8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. De la igualdad y el respeto
8 de marzo - 2017

Por: Adriana Dávila Fernández

Senadora de la República

Con amor, cariño y respeto a Xime y a Gude:

Hoy, como cada año, conmemoramos el Día Internacional de la Mujer; diversos reportajes se publican en medios de comunicación impresos y electrónicos así como en las redes sociales, mucho se habla de nuestros avances y de lo que aún falta por hacer; se enuncian logros, contenidos especialmente en diversas legislaciones: una vida libre de violencia, derechos electorales -como la paridad-, acceso a cargos públicos y de la administración pública, condiciones iguales para mujeres y hombres en términos laborales, solo por mencionar algunos.

En mi trayectoria en la política desde hace 22 años, mi trabajo en la Administración Pública Federal, mi desempeño en asociaciones civiles de formación profesional del trabajo en municipios y especialmente, en mi experiencia en el Congreso de la Unión como legisladora, he conocido un sinfín de propuestas relativas a mejorar nuestras condiciones como mujeres, he oído cientos de discursos que nos alaban, reconocen y mencionan cifras, datos y números de lo «mucho que hemos avanzado», en todo ello, es recurrente la frase «igualdad de género».

He conocido muchos grupos de mujeres «organizadas» ya sea como sociedad civil o como asociaciones de mujeres que ocupan cargos de elección popular y participan en distintos partidos políticos, todas ellas inteligentes, entregadas y con un interés genuino de ayudar a más mujeres. Sin embargo, años pasan y pasan y sigo escuchando lo mismo, se escriben los mismos reportajes, se entrevistan a las mismas mujeres, se habla de lo mucho que padecemos en nuestra vida cotidiana y de las injusticias que se cometen contra nosotras, ¡ah! pero eso sí, se exalta especialmente lo «increíbles» que somos quienes «logramos ser diputadas, senadoras o alcaldesas».

En los últimos años me he cuestionado ¿por qué si buscamos la igualdad, cada vez más evidenciamos públicamente las diferencias entre las mujeres y culpamos generalmente a los hombres de ello? He participado como candidata a diputada local, fui electa senadora de primera minoría (por cierto lo que algunos y algunas confunden con «plurinominal») en dos ocasiones contendí como candidata a gobernadora, y como nunca, en la reciente elección, observé y viví una violencia que hoy se da a conocer como «violencia política de género», pero que en la realidad es mucho más que eso, porque no solo lastima nuestra participación electoral; en mi caso -como estoy segura en el de muchas otras mujeres- cambió y afectó radicalmente mi vida profesional y personal.

Al término de la elección me pregunté si me sirvieron de algo estas leyes ya emitidas, esos discursos repetidos, esos «derechos» adquiridos, cuestioné duramente la falta de solidaridad de todas esas asociaciones de defensa de los derechos de las mujeres, tanto partidistas como de la sociedad civil; pero especialmente, me culpé todo el tiempo de lo que había pasado, porque sentía que había expuesto a mi familia a todas esas ofensas, calumnias y mentiras, especialmente a mi madre y a mi hija; solo por mi participación política-electoral.

A mi regreso al Senado me propuse trabajar más intensamente en la Comisión que por voluntad propia había aceptado presidir, a fin de «limpiar mi nombre y recuperar mi prestigio», porque «debía demostrarle a todos que mi trabajo legislativo siempre fue responsable y profesional y que lo que se había dicho de mí era mentira».

Fue entonces cuando me di cuenta del por qué miles de mujeres no quieren participar en la política partidista electoral, entendí que ninguna ley o discurso cambiará la calidad moral y personal de los seres humanos sean hombres o mujeres, comprendí que, especialmente en la política, no importa el género sino el «equipo interno o el partido al que perteneces», razoné que la violencia contra nosotras no se genera siempre por parte de un hombre, que muchas mujeres al incorporarse en la política y debido a su formación, actúan igual de violentas o se hacen omisas ante la ofensa y la mentira que generan «sus estrategas electorales» para ganar una elección; por supuesto acciones que son aprovechadas y potencializadas por adversarios varones, para que como siempre «sea un pleito entre viejas».

