Con la cruz al hombro
20 de junio - 2016

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

Mañana tras mañana cada uno nos levantamos para “tomar la cruz de cada día” y a seguirle. Todos sabemos que la cruz siempre pesa y que cuando va unida a sinsabores como la enfermedad, el desempleo, la problemática familiar o emocional, pues pesa mucho más. El sufrimiento de cada día puede hacer desesperante la vida de las personas, sin embargo, cuando Jesús nos dice: “El que quiera ser mí discípulo, que se niegue a sí mismo, que cargue su cruz de cada día y me siga” nos da pautas para el modo de “cargar con la cruz”.

Podemos cargar nuestra cruz como Sísifo, el personaje mitológico que amaba tanto al vida y era tan inteligente que logró engañar a los dioses y huir del mismo Hades; cuando por fin es mandado a los infiernos, lo castigan con la ceguera y lo condenan a empujar una roca grande hasta el monte más alto del inframundo y llevarla a la cumbre, el castigo consistía en que cuando casi llegaba a la cumbre con la roca, ésta volvía a caer hasta el valle e irremediablemente Sísifo bajaba para volver a empujar la roca. Muchos en este mito, han querido ver lo inútil del trabajo o peor, lo infructuoso del trabajo inútil. Hay quienes han llegado a pensar que lamentablemente el llevar la cruz es algo sin sentido porque al final no se logra lo que se quiere, se trabaja para tener lo necesario para la vida y resulta que nunca lo alcanza, el hombre cada día trabaja más y resulta que cada día tiene menos.

La vida dicen, es como Sísifo, trabajar y trabajar con la conciencia de que nunca se dejará de hacerlo y que tampoco se alcanzarán los satisfactores de la vida. Sin embargo, para el creyente el cargar la cruz tiene otro sentido, no es la condena de Sísifo, sino la alegría del saber que siempre hay resultados, no siempre los que uno quiere, pero siempre hay en el hecho de llevar la cruz mucho de satisfacción. De tal manera que la madre que ha pasado la noche junto a la cama del hijo enfermo, en sí mismo, ha ya realizado una acción llena de satisfacción sin importar que no haya recobrado la salud, porque no siempre se alcanzarán los resultados, pero en el hecho de hacer las cosas que se aman, en ello ya se tiene el mérito.

Así que cargar la cruz de cada día es el ejercicio de la responsabilidad vivida cada día y es el gozo de estar haciendo lo que se quiere. Jesús gozó el llevar la cruz y no por un sentimiento masoquista sino por una convicción de haber aceptado entregar su vida porque sabía lo valioso de los frutos con la redención. En nuestro caso, cargar la cruz es el reconocimiento a un ejercicio de libertad basado en el amor. Yo hago lo que yo he decidido porque amo lo que hago.

Imagino que el papá, la mamá, disfrutan el serlo, porque lo han decidido y aunque sea algo cansado y extenuante, a veces o la mayoría de las veces poco reconocido, siempre será satisfactorio ser mamá o ser papá. Llevar la cruz de la maternidad, o de la paternidad con todas sus implicaciones es en sí mismo, gozar y gozar cada día. ¿Que hay sufrimiento, dolor o pena? Siempre hay eso en todos los estilos de vida, pero también sabemos que hay momentos de alegría y de felicidad y esos no tienen precio.

Albert Camus al referirse al mito de Sísifo, dice que aún en el empujar y saber que la roca caerá, Sísifo encuentra felicidad en momentos claves como cuando siente que casi llega a la cumbre y la roca cae, a la frustración obvia le sigue la satisfacción de haber empujado y mientras baja para reanudar la obra, puede sentir esa satisfacción y lo mismo pasa con el disfrute de la vida, a pesar de estar ciego, sabe que a su alrededor están los valles y todo lo hermoso de la naturaleza y con ello siente esa felicidad a pesar de no poder contemplarla, eso no importa, porque todo está ahí a su rededor. Cargar la cruz siempre implica la felicidad del deber libremente aceptado, de la convicción de estar haciendo lo correcto y saber que los resultados no pueden ser siempre los esperados pero la satisfacción por el esfuerzo no tiene precio.