Luz para los demás
16 de enero - 2017

Por Ranulfo Rojas Bretón

A propósito del inicio turbulento del año 2017 donde parece que se hace palpable la profecía de Isaías: “miren: las tinieblas llenan la tierra e intensa niebla cubre los pueblos”. Las tinieblas de la violencia, la incertidumbre que sufren aquellos que no tienen empleo o que lo ven en riesgo, los que sufren alguna enfermedad o bien que son víctimas del miedo o han sufrido saqueos. Ante esas tinieblas tiene que aparecer también la confianza profética que dice: “te voy a convertir en luz de las naciones para que lleves mi salvación hasta los últimos rincones del a tierra”.

Ser luz implica un simbolismo muy profundo. El día del bautismo a los papás y padrinos se les entrega una cera encendida y se les dice: “Reciban la luz de Cristo, a ustedes papás y padrinos se les confía el cuidado de esta luz, a fin de que este niño que ha sido iluminado por Cristo, camine siempre como hijo de la luz y perseverando en la fe pueda salir al encuentro del Señor cuando venga al final de los tiempos”. Ser luz y caminar como hijo de la luz, son características que debe tener el que acepta a Cristo en su vida. “Te convertiré en luz”, es una afirmación que lleva implícita la convicción de la que San Francisco de Asís es consciente: “Hazme un instrumento de tu paz, que dónde haya oscuridad lleve tu luz”.

¿Qué pasaría si cada uno tuviésemos la convicción de que debemos ser luz para los demás? O sea, de que debemos ser positivos para quien nos rodea, de que debemos ser gente de unidad, de paz, ser quienes ayudemos y no ser de los que sembramos cosas negativas. Ante la pregunta de un reportero sobre ¿Cuál debe ser el aporte o la actitud del cristiano en una sociedad como la nuestra, en una situación como la que hemos vivido? he sido claro que el católico, el creyente, no puede ser de los que saquean, de los que grafitean o dañan las propiedades de los demás o quienes se apoderan de sus bienes. El cristiano debe ser ejemplo de honestidad, de respeto, de generosidad.

Entonces, ser luz, significa colaborar para que la gente se sienta segura, se sienta confiada, que esté segura de que no recibirá ningún daño en sus bienes. La persona que se convence de ser luz, sabe que aun cuando tiene necesidad, la otra persona hoy tiene más necesidad que él. Si necesita ayuda, sabe que el otro hoy tiene más necesidad de ayuda que él. Con esta convicción, el cristiano luz, se esfuerza en sembrar, en cuidar, en cosechar, en construir, en tareas que implicar hacer algo de provecho por los demás, mientras que la gente de la oscuridad tratará de dañar, de dividir, de destruir, de hacer todo para que no haya progreso común. Es alguien que piensa solo en sí mismo y se olvida de los demás, más aun, los utiliza para subir, los pone de escalera para llegar un poco más arriba y no siente el mínimo dolor de corazón por las cosas que perjudican a los demás siempre y cuando él salga beneficiado.

Nadie tiene fácil las cosas, y en estos tiempos menos, pero como hay personas que son más vulnerables, que sufren más que nosotros, entonces las miradas tienen que volverse hacia ellas para ver en qué se les puede ayudar. La tarea de los “hijos de la luz” es muy exigente pero es muy hermosa y así como la luz de la vela, al mismo tiempo que ilumina se va desgastando, así la vida de quien da luz se siente orgulloso de poder iluminar a otro aunque eso le significa perder sus propios espacios, dar su propio tiempo y ofrecer sus propios bienes. Compartir lo que soy, lo que puedo, lo que sé y lo que tengo es la tarea del cristiano que a ejemplo de Cristo entregó todo, así también el creyente entrega todo.