Bohemio de afición
27 de junio - 2016

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

La vida del Pana sin duda es una vida muy “sui generis”, todo aquel que lo conoció puede hablar de alguna de sus facetas, de su personalidad, de sus pensamientos, de su comportamiento, en fin, de mucho de lo que “El Pana” fue en vida. Incluso hay quienes comentan la decisión de su última voluntad: “ser esparcidas sus cenizas en cuatro ganaderías”. Algo que realizamos el sábado y domingo pasado en El Paraíso, Zacatepec, De Haro y GarcíaMendez.

El Pana que siempre deseo morir en el ruedo y que finalmente murió como efecto del estar en el ruedo. Su deseo era ser cogido por el toro y ahí ofrendar su vida, morir como si fuera una película en la que el héroe se enfrenta al toro y después de una faena de ensueño, tal vez de un trincherazo como el realizado a “Rey mago” aquel 6 de enero, el burel se revolviera indignado por ser burlado, entonces embestir con mayor fuerza y clavar los pitones en las carnes del torero que elevando los ojos al cielo, más allá del rictus de dolor, mostrara una sonrisa de felicidad por haber logrado el sueño mítico de convertir la arena en piedra de sacrificios y ofrendar su corazón sangrante al Todopoderoso como ofrenda de gratitud por permitirle tantas tardes de ensueño ahí mismo en ese altar del sacrificio.

“Morir en el ruedo” el sueño de un gladiador, del hombre que vestido de luces se transformaba y que con las ropas sagradas del torero oficiaba su servicio sagrado y cual sacerdote antiguo cubría todos los ritos de ordenanza para que al final de la lidia, “sacrificara” a la víctima en la espera de haber cumplido su acción sagrada, pero con la posibilidad siempre latente de que la víctima se convirtiera en victimario y el oferente en la ofrenda. Así quiso ser el Pana, la ofrenda, y finalmente “Pan Francés” de la ganadería de Guanamé se convirtió en el oferente, la plaza de Lerdo Durango en el altar o piedra del sacrificio para cumplir con el deseo de “El Brujo de Apizaco”, el “último Romántico del toreo”, del para muchos “El Maestro” o para otros “Un loco”, pero siempre así, admirado o rechazado, pero nunca ignorado, Rodolfo Rodríguez “El Pana”.

Sus cenizas esparcidas riegan el suelo tlaxcalteca, el suelo taurino que tantas veces recorrió y que ahora, lejos de querer ser un espíritu que vague por las tierras donde crecen las reses bravas, quiere ser un espíritu que anime y fortalezca a todo aquel que amando al toro dedique sus esfuerzos a hacer de la fiesta brava, la más bella de todas las fiestas, algo cada vez más trascendente. El Pana será un recuerdo para criar toros con mayor casta y trapío, será un modelo para todos aquellos “maletillas” que se van iniciando en esta difícil y sinuosa profesión de matador. Modelo de sacrificio, de estudio, de esfuerzo, que les recordará que en la vida, las cosas que valen la pena, ninguna de ellas, es fácil, que todo en la vida implica sentir hambre, padecer frío, ser incomprendido, encontrar puertas cerradas y a pesar de todo siempre se debe “tirar pa´lante”. Solo aquel de espíritu débil, de aquel que quiere triunfo sin sacrificio, éxito sin trabajo se rendirá, reculará y dejará de soñar, pero nadie que haya conocido al Pana, que haya oído hablar de él, podrá poner una excusa, una razón para rendirse, simplemente porque a pesar de todo y vaya que hubo de todo en la vida del Pana, nunca se rindió. El espíritu del Pana rondará por los campos como el Manitou que inspire a quien amando a la fiesta brava ponga una piedra más para dignificarla, para hacerla más hermosa y simbólica.

Las cenizas del Pana riegan el campo bravo y renacerá cuando verdeen los campos, cuando las flores nos regalen sus hermosos colores, cuando el viento campirano llene nuestros pulmones, ahí estará presente vestido como un Dandy, con sombrero, con pañoleta de seda al cuello, fumando puro y con un clavel en el ojal. Con mirada enigmática y gesto profundo, ahí estará siempre.

El Pana vivió como quiso y finalmente murió como quiso. Descansa y vive por siempre maestro y amigo Rodolfo Rodríguez “El Pana”.