Se suicida con sus hijos por pobreza
29 de septiembre - 2016

suicidio

Fuente y foto: EXCELSIOR

Ante la amenaza de que le quitaran su casa, y sin tener dinero ni para darle de comer a sus hijos, Sol tomó esa decisión

Dejó una carta donde argumenta problemas económicos, presión de abogados para perder su casa y la separación de su marido

CIUDAD DE MÉXICO.

Nadie muere de hambre. Se muere de pobreza, como le pasó a Sol y sus hijos.

La mañana del 30 de agosto de 2016, los habitantes del fraccionamiento Los Agaves, en el municipio de Tlajomulco, Jalisco, se despertaron envueltos en un olor nauseabundo.

Mientras dormían, un olor fétido se había metido a sus casas. Siete días antes había comenzado un ligero mal olor, pero ese martes se había transformado en un manto invisible que provocaba arcadas. El aroma había avanzado en los días que el vecindario de casas de interés social se negaba a decir lo que la mayoría pensaba: huele a muerte y el origen es la casa de Sol, de 35 años, y de sus hijos Alberto, de 14, y Óscar, de 7.

Cuando llegó el atardecer, el olor ya era demasiado intenso como para seguir en negación, así que una mujer marcó al número de emergencia 066 y a las 6:59 de la tarde se registró en la base policial «Palomar» una petición anónima de apoyo para saber qué sucedía dentro de esa casa de paredes blancas y reja negra, donde se había instaurado un largo silencio que preocupaba a la comunidad.

Desde que entraron al fraccionamiento, el policía S. y su pareja, a bordo de la patrulla TZ268-5 de la policía municipal, intuyeron lo que iban a encontrar. Llamaron a la Dirección General de Protección Civil de Tlajomulco y se sumaron dos funcionarios. Los cuatro, frente a la puerta y de espaldas a los vecinos que miraban angustiados, forzaron la entrada e ingresaron.

Minutos después, llegó el oficial de más alto rango en el municipio, César Navarro, el comisario de la policía municipal. Caminó y entró a la segunda recámara. Y ahí estaba el origen del olor, tal y como se lo habían anunciado por radio.

Tres cadáveres tan descompuestos que, por su experiencia como policía desde 1987, calculó con sólo verlos que llevaban ahí una semana.

ERAN SOL, ALBERTO Y ÓSCAR

La escena fue fotografiada y guardada en el teléfono del comisario Navarro: el cuerpo de Sol tendido en el piso, a los pies de las dos camas que había en la recámara. En una estaba Alberto, en la otra, Óscar. Minutos después, los peritos notarían que las puertas y ventanas estaban fuertemente cerradas por dentro, que las llaves del gas de la estufa estaban deliberadamente abiertas. Y encontrarían once hojas escritas a mano.

‘ERA MUY TRABAJADORA… SOLO QUE NO LE ALCANZABA’

La carta, cuentan quienes la leyeron, era un testimonio de depresión, enojo y frustración, pero sobre todo mostraba el deseo de Sol por ser perdonada, aunque también era un esfuerzo por explicar su suicidio y el asesinato de sus hijos: la vida es insoportable cuando la pobreza es tan fuerte que asfixia.

La vida de Sol, tanto como su muerte, se llenó de dudas: ganaba 800 o 900 pesos a la semana como empleada en una maquiladora de material electrónico o en su nuevo trabajo como vendedora de pan. Ella sola sostenía a sus dos hijos, porque vivía lejos de su familia o no tenía contacto con ellos desde tiempo. Hace semanas o meses se había convertido en el único sostén de la casa, cuando su esposo o novio la abandonó y le heredó una deuda de 300 o 600 pesos semanales como parte del crédito que le dio el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores. Llevaba semanas recibiendo llamadas y visitas intimidantes de «abogados del gobierno» que querían echarla su casa. Y como Sol no tenía dinero ni más familia cercana que sus dos niños pequeños, aquella tarde lo único que sí tuvo fue la certeza de que debía terminar con su vida y la de su familia.