En los meses previos y hasta después de la campaña de 2016, leí, vi y escuché vídeos, “memes”, motes, comentarios en redes sociales y notas «periodísticas» que contienen tanta mentira y basura, generados por no sé quién (porque hasta eso, la cobardía es el signo principal de lo que hoy se llama «campaña de contraste»), que seguí pensando que yo era la responsable de que esto hubiera pasado, porque según yo, pude evitarlo al no participar en la contienda y «me lo merecía por ser política».

No interpuse ninguna queja ante la FEPADE por violencia política de género, porque una resolución aún favorable, lamentablemente no tendría consecuencia alguna contra mis detractores y menos cambiaría todo lo que sentí durante ese tiempo. De cualquier manera aún no se si hice lo correcto al no denunciar.

Lo cierto es que no quería dar un mensaje de que mi participación y las ofensas de las que fui objeto eran solo por ser mujer, porque luche por mi candidatura ante mi partido no por mi género, no por ser mujer; luche por esa candidatura por mi capacidad, mi experiencia, mis ganas y anhelos de que Tlaxcala fuera distinto y mejor para quienes ahí vivimos hombres y mujeres, niñas, niños y jóvenes que tienen derecho a mejores condiciones de vida.

Afortunadamente, el tiempo va curando todo y poniendo las cosas en su lugar, la derrota electoral la asimile más fácilmente porque cuando uno participa como candidata, está consciente de que el riesgo es perder le elección. El daño moral tarda más tiempo en sanar porque lastima la dignidad, principio básico de los Derechos Humanos, no solo la propia, sino la de tu familia y la gente que te rodea y vive contigo esta experiencia, pero también se supera.

No me arrepiento de la elección profesional de vida que hice, cualquier situación que he pasado fortalece mi sentido humano y me permite tener claro lo que NO haría por lograr un espacio en la política, pero sobre todo, pese a calumnias y críticas mis adversarios políticos saben perfectamente (a pesar de que no lo reconozcan) que es lo que nos hace distintos y distintas.

Hoy, en la conmemoración del Día Internacional de la mujer decidí escribir esto no como una queja de mi experiencia personal respecto de mi género sino como una forma de decirle a las mujeres y a los hombres que lean esta columna, que los cambios de conducta no se dan por decreto, que la calidad moral no te la otorga ninguna ley, que la violencia que se vive en contra de nosotras no solo se genera por los hombres y, que muchas mujeres hemos perdido un principio básico de solidaridad no a favor de una mujer, sino en contra de las injusticias cometidas contra nosotras y contra las personas.

Que la igualdad de género, no se puede lograr si no existe la voluntad para hacerlo, que nuestra participación como mujeres en la vida política, social y familiar, pasa por respetar las decisiones de cada una de nosotras de optar por dedicarnos a lo que queremos aunque no sea la política y eso no genere discriminación.

Que la igualdad de género pasa por enseñar a los demás que somos capaces de generar propuestas y dejar de denostar a nuestros adversarios o adversarias políticas desde la mentira. Que se vale denunciar los actos y acciones de corrupción o la comisión de delitos en nuestra participación política electoral, cuando con argumentos, pruebas y denuncias ante las autoridades si es el caso, podemos cambiar lo que le hace daño al país, pero que también la mentira, la calumnia y el engaño que se crea por la clase política, debe tener consecuencias y que la falta de ética de algunos informadores no se puede solucionar con el monto económico de convenios de impunidad, disfrazados de «convenios de difusión».

Deseo y espero que en los siguientes años esta conmemoración pueda hacerse con cambios sustantivos y de fondo, que funcionen las instituciones y las respetemos, que alcancemos la igualdad siendo amigas de los varones y pidiendo su respeto con acciones concretas; que no permitamos la injusticia contra nadie y menos contra las mujeres, que el RESPETO y la NO DISCRIMINACIÓN sean nuestra bandera y que aceptemos que en la búsqueda de la defensa de nuestros derechos, la impunidad de las malas acciones que cometamos no está permitida solo por género.

La igualdad no es más que reconocer que hombres y mujeres, que mujeres y hombres tenemos diferencias incluso más que las físicas, pero que tenemos los mismos derechos y las mismas obligaciones. Hoy debemos dejar de autocalificarnos como una cuota o como un número, somos mucho más que eso, somos el motor y la fuerza que empuja a este país para salir adelante y sí, somos capaces de hacer la diferencia si empezamos por comprender, que es momento de dejarnos de vernos nosotras mismas como estadística.