Maquiavelo

Por Juan Manuel Cambrón Soria

Nuestro país se encuentra inmerso en una crisis estructural, que se refleja en la vulnerabilidad, ineficacia e inoperancia de sus instituciones, que, desde una visión sistémica, son incapaces de producir out puts (respuestas) al cúmulo de demandas de la sociedad, saturando con ello los procesos gubernamentales que dan consistencia a la legitimidad. En la medida en que el Estado se debilita, paradójicamente la sociedad se debilita también.

Históricamente, desde que el hombre convive en sociedad, ha requerido de reglas, normas y leyes, que regulen su vida dentro de ese conglomerado, con la finalidad de garantizarle un estatus mínimo de desenvolvimiento en comunidad que sea pacífico y tranquilo, donde se pueda desarrollar y potenciar sus capacidades físicas e intelectuales en libertad.

No obstante, la libertad que Don Quijote consideró como “lo más sagrado que tiene el hombre”, tiene ciertos límites para asegurar la convivencia; es decir, la libertad de decisión, de acción e incluso de omisión, tiene como frontera el respeto, respeto a nuestros semejantes, a las instituciones, a los convencionalismos sociales, lo que significa que no somos en realidad del todo libres, sino hasta cierto grado. Pero como el hombre no siempre aplica per se el valor del respeto, es entonces que se hace necesaria la regulación de las conductas, es lo que motiva la creación de leyes y el diseño de instituciones que vigilen su cumplimiento.

En el escenario de transgresión constante del respeto, es en el que se configura la construcción del Estado, entendido como el ente (abstracto) que emerge de la sociedad y se superpone a ella, con el fin de regular y dirimir las controversias que se suscitan en su interior. El filósofo inglés Tomás Hobbes, explicó que el hombre en su aparición se desenvolvía en un medio hostil, en el que prevalecía la ley del más fuerte, el egoísmo y el instinto de supervivencia, esto es, el caos; ese medio lo conceptualizó como el estado de naturaleza. Derivado de esto, los hombres se ven en el obligado de establecer un pacto, aquel que Rousseau definió como el contrato social, que no es otra cosa que la cesión de libertades, potestades y soberanía, a una entidad mayor, algo artificial, pero con la capacidad para garantizar la supervivencia pacífica y armónica de todos, esa entidad desde luego, es el Estado; el “Leviatán” de Hobbes.

Desde su aparición hasta nuestros días, el Estado ha sido garante de las libertades y encargado de la dimisión de diferencias, tarea que ha logrado de diversas formas, pero que, en gran parte del devenir histórico, se ha caracterizado por el empleo legítimo de la fuerza, esa fuerza a la que tiene derecho el Estado para mantener el orden, la paz, la seguridad y la tranquilidad de todos aquellos que lo integran.

El Estado como ente supremo, debe resguardar el orden de la comunidad en su conjunto, pero, ¿debe hacerlo, aun violentando garantías de tipo individual? En un principio se asumía que el Estado por sobre todas las cosas, y muchas veces sin ninguna consideración, podía ejercer su fuerza ante cualquier situación, eran los tiempos del absolutismo; sin embargo, una vez que se transitó al Estado Democrático, se hizo necesaria la creación de una figura que controlara la violencia de la que era capaz ese ente, esa figura fue el estado de derecho, que se entiende de acuerdo a Bovero, “como la posibilidad de que todos los ciudadanos sean respetados en sus derechos, desde su individualidad, sin distinción de raza, credo, ideología o nivel económico”.

No obstante, en los últimos sexenios (Zedillo, Fox, Calderón, Peña) hemos sido testigos de un debilitamiento severo de las instituciones del Estado, envueltas en corrupción, infiltradas por el narco, dominadas por poderes fácticos. Somos partícipes de una sociedad fracturada y confrontada, inmersa en una escalada de violencia sin tregua. Tal pareciese que el hombre regresa a la vorágine de su estado natural. Por ello, es urgente restaurar y reconstruir al estado, para devolver a los ciudadanos ciertos grados de normalidad a su cotidianeidad y de certeza jurídica a sus acciones, además de garantizar la transparencia en los procesos políticos. Es urgente pactar, entre los actores políticos, económicos y sociales, con los poderes fácticos incluso, de lo contrario, lo único previsible es el caos, para el que nadie tiene una respuesta pacífica.

Nota al Calce

Me disculpo anticipadamente con mis lectores, si la prosa de hoy resultó densa; traté de escribir desde una faceta que me apasiona profundamente, la de mi formación académica como politólogo.