Somos barro
27 de febrero - 2017

Por Ranulfo Rojas Bretón

Una de las experiencias impactantes de la vida es confrontarse ante la realidad. Normalmente se dice fácil pero es una de las experiencias que se buscan evadir. Casi todas las religiones coinciden de hacer ver el origen del hombre del barro, de tierra, de polvo, tal vez una de las cosmogonías más bonitas es la de nuestros antepasados que hace ver al hombre formado de pasta de maíz y como una tortilla cocido en el comal.

El capítulo segundo del Génesis dice que Dios tomo barro de la tierra y con él formó al hombre y le sopló en la nariz el aliento de vida. Desde ese relato, los distintos libros bíblicos lo mantienen como verdad.

Así que cuando en la ceremonia del “miércoles de ceniza” nos ponen ceniza en la cabeza y nos dicen: “recuerda que eres polvo y al polvo volverás” simplemente nos recuerdan lo que dice el Eclesiastés: “vuelve el hombre a la tierra de donde salió” y lo mismo el Eclesiástico que dice: “Dios formó de tierra al hombre y le dio vida”.

La conciencia de nuestro origen y de lo que somos, nos debiera hacer a todos más “humildes” de hecho el término humildad viene de latín “humus” y significa tierra húmeda. Conciencia de que somos barro y de que estamos vivos porque Dios nos ha soplado la vida.

La conciencia de finitud porque el barro como toda materia es finito y se acaba, nos debe hacer conscientes de que hoy somos y mañana ya no seremos, de que hoy estamos y mañana ya no estaremos. La Biblia continuamente nos recuerda que “la vida es muy breve y nuestros días unas sombra que pasa”. Si todo esto es verdad, valdrá la pena no caer en la tentación de la inmortalidad, es decir, tener conciencia de que: “nadie puede alargar su vida ni siquiera un instante”, “porque nuestra vida está en las manos de Dios” y un día cuando Dios lo decida, moriremos. Si bien en nuestros tiempos a nadie le gusta hablar de la muerte y sufrimos con la conciencia de esta posibilidad, la realidad es esa: “moriremos”. Por eso, la Escritura también dice: “piensa en tus últimos días y no pecarás”. Si no podemos alargar nuestra vida porque nosotros no decidimos cuando llegar y tampoco decidiremos cuando salir, ¿Qué si podemos hacer? Si podemos vivir cada instante como un regalo de Dios, como una bendición y esforzarnos en vivir bien.

Por eso, vale la pena recordar que somos polvo y al polvo volveremos, sin embargo, tampoco podemos olvidar que además de cuerpo o de carne, también tenemos espíritu y el espíritu es inmortal, por eso, el Eclesiastés después de afirmar que “vuelve el cuerpo a la tierra de donde salió”, también dice: “Y vuelve el espíritu a Dios de donde salió”. La convicción de estar formados de “cuerpo y alma”, como dicen los filósofos griegos o de “carne y espíritu” como afirma el pensamiento judío, tiene por una parte la conciencia de “finitud” y por otra la conciencia de “trascendencia”. Así que limitados y trascendentes, somos algo especial que mereció que el salmista dijese: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que de él te preocupes? Lo hiciste un poquito inferior a los ángeles pero lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre la obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies”. Esa grandeza del hombre nos debe confrontar para tener un modo de vivir coherente con lo que somos, limitados y trascendentes. Siempre nos hará bien recordar de dónde venimos y a dónde vamos.