El Comandante
30 de noviembre - 2016

mauricio_olaiz

Por Mauricio Hernández Olaiz

Y en eso cruzó el umbral de la puerta, álgido, su estatura sorprendía, el humo del habano se disipaba conforme recorría la habitación contratada para la entrevista en el hotel camino real, el verde olivo de su típico uniforme y su gorra característica nos confirmaba la llegada del imponente Castro Ruz.

Se sentó sin saludar a la entonces corresponsal de TV Hoy Colombia; Paty Ramos, los nervios mostrados por la jefa justificaban la mía, apenas un novel asistente de producción, era el año de 1988, Fidel acarició su entonces no tan larga barba y espetó enérgico con su tono cubano, «¿Empezamos?».

La historia y el pueblo cubano son los que juzgarán a Fidel. Dictador, libertador, estadista o guerrillero, logros incuestionables bajo su mandato en áreas como la salud, educación, investigación, ciencia y deporte, cuestionado en cuanto a derechos humanos y garantías individuales.

Aquella entrevista con el comandante Fidel un día antes de la toma de posesión de Carlos Salinas en el ya lejano primero de diciembre del 88, fue una muestra de cortesía, según decía, a los medios latinos con presencia en los Estados Unidos pero afirmaba que no se callaría con respecto a las tropelías del imperio y de su injerencia en naciones como la nuestra.

Sin duda ave de tempestades, pero con profundos claro oscuros, solo un par de meses atrás Fidel había sido de las voces más críticas sobre el fraude electoral en detrimento de Cuauhtémoc Cárdenas y como Salinas, apoyado por el imperialismo Yankee, habían arrebatado la presidencia al representante de la izquierda nacional, la caída del sistema operado por Manuel Bartlett y todo lo que género uno de los fraudes más sonados y documentados de la “democracia” mexicana fue motivo constante de las críticas del comandante, sin embargo, estaba ahí frente a mí, un día antes de participar como máximo representante de la isla en la toma de posesión de Salinas, validando su triunfo y su gobierno, así era Fidel.

Su voz subía de tono, engolaba de cuando en cuando, mi trabajo como asistente era la de operar la enorme casetera de ¾ y cuidar la calidad del audio, era complicado, por momentos el tono de Castro era casi de grito, sobre todo luego del cuestionamiento de la reportera sobre su presencia en el evento del presidencialismo mexicano.

“México y Cuba son hermanos”, decía, “pero a veces uno de los hermanos equivoca el camino, hay que estar cerca de él para procurar que no se haga daño, para procurar que no se lastime, para evitar que nos dañe a todos”…así respondía sobre su presencia en el inicio del terrible Salinismo.

La relación de ambos mandatarios sería más cercana de lo previsto, pese a todo, Fidel no escatimó en negociaciones con Carlos, aunque por momentos no se dejaba guardadas las críticas contra su gobierno, pero a la hora de compartir la mesa siempre hubo sonrisas y camaradería, ambos dictadores de sus pueblos, ambos enriqueciéndose a costa de los suyos.

Fidel es parte medular de sistema político del planeta en el siglo XX, desde su revolución hasta la “transformación” total de su isla, nunca se dobló ante el poderío Estadounidense, fue pieza clave de la guerra fría, la crisis de los misiles y de poner al mundo al borde de la crisis, pese a ello no todos le odian, algunos reconocen su valía, aquel rebelde soñador convertido en dictador, líder natural y pensador creativo, aquella tarde del 30 de noviembre marcó mis inicios en el trabajo periodístico.

Nunca nos volteó a ver, nunca nos extendió la mano, simplemente los presentes en aquella habitación del Camino real el 30 de noviembre de 1988 fuimos tan solo sombras para Fidel, Castro solo se concentró en su interlocutora y en su asistente, aquel cubano sonriente que yo no olvido por sus enormes cicatrices en el rostro, ataviado igualmente con su uniforme verde olivo todavía hoy me sigo preguntando si esas profusas cicatrices fueron la huella de la bahía de cochinos. Nunca lo sabré.

Fidel concluyó su casi monólogo, la mitad de las preguntas se quedaron en el tintero, cuando la presión sube, el comandante replica, cuestiona, se justifica y se marcha, su paso marcial es evidente, el habano nunca fue dejado de lado, pero si la despedida, como llegó, abandonó, prepotente, detrás de él su staff de 4 elementos, fuera de la habitación una veintena, se marchó Castro, pero sin duda, esos 20 minutos sirvieron de mucho, finalmente era una exclusiva.

No todo el mundo puede decir que conoció a Fidel en persona…yo sí, aunque suene arrogante, no le admiro, pero no puedo negar su estatura histórica y eso siempre validara la oportunidad de haber conocido a uno delos iconos políticos del milenio, para bien o para mal, será, insisto, la historia quien le juzgue, no yo.