La Resurrección de Jesucristo
21 de abril - 2014

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P. Ranulfo Rojas Bretón

Cuando sucede el acontecimiento de la resurrección, lo primero que pasa entre los discípulos hombres y mujeres es de extrañeza y mezcla de alegría, temor y sorpresa. Cada vez que aparecía ante ellos Jesús resucitado se esforzaba porque ellos experimentaran la resurrección. En algunos casos como con Tomás le decía “trae tus dedos y mételos en los agujeros de las manos, trae tu mano y métela en mi costado y no sigas dudando”, en otras pedía algo de comer y les decía que no era un fantasma y permanentemente les pedía que lo tocaran “mírenme mis manos y mis píes. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo. Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: ´¿Tienen aquí algo de comer?´ Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos”.
Los cuarenta días que según los evangelios Jesús resucitado permaneció en la tierra antes de la Ascensión, permitieron que a la venida del Espíritu Santo acaecido en la fiesta de Pentecostés, la primitiva Iglesia, tuviera muy claro su evangelio. Pedro, en la primera aparición en público en el momento en que el Espíritu Santo bajó sobre ellos en forma de llamas de fuego, expuso el primer credo de la Iglesia: “Ya saben ustedes lo sucedido en toda Judea, que tuvo principio en Galilea, después del bautismo predicado por Juan: cómo Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y cómo éste pasó haciendo en bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Nosotros somos testigos de cuanto él hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de la cruz, pero Dios lo resucitó al tercer día y concedió verlo, no a todo el pueblo, sino únicamente a los testigos que él, de antemano, había escogido: a nosotros, que hemos comido con él después de que resucitó de entre los muertos.

Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que cuantos creen en él reciben, por su medio, el perdón de los pecados”.

He aquí el primer mensaje que contiene las bases de la predicación de la primitiva Iglesia pero en las que aparece con claridad que el centro del mensaje es la resurrección y que la manera de anunciarla es a través de la experiencia “nosotros somos testigos de todo esto” dirán con frecuencia, porque “comimos con él”.

Tener claro el centro del mensaje es muy importante porque tiene efectos muy prácticos de compromiso por el prójimo, pues de acuerdo a la escritura: “la multitud de los que habían creído –obvio en la resurrección- tenía un solo corazón y una sola alma; todo lo poseían en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía”. “Todos gozaban de gran estimación entre el pueblo. Ninguno pasaba necesidad”.

Además la fe en el resucitado hacía que se fuera constituyendo la primera comunidad porque: “En los primeros días de la Iglesia, todos los hermanos acudían asiduamente a escuchar las enseñanzas de los apóstoles, vivían en comunión fraterna y se congregaban para orar en común y celebrar la fracción del pan”. Este modelo sigue hasta el presente inspirando la vida de la Iglesia y esperando que la fe en el resucitado siga animando a cada uno para vivir con otra manera de pensar, para vivir de una manera más altruista, preocupados por lo que pasa en la sociedad y comprometidos por su transformación y desarrollo. El cristiano no puede desentenderse de las realidades terrenas porque la fe en el resucitado nos recuerda que somos luz del mundo y sal de la tierra.