Orgullosos de ser maestros
15 de mayo - 2017

Por Ranulfo Rojas Bretón

Cada uno de nosotros seguramente tenemos en la mente a maestros o maestras que por su calidad profesional y humana fueron claves en nuestro proceso de formación. Maestros que de muchas maneras incidieron en nuestras vidas y nos ayudaron no solo a aprender cosas sino que nos enseñaron un modo de vida. Aprendimos de ellos palabras, conocimientos, también aprendimos formas de vida, modos de comportamiento y en base a la influencia que ejercían sobre nosotros, fueron modelándonos.

¿Qué maestro o maestra más recuerdas? ¿Qué historias de maestros tienes frescas en tu mente? Seguro que muchas. ¿Qué alumno o alumna recuerdas más si eres maestro o maestra?

Los grandes maestros de la antigüedad se distinguieron por ser imagen para sus alumnos, eran punto de referencia, de reverencia y de admiración hasta casi llegar al culto. No eran considerados como algo humano sino como algo casi divino o no terrenales. ¿De dónde les venía esa sabiduría, se preguntaban sus alumnos? Su relación con ellos era algo místico. Obviamente los alumnos se sentían orgullosos del maestro que tenían y las familias consideraban al maestro –preceptor de sus hijos- como una presencia mágica para la vida de sus hijos.

Preceptores célebres como Aristóteles de Alejandro Magno, o a propósito de los Niños Mártires de Tlaxcala que tuvieron como preceptor al insigne Fray Martín de Valencia que tuvo la oportunidad de constatar sus enseñanzas cuando les hizo ver que la tarea que aceptaban al acompañar a Fray Bernardino Minaya que iba rumbo a Oaxaca sería algo demasiado peligroso e incluso podrían perder la vida. Su respuesta fue admirable: “Padre, tú nos enseñaste que crucificaron a San Pedro, que degollaron a San Pablo, que desollaron a San Bartolomé, así que si Dios se quiere servir de nuestras vidas, seríamos muy honrados por ello”. Enseñanzas aprendidas y asimiladas hasta el grado de ser parte de la vida de quien recibe la enseñanza. Seguro que el maestro se sentirá honrado cuando ve a su discípulo aceptar con entereza las consecuencias de su aprendizaje.

José María Morelos, “el siervo de la nación” fue alumno de Miguel Hidalgo en Morelia y seguro que al ver a su maestro asumir una causa se sintió orgulloso de emular lo que su maestro hacía y aun sabiendo de su muerte, él siguió adelante con el proyecto impulsado por su maestro.

¿Cuántos maestros habrá que se sientan orgullosos al ver a sus alumnos brillar como profesionistas, líderes, o como gente de bien? Seguro que hay muchos. Debe ser emocionante para el maestro ver a uno de sus alumnos estar brillando en la empresa, la política, la cultura, etc., y poder decir: “él fue mi alumno o mi alumna”.

Por todo eso, al llegar un día tan especial como lo es el “día del maestro” no se deben escatimar las felicitaciones para tantos mentores que están dejando la vida en las aulas, que como la vela encendida se van desgastando mientras iluminan con su vida la vida de quienes son encomendados a su cuidado. Pero también es día de felicitar a tantos alumnos que “no echan en saco roto” tantas enseñanzas y con su vida van dando testimonio del esfuerzo de cada maestro y maestra que buscan influir en cada pequeño que llega a su aula, de los adolescentes y jóvenes que están en su butaca abiertos a la enseñanza o muchas veces cerrados a ella pero que para el maestro se convierten en un reto a vencer.

Son los maestros como el sembrador que lanza su semilla con la conciencia de que no siempre será aprovechada porque habrá semilla que caiga en el camino y se la coman las aves o la pise la gente, otra semilla caerá entre piedras y otra entre espinas, pero habrá semilla que caerá en tierra buena y dará fruto del treinta o del sesenta o del ciento por uno. Esa es la gran esperanza del maestro.