Las Antípodas: Educación Limitada
3 de mayo - 2017

Por Juan Manuel Cambrón Soria

“La primera tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre para que se desarrolle” María Montesori

Los estilos y las formas de encarar los procesos educativos han evolucionado y se han modificado de manera sustantiva a lo largo del tiempo. Miro en retrospectiva las características en las que fui educado, tanto en la parte formal como es la escuela, como en la informal en el hogar, y encuentro posiciones diametralmente opuestas entre el ayer y el hoy, en donde incluso pareciera que el común denominador es la eliminación del esfuerzo y la laxitud de las normas.

Hace tres décadas, la llamada “cultura del esfuerzo” orientaba a los estudiantes y a los tutores a maximizar la obligación, el compromiso y la responsabilidad, bajo la premisa de que a mejores resultados educativos (en notas finales como en aprendizaje) mayor era el espectro de oportunidades que se abrían frente al individuo y su realidad.

El padre de familia, si bien es cierto ignoraba las características del modelo educativo, asumía el reto de la exigencia sobre el niño haciendo un ejercicio mayor de acompañamiento; por su parte, el profesor se comprometía con el educando asumiendo una figura de autoridad férrea que el mismo alumno aceptaba y respetaba.

Es cierto que hoy la sociedad ha cambiado, la realidad económica del país obliga cada vez más a que padres y madres salgan de sus casas a perseguir el sustento diario; hay también una mayor cantidad de familias desintegradas, e incluso se han incrementado los hogares mono parentales en el país (el INEGI estima que entre el 15% y el 18% de los hogares en el país son jefatura femenina); el resultado tangible de esta realidad es que existe un compromiso olvidado por la educación. Y hoy encontramos un escenario complejo con varias aristas que espero el lector comparta o diverja, que, si bien no podemos universalizar o meter a todo y todos en un mismo costal, si es una realidad recurrente.

Padres permisivos y temerosos de sus hijos, que bajo el argumento de no presionar de más para no provocar “afectaciones” prefieren hacer caso omiso a las actitudes de alerta, padres lejanos que no se acercan a la escuela ni a sus hijos para conocer la evolución y los niveles de aprendizaje.

Profesores que simulan enseñar agobiados por el descredito de sus dirigentes sindicales, acorralados por los procesos burocráticos, diezmados en autoridad frente al grupo y vituperados por el entorno escolar, cada vez más preocupados por engrosar prestaciones, descansar más días o reducir responsabilidades, que comprometidos en aprender o en enseñar.

Alumnos que navegan en la mediocridad del día a día, absortos de la realidad, ajenos a la obligación, extraviados de los conceptos de límites y autoridad, que esperan equivocadamente que el mundo se alinee a su favor en el futuro o que sus padres terminen por salvarles no el día, sino la vida entera; niños y jóvenes ajenos al prójimo, atentos a la realidad virtual, incapaces de leer un par de cuartillas y mucho menos de comprenderlas.

Autoridades educativas burocratizadas, que no están cerca ni del maestro, ni del alumno, ni de los padres; preocupados por mostrar ante la opinión pública una supuesta modernización educativa que solo se nota en el papel, pero que no se replica en las aulas ni en la calidad maestros y educandos, autoridades que se corrompen con singular facilidad dispuestas a facilitar accesos a resultados o a maquillar éstos para justificar gastos, costos y presupuesto.

Y finalmente, un modelo de tipo social, económico, político y cultural que se ha institucionalizado en el orbe, caracterizado por la deshumanización e individualización del sujeto, donde lo que importa es el “yo único” como centro del mundo; donde los estereotipos de felicidad, éxito y belleza moldean el actuar del sujeto orientando sus acciones a alcanzar a toda costa un conjunto de satisfactores aspiracionales que en nada abonan al bien colectivo y que incluso son inalcanzables; un modelo que atrofia la capacidad de pensar del individuo, que maltrecha y empobrece la capacidad de abstracción, de pensar, de reflexionar, de discernir, de criticar el entorno (principio éste sí fundamental para producir cambios positivos).

Esta es parte de la cotidianidad a la que nos enfrentamos quienes hemos sido alumnos o hemos tenido la oportunidad de dar clases. No es un problema simple ni monotemático; por el contrario, es un problema complejo, estructural, multidimensional y polifacético.

Hacer una exégesis fenomenológica de la educación sin contemplar la amplia gama de aristas, nos limitara a presentar soluciones exiguas e insuficientes, que inexorablemente nos arrastraran al fracaso, como es hasta ahora.