La sensibilidad del «grande»
29 de agosto - 2016

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Ranulfo Rojas Bretón

“Sé más pequeño cuanto más grande seas”, afirma el libro del Eclesiástico y en esta afirmación se encuentra una enseñanza magistral y especialmente vial. Enseñanza de ayer, hoy y siempre. He visto hombres grandes, -hombres y mujeres por supuesto- que tienen mucho dinero, mucho poder, muchos conocimientos pero por encima de ello, tienen una calidad humana impresionante; son respetuosos con las personas, las escuchan, las atienden, se preocupan por ellas, tienen una capacidad empática sorprendente.

Podemos decir sin duda, que esas personas son muy valiosas y especiales, porque a pesar de sus posibilidades y capacidades se mantienen “con los pies en la tierra”, ni se sienten más ni menos que los demás, y mucho menos se sienten superiores. Más aún, tienen clara conciencia de que las capacidades que han adquirido y desarrollado, les generan un mayor compromiso con la gente. Saben que todo eso lo tienen no para ellos sino para servir a los demás y se dedican en cuerpo y alma a ello. Así, podemos ver empresarios cuyo interés único no es la ganancia y menos a costa de los derechos y de la justicia para con sus trabajadores; desarrollan políticas y estrategias que beneficien el medio ambiente, las buenas relaciones humanas y que permitan el sano desarrollo integral de las personas y sus familias. Es muy probable que no todos se sientan satisfechos en empresas de personas con esta visión, pero en la conciencia del empresario está muy claro que sus acciones responden a la conciencia de servicio y responsabilidad que tienen. Recuerdo a un amigo que me decía: “Tengo claro que hay familias que dependen de mis negocios y por el beneficio de ellos yo debo procurar su crecimiento y mantener la estabilidad. A veces hay buenas ventas, a veces las ventas están bajas, pero cada semana debo cubrir los salarios de todos y por ellos debo administrar todo bien, no puedo dejar de pagar a la gente y menos se me ocurre despedirla porque entonces sus familias se quedan desprotegidas”.

Pensar así, es digno de alabar porque en la cultura moderna el egoísmo permea el pensamiento y las acciones de la mayoría y la preocupación por el “yo” están por encima de la preocupación por el “otro”. Cada uno se preocupa de sí mismo y se olvida de los demás. Si esta concepción egoísta logra imponerse entonces la “indiferencia” se convierte en la actitud principal y por el bien de toda la sociedad más vale que luchemos contra ella.