Pasión y Muerte
14 de abril - 2014

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Pbro. Ranulfo Rojas Bretón

Los días de la llamada Semana Santa o Semana Mayor en nuestra cultura cristiana son muy importantes. Cierto que el fervor religioso ha bajado y la pluralidad mental cada día se hace más presente y sobre todo la llamada por el Papa Francisco miseria espiritual que presenta grandes retos a la evangelización cristiana, dicha miseria según el Papa: “nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza!

Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana”.

Sin embargo, la Semana Santa al hacernos contemplar la pasión y muerte de Jesucristo, nos hace abrirnos a la reflexión sobre nuestra propia pasión y muerte. Reflexión sobre lo que padecemos cada uno de nosotros y sobre lo que nos lleva a la muerte. Pero no con mirada fatalista sino con una mirada positiva. Casi como San Pablo recuerda: “no queremos que ignoren lo que pasa con los muertos para que no vivan en la tristeza, porque a los que creemos que Jesús resucitó, de igual manera nosotros resucitaremos” y la esperanza de la vida nueva, da otra dimensión a la experiencia de pasión y de muerte.

Uno de los ejercicios propios de la piedad de estos días es el viacrucis o camino de la cruz de Jesucristo, en el que durante catorce episodios, el cristiano a la par de acompañar a Jesús, puede ir haciendo una reflexión sobre algunos detalles de su vida y sobre las actitudes que toma. Este camino es muy importante porque permite al cristiano tener como referencia a Jesús y su camino pero no olvidar el propio camino, así el viacrucis de Jesús se convierte en el propio viacrucis del cristiano. Es una buena experiencia recorrer este camino pero sentir que el viacrucis es el de uno y que en cada episodio o estación como se le llama, puede hacerse una profunda reflexión pero no de Jesús o sobre Jesús, sino sobre nuestro propio camino, sobre nuestra razón de ser para quien nos rodea, sobre las caídas y también sobre nuestros esfuerzos para seguir avanzando.

El viacrucis o camino de la cruz es el recuerdo del camino que Jesús recorre rumbo al cumplimiento final de su obra. Él había anunciado que sería crucificado “y cuando yo sea levantado atraeré a todos hacía mí”. Si bien la crucifixión tiene un rostro de tragedia y de dolor, dicho recorrido sólo es el medio para poder llegar al momento de resurrección y con él redimir al hombre.

“fuimos comprados a precio de sangre” y por el efecto redentor se convierte en una Buena Noticia que provoca la alegría porque “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único”. Dicho amor muestra la misericordia de Dios y el amor de Jesús al hombre pues “Jesucristo siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” porque “Cristo Jesús. Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor»” (Fil 2, 5-11).

El recorrido de la pasión y muerte de Jesús también se convierte en la búsqueda de un encuentro, el encuentro con Cristo que también es importante para la vida del cristiano. El Papa Francisco invita a renovar el encuentro con Cristo, nos dice: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor». Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito.

Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia”.

Hay reflexiones muy hermosas a propósito del viacrucis, por ejemplo en torno a la condena sufrida por Jesús que a todas luces aparece como un acto injusto, la propuesta de reflexión nos dice: “Felices los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Felices serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía.

Alégrense y salten de contento porque su premio será grande en los cielos pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes”. “Parece una contradicción llenarse de alegría al sufrir insultos, persecuciones, calumnias, cuando en realidad debiera sentirse tristeza, dolor, coraje. Pero cuando hay una razón y esa es Jesús y su Evangelio, entonces vale la pena padecer y entender como en Hechos de los Apóstoles los discípulos se llenaban de alegría al padecer azotes por el nombre de Jesús. Habrá gente que te critique por asistir a misa, por participar en algún grupo de la parroquia o incluso porque tratas de portarte bien, porque eres parte de una buena familia. Eso no debe preocuparte, debes alegrarte porque con tu vida eres signo para los demás”.