Beato Paulo VI
20 de octubre - 2014

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

El reconocimiento de santidad de Paulo VI en el grado de Beato que permite darle un culto privado sin que sea incluido en el santoral de la Iglesia universal es  un acto que emociona a quienes le vamos dando seguimiento al camino de la Iglesia y su magisterio. Porque si buscásemos cosas especiales en la vida del Pulo VI difícilmente las encontraríamos. Se trata de un hombre que siempre quiso estar en una parroquia rural pero que Dios lo llevó por el camino de la diplomacia. Desde muy joven colaboró con su obispo en Brescia, estudió en la Academia Pontificia donde se preparan los diplomáticos de la Iglesia, antes llamada “Escuela de Nobles”. Estuvo como diplomático en Varsovia y luego fue secretario del Cardenal Eugenio Pacelli que sería elegido Papa con el nombre de Pio XII. A la muerte de Juan XXIII fue elegido Papa cuando ya se encontraba como Cardenal en Milán. Giovanni Battista Enrico Antonio María Montini es su nombre y asume el pontificado con el nombre de Paulo VI.

Cuando murió Juan XXIII, el Cardenal Montini era uno de los “Papabili” o sea de los candidatos naturales a sucederlo en el pontificado, algo que él no deseaba pues siempre estaba en su mente la idea del deseo de estar en parroquia. Además la Iglesia estaba en un momento muy especial: Juan XXIII había dejado inaugurado el Concilio Vaticano II y por como iban las cosas, cabía la posibilidad de que ya no se continuara. Sin embargo, lo primero que afirmó Paulo VI fue su decisión de continuar con el Concilio y con su sabia mano lo llevó a su fin y trabajó para su aplicación. Labor que le llevó gran parte de su ministerio papal. Entre sus documentos está la “Humanae Vitae” documento que generó mucha controversia en su tiempo.

Dentro de los puntos que estaban en su agenda además del Concilio se encontraba la necesidad de dar impulso a la evangelización y dar un signo de apertura hacia los pueblos que no compartían la fe católica. Así que anunciar el evangelio se tornó su programa basilar. El documento “Evangelii Nuntiandi” fue su programa pastoral, así comenzaba su Exhortación apostólica: “El esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad.

De ahí que el deber de confirmar a los hermanos, que hemos recibido del Señor al confiársenos la misión del Sucesor de Pedro, y que constituye para Nos un cuidado de cada día, un programa de vida y de acción, a la vez que un empeño fundamental de nuestro pontificado, ese deber, decimos, nos parece todavía más noble y necesario cuando se trata de alentar a nuestros hermanos en su tarea de evangelizadores, a fin de que en estos tiempos de incertidumbre y malestar la cumplan con creciente amor, celo y alegría”.

Otro de los puntos clave en la mente de Paulo VI era el progreso de los pueblos. En el documento “Populorum Progressio” Paulo VI comentaba en el inicio de su encíclica: “El desarrollo de los pueblos y muy especialmente el de aquellos que se esfuerzan por escapar del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia; que buscan una más amplia participación en los frutos de la civilización, una valoración más activa de sus cualidades humanas; que se orientan con decisión hacia el pleno desarrollo, es observado por la Iglesia con atención. Apenas terminado el segundo Concilio Vaticano, una renovada toma de conciencia de las exigencias del mensaje evangélico obliga a la Iglesia a ponerse al servicio de los hombres, para ayudarles a captar todas las dimensiones de este grave problema y convencerles de la urgencia de una acción solidaria en este cambio decisivo de la historia de la humanidad”.

De los grandes signos de Paulo VI son recordados: El encuentro con Atenágoras I Patriarca de Juerusalén que dio por sí mismo un gran paso en el camino ecuménico entre las Iglesias ortodoxa y católica. Ambos ante el recuerdo de la ruptura en 1054 declararon: 1. Lamentar las palabras ofensivas, los reproches infundados y los gestos condenables que de una y otra parte caracterizaron a acompañaron los tristes acontecimientos de aquella época. 2. Lamentar igualmente y borrar de la memoria y de la Iglesia las sentencias de excomunión que les siguieron y cuyo recuerdo actúa hasta nuestros días como un obstáculo al acercamiento en la caridad relegándolas al olvido. 3. Deplorar, finalmente, los lamentables precedentes y los acontecimientos ulteriores que, bajo la influencia de diferentes factores, entre los cuales han contado la incomprensión y la desconfianza mutua, llevaron finalmente a la ruptura efectiva de la comunión eclesiástica.

El otro gran encuentro fue la presencia de Paulo VI en la ONU en el que buscaba contribuir a la paz. Ahí Paulo VI comenzaba su mensaje lleno de humildad diciendo: “Esta reunión, como bien comprendéis todos, reviste doble carácter: está investida a la vez de sencillez y de grandeza. De sencillez, pues quien os habla es un hombre como vosotros; es vuestro hermano, y hasta uno de los más pequeños de entre vosotros, que representáis Estados soberanos, puesto que sólo está investido —si os place, consideradnos desde ese punto de vista— de una soberanía temporal minúscula y casi simbólica el mínimo necesario para estar en libertad de ejercer su misión espiritual y asegurar a quienes tratan con él, que es independiente de toda soberanía de este mundo. No tiene ningún poder temporal, ninguna ambición de entrar en competencia con vosotros. De hecho, no tenemos nada que pedir, ninguna cuestión que plantear; a lo sumo, un deseo que formular, un permiso que solicitar: el de poder serviros en lo que esté a nuestro alcance, con desinterés, humildad y amor”. Sin embargo desde la sencillez no dudó en suplicarles con vehemencia: “Nunca jamás los unos contra los otros; jamás, nunca jamás. ¿No es con ese fin sobre todo que nacieron las Naciones Unidas: contra la guerra y para la paz? Escuchad las palabras de un gran desaparecido: John Kennedy, que hace cuatro años proclamaba: «La humanidad deberá poner fin a la guerra, o la guerra será quien ponga fin a la humanidad». No se necesitan largos discursos para proclamar la finalidad suprema de vuestra organización. Basta recordar que la sangre de millones de hombres, que sufrimientos inauditos e innumerables, que masacres inútiles y ruinas espantosas sancionan el pacto que os une en un juramento que debe cambiar la historia futura del mundo. ¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás guerra! Es la paz, la paz, la que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la humanidad”.

En Paulo VI la Iglesia cuenta con un gran humanista a quien solicitar la intercesión ante la grave problemática que vive nuestro mundo de hoy, ¡Bienvenido el Beato Paulo VI!